Integridad. Marcelo Paladino

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Integridad - Marcelo Paladino Acción empresarial

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J. LLACH

      El Diccionario de la lengua española define “integridad” como cualidad de íntegro y ofrece dos acepciones de “íntegro”: que no carece de ninguna de sus partes y dicho de una persona: recta, proba, intachable. El Oxford Advanced Learner’s Dictionary of Current English recoge dos sentidos de la palabra integrity: uno, state or condition of being complete, (estado o condición de lo que está completo), viene a coincidir con la primera definición de “íntegro” de la Real Academia. El otro sentido de la definición en inglés es quality of being honest and upright in character, que podríamos traducir como cualidad de quien es honrado, recto, probo, y que se aproxima mucho a la segunda definición de “íntegro” dada por la Real Academia; aunque honest se podría traducir también como franco, sincero, lo que añadiría un contenido adicional al término, también correcto en castellano, aunque quizá menos frecuente.

      El recurso al diccionario no suele ser muy fructífero: primero, porque el público culto ya conoce el sentido de los vocablos, y segundo, porque los diccionarios son necesariamente muy concisos y no pueden recoger los muchos matices que se esconden detrás de los conceptos. Pero de estos matices y, sobre todo, de las importantes realidades que están contenidas en ellos, se ocupa largamente este libro. Que no es un libro sobre palabras, sino sobre algo muy importante para las empresas, para sus directivos y empleados y para la sociedad. Los profesores Marcelo Paladino, Patricia Debeljuh y Paola Delbosco, del IAE Business School de la Universidad Austral han volcado en esta publicación sus excelentes conocimientos académicos y su familiaridad con la empresa, fruto de sus años de experiencia en prestigiosas escuelas de dirección, en un estilo directo, atractivo y práctico.

      En la Introducción, los autores anuncian que van a hablar de integridad como opuesto a corrupción. ¿Estamos pues, ante otro libro de crítica social o si se prefiere, de crítica al sistema económico? No. Por encima de esa dimensión negativa se nos ofrece una visión positiva del fenómeno: vamos a hablar de integridad o como los profesores Paladino, Debeljuh y Delbosco anuncian, de unidad. Desde luego, hablan de corrupción: de sus causas, de su caldo de cultivo y de sus consecuencias; de cómo prospera en las sociedades que no le plantan cara con coraje, decisión e inteligencia; de cómo puede llegar a complicar la vida de los directivos y empleados de las empresas, y del daño (a veces poco visible, pero no por ello menor) que causa a las organizaciones y a la sociedad, especialmente a los más débiles�

      Pero no estamos ante un tratado sobre la corrupción, sino que esta es, por decirlo así, la excusa que ellos aprovechan para hablar de la integridad, en positivo. Y esto me parece un acierto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el concepto de integridad que se desarrolla en estas páginas va mucho más allá de las dos o tres acepciones que recogen los diccionarios: otra razón para dar poca beligerancia a los vocablos y mucha a las ideas. Al contrario de lo que dice el refrán, aquí se nos da “liebre por gato”, con la excusa de criticar la corrupción, se nos invita a considerar toda una dimensión de la vida humana y, en particular, de la tarea del directivo de empresa y de su impacto en la sociedad, que puede servir para construir una empresa mejor y un país mucho mejor.

      Integridad, nos dicen los autores, suena a unidad. En el plano personal, es integración de las diversas facetas de la vida: como persona privada, como miembro de una familia, como vecino de una localidad, como directivo, trabajador, profesional o jubilado, como ciudadano. La esquizofrenia de llevar vidas separadas, a veces incompatibles, pasa factura a nuestra vida, a nuestras realizaciones, a nuestro equilibrio y a nuestro desarrollo. También a los que están a nuestro alrededor. Somos máquinas delicadas, que podemos hacer muchas cosas, más probablemente de las que pensamos, pero que, cuando hacemos algo que no es compatible con nuestra naturaleza, nos deterioramos y, de paso, hacemos daño a los demás.

      Después de contemplar la dimensión personal de la integridad, el libro salta al plano social. Aquí, la integridad viene a ser la integración de las funciones y responsabilidades en la empresa con las de la vida en sociedad y las de la política. Íntegro es el hombre o la mujer que no tiene fisuras en su vida, dijimos antes. Íntegro es el que armoniza su vida personal con sus diversas actividades sociales, como miembro de diversas comunidades, en las que no se siente encajado a la fuerza o por casualidad, sino con una misión: la de contribuir al bien común de esa comunidad y de toda la sociedad. Íntegra es, por extensión, la empresa u organización que fomenta, primero, la integridad, la unidad interior de sus miembros; segundo, la unidad de propósito y de acción entre todos, y finalmente, la colaboración de la misma organización y de sus miembros con la sociedad toda: la participación en el bien común.

      A lo largo del libro, el lector se encontrará una vez y otra con la integridad, bajo diversos nombres y con muchas imágenes. Es —nos dicen los autores— coherencia, unidad de vida; se opone a la insinceridad; invita a hacer no ya lo que uno dice, sino, sobre todo, lo que uno hace; busca lo justo en cada caso, aunque sea costoso; actúa con prudencia; se aleja del oportunismo y de la deslealtad. De alguna manera, nos van identificando una conducta íntegra con una conducta ética. Y de este modo, poco a poco, los autores nos van definiendo lo que es un buen directivo.

      Y este es el gran regalo del libro: un magnífico tratado sobre qué significa ser un buen directivo, un directivo justo, honrado, competente, excelente, en una palabra. Capaz de actuar racionalmente, nos dicen los autores: que no quiere decir ser frío, distante, sino más bien lo contrario. Porque el buen dirigente tiene sentimientos; sabe oír al corazón, que le ayuda a descubrir lo que puede hacer daño a los demás; pero se esfuerza por no actuar por sentimentalismo, que es una coartada para encubrir la falta de fortaleza a la hora de corregir, o un argumento a favor de la comodidad para no complicarnos la vida, cuando el bien de los demás y de la organización exige sacrificio.

      La tarea del directivo es dirigir a los demás, a un equipo de personas libres y responsables, pero comprometidas de algún modo con la empresa, para cambiar la realidad, obteniendo resultados que mejoren la vida de clientes, proveedores, empleados, propietarios, comunidad local, hasta la sociedad global, presente y futura. Y esta es, sin duda, una tarea socialmente muy útil. Pero no fácil.

      Por eso, en esta obra se nos recuerda una y otra vez que el directivo íntegro evita cuidadosamente aquellas actuaciones que podrían dañar la consistencia de sus valores. Es prudente, por ejemplo, y somete sus decisiones al escrutinio de los demás. Es sincero, porque sabe que consentir una vez en la mentira es penetrar en un terreno resbaladizo, porque la próxima vez la mentira será más fácil, y lo que decimos para la mentira vale para todo lo demás. Leyendo sobre la integridad aprendemos, en definitiva, sobre las virtudes personales, profesionales y sociales del buen directivo, que se adquieren con perseverancia, superando los errores —que los habrá, porque somos humanos— con humildad y constancia, sin justificarlos con unas supuestas buenas intenciones o echando la culpa a los demás o al entorno.

      Los profesores Paladino, Debeljuh y Delbosco ponen énfasis, con insistencia, en que la integridad crea confianza, algo que no nos queda otro remedio que valorar cada día más en nuestras organizaciones. Yo no sé si, en el pasado, alguna empresa pudo prescindir alguna vez de la confianza; sospecho que no, porque siempre ha hecho falta ayudar a las personas a trabajar pensando no solo en su interés personal, ni siquiera en la cuenta de resultados de la empresa, sino, sobre todo, en el bien de sus colegas, en la satisfacción de sus clientes y proveedores, en la motivación de sus accionistas y en el refrendo social a sus actividades y resultados; porque sin todo esto la empresa no pasa de ser un proyecto transitorio, finito, caduco. En todo caso, la empresa del siglo veintiuno, en la medida en que fundamenta su actividad en equipos humanos en los que se crean, comparten y desarrollan conocimientos y capacidades, es una empresa basada en la confianza, que no puede prescindir de ella, entre otras razones, porque la confianza se pierde en un minuto, y cuesta años recuperarla.

      Y aquí vuelve a aflorar la integridad del directivo, que es la base sobre la que se crea ese equipo humano en el que radican las capacidades distintivas de la empresa, eso que “solo”

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