E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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Selena se sonrojó de vergüenza ante ese juicio tan claro y el crudo recordatorio de su tan hiriente comentario.
—Seguro que ahora me odia y el tío Elliott también.
—Tal vez ella sí, pero sois familia y te adoraba hace no mucho tiempo. Creo que si cree que lo lamentas de verdad, te dará otra oportunidad. En cuanto a tu tío, está decepcionado contigo, pero él jamás podría odiarte.
—¿La llamo ahora? Seguro que está en casa de la abuela. Sé que tengo prohibido el teléfono, pero a lo mejor esto podría ser una excepción —dijo esperanzada.
—Creo que podría serlo. Pero diez minutos, nada más. Y no pienso levantarte el castigo.
—Ya me lo imaginaba —contestó Selena resignada.
Estaba a punto de salir de la cocina cuando Adelia sacudió la cabeza.
—Usa el teléfono aquí dentro —le ordenó.
—¿No te fías de que haga la llamada y diga lo que te he prometido?
—Lo siento, niña. Vas a tener que volver a ganarte mi confianza.
—Imagino que es parecido a lo de papá —dijo sonando de pronto como una chica mayor—. Él también estaría castigado si eso funcionara con los mayores.
«Ojalá», pensó Adelia. Pero no estaba segura de que existiera un castigo apropiado para la forma tan humillante en que la había estado tratando su marido. Aunque eso era algo que Selena no tenía por qué saber.
—Haz esa llamada y después puedes volver a tu habitación para terminar los deberes.
—¿Vendrá papá a cenar esta noche?
—Lo dudo.
Selena se puso seria.
—¿Va a volver a casa?
—Volverá —dijo Adelia con una confianza que estaba muy lejos de sentir. Y el problema era que cada vez estaba menos segura de querer tenerlo en casa.
Karen había estado haciendo turnos extra en Sullivan’s durante la última semana. Estaba haciéndolo en parte por las horas extraordinarias, pero también porque en cierto modo esperaba evitar más batallas con Elliott por el asunto del dinero del gimnasio. Hacía días que no tenían oportunidad de mantener una conversación privada en casa, y esa mañana durante el desayuno había oído la impaciencia en su voz después de que le hubiera dicho que esa noche volvería a trabajar hasta tarde.
—Pero no tienes que preocuparte por los niños —le había dicho como si ese fuera el problema—. Es sábado por la noche y tienen planeado dormir en casa de sus amigos.
—¿Y no hace eso que sea la noche perfecta para que los dos tengamos una noche para nosotros solos? —le había preguntado con tono razonable.
Ella no había podido ni mirarlo a los ojos al responder.
—Necesitamos el dinero, Elliott, sobre todo si sigues pensando meterle mano a nuestros ahorros.
—Esa es una de las cosas que tenemos que hablar. He solucionado el asunto. Seguiré necesitando un poco de nuestros ahorros para invertir, pero no habrá necesidad de hipotecar la casa.
Lo había dicho como si, alguna vez, esa hubiera sido una opción viable.
—Me alegra saberlo —le había respondido incapaz de contener la ironía en su voz.
Pareció que Elliott quisiera enzarzarse en otra discusión, pero ella se había marchado diciendo que llegaba tarde al trabajo.
Sin embargo, Karen sabía que no podría evitar el tema para siempre.
Ahora que estaba en Sullivan’s, por fin podía relajarse e incluso logró sacarse de la cabeza toda la controversia del gimnasio y la tensión que había en casa mientras preparaba el almuerzo.
Dana Sue los había animado a todos a experimentar con las recetas y a Karen le encantaba hacerlo. Después de haber trabajado en un restaurante country donde la carta había estado limitada básicamente a hamburguesas, batidos y comida frita, disfrutaba probando hierbas distintas y combinaciones atípicas de ingredientes.
Aunque la carta de Sullivan’s prometía una cocina sureña, Karen había descubierto todo tipo de modos de actualizar las recetas tradicionales y Dana Sue consideraba que se le daba especialmente bien. Era la primera vez que alguien había impulsado sus habilidades culinarias y disfrutaba de las cálidas y frecuentes alabanzas.
Acababa de terminar una nueva variante de macarrones con queso, plato que solían emplear como entremés, cuando Dana Sue entró en la cocina.
Ignorando a Erik, que estaba concentrado glaseando una tarta terciopelo rojo para la lista de postres del día, llamó a Karen.
—¿Puedes tomarte un descanso? Me gustaría verte en mi despacho.
A Karen le dio un vuelco el estómago al seguir a su jefa hasta la diminuta habitación que hacía las funciones de su despacho, además de almacén para productos de papel y todo lo que no sabían dónde meter. Logró abrirse paso entre lo que allí había, quitó un montón de carpetas de la única silla de más que tenía, y se sentó.
—¿Algo va mal? —le preguntó a Dana Sue nerviosa. Habían tenido suficientes discusiones en el pasado por sus ausencias y errores como para pensar que Dana Sue iba a soltarle una reprimenda, sobre todo al haber insistido en que la charla fuera privada. Si hubiera sido otra cosa, habría hablado delante de Erik.
—No tiene nada que ver con tu trabajo —le aseguró al instante—. Lo estás haciendo genial. Me encantan algunas de las innovaciones que has probado para la carta. Eres tú por quien estoy preocupada.
—¿Por qué?
—Has hecho turnos extras casi todos los días esta semana.
—Tina necesitaba tiempo libre.
Dana Sue la miró fijamente.
—¿Es por eso? Erik y yo ya hemos cubierto a Tina antes, sobre todo en las noches de diario, que son más flojas.
Karen no podía dejar de preguntarse si la charla se debía a las horas extras.
—No pensaba que pudiera importarte, y me vendría muy bien el dinero.
—No se trata del dinero, y siempre agradecemos otro par de manos. Esta noche nos vendrás como caída del cielo. Solo me pregunto si te estás escondiendo aquí para evitar ir a casa —levantó una mano—. Sé que es una pregunta personal, y no tienes que responder, pero, sinceramente, me siento un poco responsable de la tensión que hay entre Elliott y tú. No creo que ninguno nos diéramos cuenta de los problemas que podría causar el plan del gimnasio.
Karen soltó el aliento que había estado conteniendo.
—Para