La revolución ciudadana en Ecuador (2007-2017): posneoliberalismo y (re)colonización de la naturaleza. Diego Alejandro Ramírez Bonilla

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sin embargo, corresponden a manifestaciones superficiales de contradicciones más profundas que tienen su origen en la reestructuración del capitalismo de posguerra en el último tercio del siglo XX. Como consecuencia del aumento en la producción de bienes industriales por parte de países como Alemania y Japón, que entraron en competencia con Estados Unidos, se produjo una crisis de sobrecapacidad, esto es, de creciente producción de manufacturas sin suficientes oportunidades para ser vendidas en el mercado, lo cual condujo a la disminución en la tasa global de ganancia desde la década de 1960, poniendo en riesgo el lugar de privilegio que ocupaban las élites norteamericanas en el sistema-mundo. La respuesta del establishment estadounidense consistió en la implementación de una serie de medidas para reestablecer su hegemonía, entre las que se encontraron la restructuración neoliberal, la financiarización de la economía y la puesta en marcha del proceso de globalización como manera de reapuntalar las ganancias percibidas por las élites industriales (Harvey, 2003; 2004a; 2007).

      Aunque las medidas de liberalización económica permitieron la restauración del poder de clase de los magnates de las grandes industrias, paradójicamente profundizaron también el declive de Estados Unidos como consecuencia de la desindustrialización que atravesó el país ante la relocalización del capital productivo, con la consiguiente pérdida de empleos y creciente dependencia de manufacturas importadas que ello generó (Harvey, 2007; Martínez Torres, 2016).

      La constante y paulatina contracción de los salarios, junto con la disminución del gasto social –suscitadas por las políticas neoliberales de flexibilización laboral y reducción del gasto público– tuvieron como consecuencia lógica una drástica reducción de la demanda agregada, que condujo a la economía estadounidense a periódicas recesiones. La solución empleada por las autoridades económicas estadounidenses consistió en incentivar la adquisición de deuda, tanto pública como privada, para fomentar el consumo a través del crédito (Brenner, 2009; Martínez Torres, 2016). De esta manera, lo que Robert Brenner (2009) denomina un keynesianismo de precios de activos –es decir, el impulso al endeudamiento privado como sustento de la economía ante la disminución de los salarios– sustituyó al keynesianismo tradicional como impulsor del crecimiento económico.

      Como resultado de la economía deficitaria que se gestó en Estados Unidos, la formación de sucesivas burbujas financieras fue la constante en el país durante la última década del siglo pasado y la primera del presente. A finales de la década de los noventa, el auge de las empresas punto com propició el aumento del valor de sus acciones, lo cual terminó en su estrepitosa caída con el estallido de la burbuja especulativa que se generó entorno a ellas. Frente a este acontecimiento, la Reserva Federal disminuyó la tasa de interés al 1 %, un nivel “sin precedentes en 45 años” (Bello, 5 de octubre del 2008), como medida para evitar la profundización de la recesión que se había gestado. Esto incentivó el aumento en el otorgamiento de créditos inmobiliarios por parte del sector bancario y permitió la formación de otra burbuja financiera, esta vez en torno al mercado de finca raíz, y constituyó el antecedente inmediato de la crisis financiera que se extendió a la economía global en 2008 (Harvey, 2003; 2004a; Brenner, 2009; Bello, 5 de octubre del 2008).

      En el contexto de consolidación del carácter deficitario, importador y consumista (Martínez Torres, 2016, p. 37) de la economía estadounidense, la invasión a Iraq en 2003 se desplegó como una estrategia para restaurar la posición dominante de Estados Unidos en el mundo, por medio de una “política unilateral de militarismo macho” (Wallerstein, 3 de septiembre del 2006), más allá de la retórica oficial sobre la necesidad de rescatar los principios y valores occidentales frente al terrorismo internacional que los amenaza. El neoconservador Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, implementado por la administración Bush Jr., pretendió reposicionar a Estados Unidos por medio del control territorial de los recursos energéticos de Medio Oriente. Sin embargo, este intento no logró legitimarse entre las potencias capitalistas de manera similar a como lo consiguieron las intervenciones militares estadounidenses durante la Guerra Fría en medio de la lucha contra la amenaza comunista internacional. Al no conseguir el consenso requerido por parte de los demás actores políticos en el sistema interestatal, el militarismo neoconservador falló en su propósito de renovar la hegemonía estadounidense (Arrighi, 2005a; 2005b; Harvey, 2007).

      Aunque resulte desacertado referirse al final absoluto del papel hegemónico de Estados Unidos en virtud de la ausencia de un candidato digno a ocupar su lugar (Chomsky, 2012) y, sobre todo, tomando en cuenta el papel que la potencia norteamericana ocupa como gendarme del sistema capitalista (Katz, 2011), la disminución del poderío económico de Estados Unidos desde la última parte del siglo XX ha confluido con una pérdida de su influencia política en territorios como Latinoamérica, y ha cedido el paso al ingreso de nuevos actores internacionales en la región a principios del nuevo milenio.

      En los albores del siglo XXI, el analista económico Jim O’Neil, de Goldman Sachs, escribió dos artículos (2001; 2003) sobre el creciente peso que un grupo de países estaban adquiriendo en la economía mundial. Estos países fueron Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica –también conocidos como Brics– y, según previsiones basadas en el crecimiento de sus PIB, prometían convertirse en las economías dominantes a nivel mundial para el año 2050.

      La creciente gravitación de estas economías o potencias emergentes en el sistema-mundo representó un desafío para los poderes establecidos en el orden internacional, tanto por el peso que adquirieron sus manufacturas en el mercado mundial (en el caso de China e India), como por su objetivo de crear un orden político y económico alternativo al de las potencias occidentales y, al menos en el plano estrictamente retórico, “crear un mundo más justo y equilibrado a favor de los países del sur” (Gratius, 2016).

      Sin embargo, a la luz del desempeño que obtuvieron dichas economías a lo largo de las dos décadas del siglo XXI, es China quien realmente cumple un papel central dentro de los Brics, al punto que el mismo analista que originalmente resaltó la importancia económica de dichos países reconozca que el país asiático fue el único del grupo que cumplió sus expectativas (O’Neil, 31 de agosto del 2017). Los Brics adquirieron, en realidad, un carácter de plataforma para potenciar el poder geopolítico de China: facilitaron el relacionamiento del país asiático con distintos países del denominado tercer mundo y el acceso a sus recursos naturales.

      Tras el surgimiento del capitalismo con características chinas, que permitió la emergencia de China como principal economía industrial del mundo, se incrementó la demanda mundial de materias primas, especialmente de aquellas relacionadas con el sector energético, lo que modificó las condiciones comerciales para los países periféricos primario-exportadores a nivel global. En el caso específico de América Latina, particularmente aquellos países cuyos gobiernos se enfocaron en la búsqueda de fuentes de financiación y aliados políticos diferentes al imperio estadounidense, China incrementó exponencialmente su participación desde principios del nuevo milenio como demandante de materias primas, que incluyeron petróleo, minerales y semillas (Gallagher y Porzecanski, 2010).

      Crisis del modelo neoliberal y resistencias sociales

      Junto con la profundización de la crisis hegemónica estadounidense y la entrada de nuevos actores en la escena regional, la primera década del nuevo milenio se destacó por la expansión de manifestaciones de resistencia frente a las políticas de ajuste estructural, privatización y desregulación del modelo neoliberal, imperante

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