La revolución ciudadana en Ecuador (2007-2017): posneoliberalismo y (re)colonización de la naturaleza. Diego Alejandro Ramírez Bonilla

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el experimento neoliberal bajo la bota de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile de 1973, cumplió también un papel protagónico en el advenimiento de las primeras prácticas contestatarias frente al fundamentalismo de libre mercado –término empleado por primera vez por el economista Joseph Stiglitz–. El aumento en las tasas de pobreza y desigualdad producto de la imposición del modelo (Stiglitz, 2002; Harvey, 2007) condujo a manifestaciones contestatarias como el Caracazo en 1989, los levantamientos indígenas en Ecuador durante la década de 1990, y el alzamiento zapatista en 1994 (Antentas y Vivas, 2009).

      Este último acontecimiento marcó el comienzo de las manifestaciones masivas de resistencia globalizada a los postulados del Consenso de Washington (Williamson, 1990), una serie de medidas de carácter político y económico impulsadas desde 1990 por instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, como recetas para implementarse en América Latina y el resto de regiones denominadas subdesarrolladas, a fin de encauzarlas en el camino del crecimiento económico y el desarrollo (Gambina, 2013).

      Las respuestas contestatarias se hicieron mundiales con eventos como la Batalla de Seattle, en 1999, y las manifestaciones de Praga en 2000, la primera como reacción a la cumbre de la OMC y las segundas contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. La mundialización de las protestas conllevó el incremento de prácticas represivas a manos de los Estados que alojaron a los representantes de las instituciones financieras durante sus encuentros. Los procesos de represión policial y militarización, emprendidos con el propósito de frenar el avance de la resistencia, se hicieron más atroces en la medida en que los altos mandos gubernamentales se valieron del terrorismo de Estado para eliminar las manifestaciones antineoliberales. Un ejemplo de las prácticas mencionadas fue el estado de sitio impuesto en Génova (2002) y en Evián (2003) (Iturribarría, 2 de junio del 2003; Baigorria, 5 de diciembre del 2009)15.

      En el proceso de deslegitimar la resistencia y neutralizar su impacto, fue muy importante el papel desempeñado por los medios de comunicación; su uso de términos despectivos como antiglobalización –cuyo énfasis se centraba en lo aparentemente reactivo de los movimientos, y no en su naturaleza constructiva– y globalifóbicos –útil para ridiculizar a los protestantes a través de la caricaturización de sus reclamos– (Baigorria, 5 de diciembre del 2009). El ataque mediático tuvo como objetivo directo aquellos sectores de la población que apoyaban las consignas de los movimientos contra el neoliberalismo; en esta arremetida discursiva, los jóvenes fueron un público importante por ser el sector en el cual tenían mayor eco las ideas antineoliberales. El ataque mediático se profundizó tras la caída de las Torres Gemelas, el 11 de septiembre del 2001. Este evento propició la intensificación de las políticas represivas y permitió la elevación del concepto terrorismo como eje articulador de la deslegitimización y criminalización de los movimientos contestatarios.

      En el año 2001, con el lanzamiento del Foro Social Mundial (FSM), en la ciudad de Porto Alegre, como confrontación directa al Foro Económico Mundial (Gambina, 2013), la resistencia globalizada adquirió nuevas formas organizativas: se transitó de prácticas contestatarias frente a los dictámenes de los organismos multilaterales a la puesta en marcha de opciones propositivas encaminadas a la construcción de otro mundo posible16. El foro se constituyó como un proceso de globalización contrahegemónica (Santos, 2008, p. 41), que toma enseñanzas de experiencias organizativas previas, como los Encuentros por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en la Selva Lacandona, organizados por los zapatistas (Antentas y Vivas, 2009, p. 31), y las jornadas de lucha callejera antisistémica en París, acontecidas en mayo de 1968 (García, 2018). Se constituyó como un espacio de encuentro para fijar marcos de acción colectiva mundial, orientados a construir propuestas antineoliberales por parte de diversos movimientos políticos y sociales. Los asistentes han sido militantes políticos y académicos de distintas corrientes ideológicas, cuyo fin común es la superación del neoliberalismo como modelo civilizatorio.

      En medio de la larga crisis que afrontan los movimientos anticapitalistas desde la caída del Muro de Berlín, el foro se destaca por su distanciamiento frente a las lógicas vanguardistas que acompañaron a la izquierda eurocentrada durante los últimos dos siglos; en especial, aquellas propias de los partidos comunistas. En dicho sentido, rechaza otorgar centralidad política a un sujeto social determinado –sea el proletariado, organizaciones gremiales o movimientos sociales de un tipo específico– y aboga por la construcción y articulación, de orden local, nacional, regional e internacional, de múltiples estrategias de lucha desplegadas por una multiplicidad de sujetos individuales y colectivos.

      El Foro Social Mundial denuncia la violencia estatal y toda forma de dominación, y fomenta el respeto a los derechos humanos y la democracia real, participativa e igualitaria. Asimismo, defiende el desarrollo de luchas no violentas por parte de los sujetos subalternizados, en aras de construir una utopía “en un mundo carente de utopías” (Santos, 2008, p. 42). Su labor se encamina hacia el debate, el libre intercambio de experiencias y la construcción de acciones orientadas a romper con el control de la vida por parte del capital, enfocándose en proponer y desarrollar opciones de vida que promuevan la convivencia armónica entre seres humanos, y entre estos y la naturaleza. En este espacio de reflexión y praxis internacional, se le opone al modelo neoliberal de globalización imperante con una propuesta de globalización solidaria que permita fortalecer la justicia social, la autonomía soberana de los pueblos y la igualdad, a través de la subversión de las dinámicas de exclusión predominantes.

      El nuevo ciclo de acción colectiva desde América Latina

      Las luchas sociales que surgieron en el continente latinoamericano en el siglo XXI se caracterizaron por poner en tela de juicio el discurso que legitimaba el modelo de desarrollo neoliberal, caracterizado por el despojo de bienes naturales en beneficio del capital transnacional. Esta ruptura del consenso social, requerido para sostener el neoliberalismo en las sociedades latinoamericanas, permitió la articulación de demandas colectivas en torno a elementos como la autonomía indígena, la reivindicación de los derechos territoriales y culturales, y el rechazo a los sistemas de democracia representativa (Svampa, 2010), todo en aras de conseguir un cambio radical en la realidad sociopolítica de los países del continente.

      Organismos de poder mundial y reforma institucional

      Desde finales de la década de 1990 –cuando ya no es posible ignorar los efectos del recetario neoliberal en relación con el aumento de la inequidad, la pobreza y, especialmente, la amplia gama de manifestaciones contestatarias frente al modelo–, las instituciones de poder político y económico mundial consideraron preciso recurrir a la gobernabilidad como forma de mantener la globalización hegemónica. Después de la crisis financiera asiática de 1997 y la constitución de movimientos alterglobalización, se asistió a un periodo reconocido por la aceptación –por parte de distintos gobiernos y agencias multilaterales– del rol que debe asumir el Estado, en conjunto con diversos organismos no estatales, con el fin de mantener la

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