Mi honorable caballero - Mi digno príncipe. Arwen Grey
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Читать онлайн книгу Mi honorable caballero - Mi digno príncipe - Arwen Grey страница 25
—Muchas vueltas das, sobrina. Es como si te costara reconocerle una virtud al caballero —intervino lord Ravenstook, rompiendo el duelo de miradas entre los dos.
Cassandra apartó con esfuerzo sus ojos de los de Benedikt y miró a su tío con una sonrisa.
—No, tío, no me cuesta admitir una verdad cuando es cierta. Y debo decir que pocas veces en la vida he encontrado a un hombre a quien pueda llamar caballero y lo sea en realidad, y ese hombre es sir Benedikt. Y ahora, si me disculpáis, debo retirarme, señores. Buenas noches, tío —dijo, agachándose para darle un beso en la arrugada mejilla al anciano—. Sir Benedikt —se despidió con una reverencia formal, incapaz de mirarle a la cara.
Cuando salió del comedor, lord Ravenstook se volvió hacia su invitado y le dio un golpe en el brazo que atrajo su atención, todavía puesta en la puerta por donde ella había salido.
—Os recomiendo andar con tiento, señor. Mi sobrina no es de las que entregan su confianza con ligereza.
Benedikt, emocionado a su pesar por la declaración en público de Cassandra, asintió con la cabeza y se disculpó a su vez aduciendo cansancio, algo que era cierto. Mientras se dirigía a su dormitorio, sabía a ciencia cierta que esa noche le costaría conciliar el sueño, y que toda la culpa no la tenía el asunto de Iris Ravenstook.
Cuando abrió la puerta, el fogonazo de una sombra vista por el rabillo del ojo hizo que se llevara una mano a la empuñadura del sable.
—Soy yo —dijo una voz conocida.
—Charles —respondió, dejando caer la mano al instante—. ¿A qué viene esta oscuridad, amigo? Enciende una lámpara y sentémonos. Creo que moriré de agotamiento si no descanso pronto —gruñó acariciándose la herida del costado, todavía sensible al tacto.
Mientras el conde encendía una luz y avivaba las brasas de la chimenea, Benedikt se desabrochó la vaina del sable, que dejó sobre la mesa, cerca de la cama, donde la tendría siempre a mano, se deshizo de la casaca y el corbatín, y se sentó junto al fuego, frente a su amigo, que permaneció de pie, inquieto.
—Por favor, dime que has podido averiguar algo —dijo Charles con voz seca y cansada—. No me gusta hablar aquí, pero creo que es bastante seguro hacerlo a esta hora.
Benedikt asintió, cerrando los ojos y dejando que el calor desentumeciera sus agotados músculos. En los años de guerra había deseado pasar días así, tranquilos, apacibles, rodeados de belleza, y jamás había imaginado que en lugares como aquel también ocurrieran cosas horribles. Después de años de sangre y matanzas solo ansiaba descansar, y toparse con la sospecha de que uno de sus hombres podía ser el culpable de algo tan desagradable, y que podría haber sido peor de no haberlo detenido él, hacía que deseara empezar a correr y no detenerse hasta llegar a casa. Lo malo era que ya no sabía dónde estaba su hogar.
—Lo siento, pero si tú y Peter decís que no faltaba nadie de la guardia, no tengo ni idea de quién pudo atacar a la muchacha. Además, de haber sido uno de los nuestros, yo creo que le habría reconocido, y no lo hice —dijo, sin necesidad de añadir más.
Charles asintió con la cabeza. Estaba de pie ante la chimenea. El fuego sacaba reflejos dorados a sus cabellos castaños y endurecía sus facciones. Benedikt se preguntaba si su inocencia sobreviviría a ese lance como lo había hecho a la guerra.
—Y si así y todo fuera uno de ellos, uno de los nuestros, Ben… —dijo Charles, dejándose caer a su vez ante el sillón gemelo al que él ocupaba—. Dios, ¿qué vamos a hacer?
Benedikt emitió una risa amarga. Había poco que pudieran hacer de verdad si querían salvaguardar el honor de Iris Ravenstook. Podían callar, no decir nada y seguir como si tal cosa, y dejar que el atacante se saliera con la suya. Eso no sería justo para la joven, pero era la manera más segura de que jamás trascendiera lo que había ocurrido. Pero no era lo que él estaba dispuesto a hacer.
—Hablaré con los hombres mañana. Deja eso en mis manos. En todo caso, hay que averiguar quién más iba vestido igual que nosotros en ese dichoso baile. Tú estabas allí, deberías recordar algo más aparte de los ojos de tu enamorada.
Charles emitió una risa amarga.
—Lo siento, pero lo poco que recuerdo de esa noche poco tiene que ver con disfraces masculinos, amigo. Creo recordar que los hombres de Joseph también iban vestidos como nosotros, pero ellos se retiraron temprano, apenas estuvieron una hora en el baile.
Benedikt suspiró.
—Entonces dudo que fuera ninguno de ellos.
—Quizás deberías preguntarle a Cassandra Ravenstook, ella encargó los disfraces y sabrá quiénes llevaban máscaras en forma de sol idénticas a las nuestras.
Benedikt apartó la mirada del fuego y la fijó en su amigo, maldiciéndose por no haber pensado él mismo en ello. Con una sonrisa perezosa se dijo que todo volvía a ella. Sería difícil mantenerse alejado de la tentación en esas circunstancias.
Fingió un suspiro de fastidio y se frotó los ojos cansados.
—De acuerdo, hablaré con esa mujer también. Por cierto, me ha dicho un pajarito que has hablado con Iris Ravenstook hoy. Supongo que sabes que de tu actitud actual depende tu posible relación futura con ella, siempre y cuando todavía desees tener un futuro con Iris…
Benedikt lo miró a través de la penumbra de la habitación. Lo vio alzar los hombros y la cabeza, abrir la boca para protestar. Sintió un ramalazo de furia ante lo que pensó que él iba a hacer. Aprestó el puño sin darse cuenta, y solo cuando sintió dolor en la palma se dio cuenta de que lo estaba apretando con todas sus fuerzas.
—¿Qué tipo de hombre crees que soy?
—No lo sé —respondió con sequedad—. Muchos hombres hacen cosas repugnantes en casos así. ¿Qué vas a hacer tú?
Charles se levantó y lo enfrentó, todo él la imagen de la furia reconcentrada.
—Estás hablando de la mujer que amo. Si dudas de que haré lo correcto es que no me conoces.
Benedikt reprimió una sonrisa y enarcó una ceja.
—Ya, muy bonito. Pero no es a mí a quien debes decirle todo esto, conde. ¿Lo sabe ya tu dama?
Tuvo que detenerle recordándole la hora que era para que no se colara en el cuarto de Iris. Al fin y al cabo, si era cierto que su amor había sobrevivido a algo así, podría esperar un día más… o cien.
Cassandra llegó al dormitorio y entró con cuidado de no despertar a su prima, que todavía dormía. Se desvistió en silencio a la tenue luz que emanaba de la chimenea mientras le daba vueltas a la estúpida conversación que había mantenido con sir Benedikt.
Se preguntaba qué demonio la poseía cuando él estaba presente, que siempre la obligaba a hablar más de lo que debía y le sonsacaba cosas que jamás debería decir. ¿Qué debía de pensar él de ella en esos momentos? A esas alturas tal