Integridad. Marcelo Paladino
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Lamentablemente pasaron los años y el problema no solo retrocedió, sino que recrudeció con una violencia inusitada, en Argentina en particular, y en el mundo en general. Basta solo mencionar la crisis de las hipotecas en USA, el caso Oddebrecht y lava jato en Brasil, hasta con presidentes detenidos.
La Argentina parece estar en una encrucijada vital: ¿Seremos capaces de derrotar, o al menos disminuir, la marea de corrupción que nos rodea?; ¿podremos reinstalar valores mínimos de conducta social, económica y política en un contexto en donde miles de personas se benefician de operar con dis-valores? y ¿qué futuro nos espera si esto no se logra?
Esto cobra particular relevancia cuando el contexto argentino hoy no es solo de corrupción, sino que se ha logrado instalar uno en el que impera la mega corrupción, esto es, que la confianza en las instituciones claves y fundamentales para la organización social no tienen credibilidad alguna. De ahí la urgencia de plantear una lucha frontal, que depende más de la calidad de las personas que del diseño técnico de normas o instituciones. Y es aquí en donde el planteo de la integridad cobra fuerza y le da un verdadero sentido al riesgo de asumir la lucha contra la corrupción como el mayor legado que se puede dejar a las generaciones futuras.
De aquí que este libro va dirigido a personas, a cada una en particular, a todos aquellos que comprenden la urgencia del problema y el valor que tiene ayudar a resolverlo, a pesar del riesgo y las incomodidades que puedan estar aparejadas. Karl Popper en La lección de este siglo aporta algunas ideas muy valiosas acerca de cómo encarar esto: “Tenemos que establecer nuestras metas, estas tienen que ser en realidad metas para todos, no para ningún sector en particular de la sociedad (…) El futuro está muy abierto y depende de nosotros, de todos nosotros. Depende de lo que usted y yo y mucha otra gente haga, hoy, mañana y pasado mañana. Y lo que hagamos depende de nuestras ideas y deseos, de nuestras esperanzas y temores. Depende de cómo veamos el mundo, y de cómo evaluemos las posibilidades abiertas del futuro. Esto significa que tenemos una gran responsabilidad”.
Y nos atreveríamos a decir que de no considerar estas cuestiones se puede terminar cumpliéndose el sabio axioma que dice que “si no vivo como pienso, terminaré pensando como vivo”.
Integridad como opuesto a corrupción frente a la crisis de credibilidad que hoy en día envuelve a muchas instituciones de la sociedad y a las empresas en particular. Vemos que la gente de empresa empieza a preguntarse cuál podría ser la clave para enfrentarla con fortaleza y creatividad. Y para ser leales con el lector queremos aclarar que quizá la respuesta puede encontrarse recién al final del libro y no entre sus páginas, porque la respuesta consiste en la determinación personal y grupal a actuar desde la integridad. Si bien este texto puede ser un válido aporte para el conocimiento de la integridad, no reemplaza la contundencia de la decisión personal. Sin embargo, entendemos que, para impulsar a la acción, resulta necesario y también sugerente conocer qué cosa está en juego cuando se habla de integridad.
El tema de la corrupción —en instituciones, personas y procesos—no conoce límites de latitudes, está instalado por doquier, lo cual hace más imprescindible la toma de decisiones a la luz de la integridad, porque si cada uno no se decidiese a intervenir y a innovar sería como si se abandonara fatalmente a un destino adverso, dejando así libertad de maniobra indudablemente a los más inescrupulosos. En particular porque el dejarse llevar por la corriente no es propio ni digno de quienes se caracterizan por su capacidad de crear y emprender. La decisión de actuar con integridad en toda circunstancia no es solo una cuestión individual, sino que de ella depende la calidad de vida de muchas personas y de comunidades enteras. El trabajo empresario impacta en la vida de las personas no solo a través de los servicios y productos, que son el efecto visible de la organización, sino sobre todo por las redes de cooperación y confianza que se establecen entre quienes están involucrados en la actividad, cada uno desde su rol específico. En forma más amplia, la empresa crea cultura.1 Robert Solomon enfatiza en esta idea, afirmando que “cada uno se convertirá en la persona que la empresa desarrolle”.2
La certeza del impacto de la empresa en la vida de las personas, más allá de la opinión de los expertos del management, también empieza a ser mencionada en los trabajos conclusivos de muchos alumnos del Master en Business Administration (MBA), que perciben todo lo que está en juego en la gestión empresarial, y por eso se animan a proponer con lucidez que la función directiva tenga “a la integridad como el primer atributo base, a partir del la cual se puede plantear la responsabilidad y finalmente la cooperación hacia un bien mayor”.3
Tal vez este enfoque pueda parecer algo lejano para muchos lectores, pero vale la pena reflexionarlo, especialmente a la luz de la experiencia de cada uno. Bernardo Kliksberg es un experto del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que ha trabajado mucho la relación entre problemas éticos-corrupción y desarrollo, y plantea que cuanto mayor es la corrupción más difícil es el desarrollo. La solución a este problema es propiciar verdaderos cambios de conducta en el seno de la sociedad, lo cual incluye y responsabiliza a la institución empresa y al empresario.
Integridad como unidad
La percepción de la centralidad de la integridad como fundamento para una buena tarea directiva marca un cambio sustancial en la concepción del management, devolviéndole plenamente su función de actividad humana libre, dotada por lo tanto de una dimensión ética y capaz de crear comunidad. Se trata de una innovación que se proyecta al futuro, porque llegará el momento en que “los funcionarios de una organización serán seleccionados, evaluados y desarrollados en función de esos conceptos”.4 El cambio de mentalidad implica un cambio de cultura, y en este proceso las personas están llamadas a ser protagonistas porque la cultura no solo se hereda, también se transforma a través de aportes genuinos.
Nos preguntamos por qué se encuentran tan desintegrados los distintos ámbitos en los que nos toca actuar. Lo personal, lo familiar, lo laboral, lo moral, etcétera, parecen estar desconectados entre sí en nombre de la eficacia. Pero también hay fragmentación de los distintos actores de la sociedad, en la cual cada uno atiende a su juego y no tiene en cuenta el resultado final de las interacciones que, necesariamente —en el corto o en el largo plazo—, lo involucra (figura 1).
Figura 1. La fragmentación como decrecimiento
Se trata entonces de resolver un rompecabezas sumamente intrincado, en el cual lo empresarial se combina con lo ético, lo familiar con lo productivo y los valores económicos con los valores morales. Situación compleja y difícil de resolver, que impulsa a algunas personas a simplificar erróneamente; tal como expresaba un presidente de empresa, quien decía que había conseguido superar los dilemas de las situaciones que le tocaba vivir dejando sus valores personales colgados en el perchero. Actitud que más que una solución parece un camino hacia la esquizofrenia.
Lo más grave del caso es que no se trata de una situación poco frecuente, sino todo lo contrario, suele ser el modo más expeditivo de salir del problema inmediato. Aquí lo que está en juego es la noción misma de vida exitosa, porque al hablar de “vida” estamos dejando de lado el corto plazo. Por eso es importante tener presente que ser auténticamente una persona exitosa consiste en poder vivir con los propios valores en todas las dimensiones en las que uno actúa, y particularmente en el ámbito de trabajo en la empresa, en el cual se emplean muchas horas del día de una persona y sus horas más lúcidas y eficaces; por eso se trata de un lugar privilegiado para probar la vigencia de esos valores.
Nuestra preocupación por la integridad surge entonces de la necesidad de estructurar las distintas actividades y los valores de las personas sobre la base de una misma fundamentación. Esto ayudará al desarrollo integral de la persona y contribuirá a hacer del trabajo de cada uno dentro de la empresa una instancia de verdadero