La libertad del deseo. Julie Cohen

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La libertad del deseo - Julie  Cohen elit

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      Con rápidos movimientos, Jack arrancó una de las mangas de la camiseta y después la otra.

      –Ya está. Póntela ahora. Ahora pareces Oz, motorista duro y salvaje. Hazme caso, las pujas van a ser muy altas. A todas las mujeres les gustan los hombres responsables e inteligentes, pero que también sean capaces de hacer alguna locura.

      Oz tomó la camiseta y volvió a ponérsela.

      –¡Vaya! –exclamó alguien detrás de él.

      Se giró y se encontró con Kitty, la mujer de Jack. Estaba apartándose su roja melena de la cara para poder verlo mejor.

      Oz se miró de arriba abajo.

      –¿Te gusta el conjunto que llevo? –le preguntó.

      Kitty asintió con entusiasmo.

      –Sí, claro. Estás muy buen. Pujaría por ti.

      –¿Ves? –le dijo Jack orgulloso mientras tomaba la mano de su esposa–. Será mejor que no te guste mucho, cariño –añadió mirando a Kitty.

      Ella lo besó en la mejilla.

      –¿Por qué no te compras unos pantalones de cuero, Jack? Creo que esa imagen de motorista salvaje te quedaría muy bien.

      Oz se miró en el espejo de nuevo. Intentó peinar su pelo rubio pero, como de costumbre, no le sirvió de mucho.

      «Eres demasiado mayor y exitoso para sentir envidia de tu mejor amigo», se dijo.

      Jack Taylor nunca se había planteado casarse, al menos hasta que conoció a la mujer de sus sueños. Óscar Strummer, en cambio, siempre había soñado con casarse y aún no había conocido a la persona adecuada.

      –Cualquiera pensaría que teniendo una doctorado en psicología podría controlar mi propia mente –murmuró Oz mientras se ajustaba los pantalones.

      Esa prenda hacía que se sintiera desnudo, a pesar de que llevaba unos vaqueros viejos debajo de los pantalones de cuero.

      –Olvídate de tus títulos –le dijo Jack acercándose a él por la espalda–. Esta noche, sólo eres el objeto sexual de un montón de mujeres. Relájate y disfruta del momento.

      –Pero antes, dame tu brazo –pidió Kitty mientras lo tomaba de la mano–. No te va a hacer daño –le aseguró mientras colocaba un trozo de papel en la parte superior de su hombro.

      –¿Es un tatuaje temporal? –preguntó Oz resignado.

      –Así es. Vas a quedar estupendo.

      –Creo que no me ponía un tatuaje falso desde el instituto. Cuando Jack y yo nos los pegábamos para parecer mayores y poder comprar cerveza.

      Kitty movió la cabeza con incredulidad.

      –Las chicas se ponen maquillaje para parecer mayores y los chicos tatuajes. ¿Pudisteis comprar cerveza?

      –¡Qué va! Tenía dieciséis años, pero aparentaba doce, a pesar del tatuaje –le dijo Oz–. Creo que era el mayor empollón del instituto.

      –Ya está –dijo Kitty mientras retiraba con cuidado el papel y contemplaba el fruto de su esfuerzo.

      En medio de sus bíceps había una espada con una serpiente enroscada a su alrededor. Dos símbolos muy fálicos. Estaba claro que Jack y Kitty no intentaban ser sutiles.

      –Bueno, ya no pareces un empollón. Ni tampoco aparentas doce años –le dijo ella con una sonrisa–. ¿Cuánto mides? ¿Uno noventa?

      –Algo más con estas botas.

      –Vas a estar genial encima de la moto.

      Oz la miró extrañado.

      –¿Qué moto?

      –Ven conmigo afuera –le dijo Jack sonriendo.

      No podía creérselo, pero cuando los siguió afuera y bajó las escaleras de su casa vio lo que había aparcado al lado de la acera. Era una motocicleta Harley Davidson, brillando con intensidad a la luz de las farolas, decorada con colores encendidos y metálicos detalles.

      Le parecía increíble que hubieran llegado tan lejos.

      Durante unos segundos, se quedó parado contemplando la moto. Se imaginó conduciéndola, haciendo que su motor rugiera y consiguiendo hacer un caballito.

      Pero volvió a la realidad muy pronto. Era un médico serio y respetado y un profesor de universidad muy prestigioso.

      –No voy a ir en una Harley –les dijo.

      Kitty se adelantó y comenzó a acariciar el manillar cromado de la moto.

      –Es preciosa, ¿verdad? Mi hermano Nick nos la ha prestado durante el fin de semana. Es su mayor orgullo. La quiere como a una hija. Y es muy rápida.

      Oz se dio entonces cuenta de lo que había estado pasando. A pesar de ser un hombre inteligente, había sido bastante lento esa vez.

      Todo parecía preparado. La camiseta, las botas, el tatuaje, los pantalones de cuero. Y ahora la moto. No era algo que cualquiera pudiera juntar en cinco minutos.

      –Llevas mucho tiempo planeando todo esto, ¿verdad? –le preguntó a Jack.

      Su amigo, sabiéndose descubierto, levantó las manos en señal de rendición.

      –Es por tu bien, Oz. Necesitas tener a una mujer en tu vida. ¿Es que crees que no he notado que no has salido con nadie desde hace casi un año?

      –Mi hermana de diecinueve años ha estado viviendo conmigo –protestó Oz–. No es como si tuviera el piso para mí solo. Y no he tenido tiempo para salir con nadie desde que ella se fue. Tengo más clases en la universidad, además del tiempo que mis pacientes necesitan.

      Kitty acarició su brazo con amabilidad.

      –Creo que eso es parte del problema, Oz. Trabajas todo el tiempo, casi nunca descansas. Nos preocupas.

      Él también se había dado cuenta de que trabajaba demasiado. Lo sabía mejor que nadie.

      Creía que se trataba de una estrategia de desplazamiento. Notaba que una parte de su vida estaba vacía y la llenaba centrándose en otra área, el trabajo y su carrera profesional. Las relaciones personales no existían y sólo le satisfacía su trabajo, donde tenía éxito de verdad.

      Sabía lo que estaba haciendo y por qué.

      Pero eso no parecía ser suficiente para cambiar la situación y evitar que ocurriese.

      –Venga, hombre. Te garantizo que si vas a la subasta subido en esta maravilla, tendrás en tu bolsillo los teléfonos de cinco chicas antes de bajarte de ella. Y una de esas mujeres pagará dinero para tener la oportunidad de salir contigo. Dinero que, como recordarás, va a una buena causa –le dijo–. Queremos que te diviertas. Que encuentres una chica que te guste y salgas con ella unas cuantas veces. Puede

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