Guiño. Rob Harrell

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Guiño - Rob Harrell Ficción

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paramos frente al señor:

      —Jerry, te presento a Ross. Acaba de salir de su primera radiación —y luego se dirige a mí—: Ross, este señor que ves aquí es el viejo más cascarrabias que haya pisado el planeta Tierra.

      Jerry ríe, con carcajadas amables pero jadeantes, mientras trata de enderezarse para saludarme. Estrecho su mano colosal. Se siente como si fuera una mano de piedra arenisca.

      —Entonces, ¿te asignaron a Frank? Sé que las cosas podrían ser peores, aunque no se me ocurre de qué manera —y sus cejas peludas y enmarañadas se levantan—: ¿Cómo te fue allá dentro?

      —Bien, supongo —desvío la mirada hacia los peces en el acuario a su lado. ¿Por qué siempre tengo que ser tan tímido y torpe?

      —Ah, muy bien. Tú sólo mira para arriba y deja que ellos se encarguen de las cosas complicadas, ¿sí? —Jerry tiene una voz áspera y profunda, que me recuerda el ruido de guijarros en una trituradora. Se recuesta, y noto la banda de malla azul un poco más arriba del codo, y sé que le sacaron una muestra de sangre. Esto de sacar sangre se ha convertido en algo extrañamente familiar para mí. Ya sé cuál es mi mejor vena para eso, lo cual no deja de ser raro.

      Frank mira alrededor de la sala.

      —¿Dónde está tu mamá, Ross?

      —Mi madrastra.

      —Madrastra. ¿Se olvidó de ti? ¿Huyó del país?

      —Probablemente —me siento en el borde de un sofá. Sé esperar. Para eso se hicieron los teléfonos inteligentes.

      —Bueno… si sigues por aquí dentro de tres horas, te llevo hasta tu casa. Es lo menos que puedo hacer por ti.

      Jerry menea la cabeza.

      —¡Dios del cielo! No vayas a irte con él en su coche. En estos tiempos a cualquiera le dan una licencia de conducir.

      Frank empieza a alejarse.

      —Sigue intentándolo, Jerry. Un día de estos vas a decir algo muy gracioso —y luego gira sobre sí y camina hacia atrás, apuntándome con ambos dedos como si fueran pistolas.

      —Nos quedan cuarenta y cuatro sesiones, Ross. Y mañana quiero sugerencias para música verdadera, en serio. O empezaré a ponerte algo de la mía —apoya la espalda contra las puertas eléctricas y luego sale.

      Jerry me examina con total seriedad.

      —Hazlo. Trae música, o es capaz de ponerte los discos compactos de su banda. Y ya has sufrido suficiente.

      —¿Tiene una banda?

      Sopla su café.

      —Banda, en el sentido más amplio de la palabra —y luego toma una revista, así que supongo que no será una descortesía de mi parte concentrarme en mi teléfono. Le envío a Abby un mensaje de texto.

      Radiación 1, ok.

      Me responde de inmediato.

      ¿Qué tal te fue? ¿Ahora eres un mutante radiactivo, como Godzilla?

      No tanto, pero puedo disparar rayos láser por el trasero.

      ¡OOH! ¡Qué envidia! Hablando en serio, ¿dolió?

      Nada de nada.

      Genial.

      Abby había dicho que quería acompañarme hoy, pero le dije que no tenía deseos de darle mayor importancia al asunto. Insistió, y yo seguí diciéndole que no. Si venía, seguro iba a haber abrazos y apretones de mano, y entonces se habría convertido en algo importante. Siento que si le dedicaba a todo este asunto la menor atención posible, entonces sólo… se esfumaría.

      Creo que lo entendió. En algún momento, al menos.

      Las puertas principales se abren de pronto y mi madrastra entra envuelta en una nube de aire frío y cafeína.

      —¡Ross, ya saliste! Perdóname, pero necesitaba algo que me despertara y fui a Bucky’s. Pensé que alcanzaría a regresar antes de que terminaras. ¿Qué tal estuvo?

      Una de las cosas más desesperantes de Linda es su insistencia en decirle Bucky’s a Starbucks. Me pone los pelos de punta.

      Se para frente a mí y mira a Jerry.

      —Hola.

      Empiezo a levantarme del sofá.

      —Él es Jerry.

      Jerry da comienzo al proceso de ponerse en pie para estrecharle la mano.

      —Ése soy yo. Jerry Thompson…

      Ella agita las manos ante él.

      —No hace falta que se levante. Tenemos que irnos. Mucho gusto, Jerry. Me llamo Linda —se dan la mano velozmente, y ella se vuelve hacia mí—. ¿Estás listo? Necesito llevarte a casa. Tengo dos millones de cosas por hacer —mira a Jerry y pone los ojos en blanco—. Trabajo en bienes raíces.

      Jerry sonríe.

      —Ah, claro… que le vaya bien —y me da una patadita en el pie con uno de sus zapatos ortopédicos que se sujetan con velcro—. Fue un placer conocerte, Ross. Nos veremos por aquí. Me da gusto que tu primer día fuera benigno.

      Me levanto y guardo el teléfono en mi bolsillo.

      —Mucho gusto en conocerlo. ¿En qué día del tratamiento va?

      —¿Ahora? Día treinta y seis. Pero ¿quién los cuenta?

      El teléfono de Linda empieza a repicar en cuanto nos montamos en su camioneta Grand Cherokee, y emprendemos el camino a casa al ritmo de la voz de Linda describiendo un lindo espacio de tres habitaciones y dos baños no muy alejado del lago. Dicen que cuenta con muy buena luz y un pequeño desayunador que es toda una preciosidad.

      Le envío un mensaje a Isaac, aunque no tengo esperanzas de que responda. No se ha acercado mucho a nosotros últimamente. Es decir, en lo absoluto.

      Hola, ¿qué tal? Acaban de radiarme como Hulk.

      Me siento a mirar la pantalla, y me sorprende ver que empiezan a moverse los tres puntos que muestran que está escribiendo algo. ¿Será que va a responder?

      Los tres puntitos se mueven y titilan… y luego desaparecen. Me da vergüenza confesarlo, pero el corazón se me cae a los pies. ¿Qué le pasa a Isaac? Espero, mirando fijamente la pantalla, a ver si los puntos aparecen otra vez, pero no.

      Termino por guardar el teléfono en mi bolsillo. Durante el resto del camino, me limito a mirar por la ventana. Últimamente he podido adiestrarme mucho en esa actividad.

      Una vez en casa,

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