E-Pack HQN Sherryl Woods 2. Sherryl Woods
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La pizza que Karen y Elliott habían pedido llegó en ese momento y Maddie y ella se pusieron manos a la obra. Para cuando Cal volvió seguido de Elliott, ya solo quedaba una porción. Elliott miró el plato casi vacío.
—¿Y la cena?
—Estaba deliciosa —respondió Maddie—. No sé por qué nunca se me había ocurrido ponerle jalapeños.
Elliott sacudió la cabeza y miró a Cal.
—Creo que han pasado de nosotros —y mirando a Karen con cautela, añadió—: ¿Al menos podemos sentarnos con vosotras?
—Claro —contestó ella más calmada ahora que había tenido una conversación con alguien sensato que no intentaba convencerla para ir en contra de sus convicciones.
Pero justo cuando los dos hombres estaban a punto de sentarse, Maddie alzó una mano.
—Por ahora esta es una zona libre de asuntos del gimnasio. ¿De acuerdo?
Cal y Elliott se miraron y asintieron.
—Bien —dijo Maddie—. Porque la indigestión no aparece en la carta. Los jalapeños son lo más extremo que puede soportar mi cuerpo. Además, las citas deberían ser divertidas y relajantes.
Karen la miró sorprendida.
—¿Tenéis citas?
—Claro —respondió Cal—. Si no, nunca vería a mi mujer.
—¿Y cuántas veces a la semana? —preguntó Elliott mirando a Karen.
—Yo intento que sean siete —dijo Cal sonriendo—. Con tantas, imagino que tendré que tener suerte al final de la noche al menos una vez.
Maddie le dio un codazo.
—Anda, calla. Intentamos que sean dos, pero damos gracias si logramos que sea una.
—Nosotros acabamos de empezar a intentar incorporarlas a nuestra rutina —admitió Karen—. Tuvimos la primera hace unas semanas. Esta noche es la segunda.
—Y aquí estamos nosotros molestando —dijo Maddie como si se hubieran plantando en la mesa sin ser invitados y hubieran interrumpido un momento íntimo, más que intervenir en lo que, claramente, había sido una discusión.
—Necesitábamos unos árbitros amables —dijo Elliott—. Agradezco que estuvierais por aquí.
—Yo también —dijo Karen mirando a su marido. No había duda de que estaba preocupado por su desacuerdo, aunque si era porque habían discutido o porque ella no le había dado la razón, era algo que no podía saber.
Ya en la cama, Elliott vio cómo Karen se desvestía y se ponía un camisón de seda que, de ser por él, no tendría puesto dentro de quince minutos.
De camino a casa había estado muy callada, pero tenía esperanzas de que pudieran cumplir la tregua sobre la que Maddie había insistido.
Cuando había terminado en el baño y se había metido en la cama con él, Elliott se había acercado.
—Tenemos que hablar —había protestado Karen apartándose.
—Esta noche no —respondió con firmeza—. Los dos hemos dicho muchas cosas antes. Ahora lo mejor sería olvidarnos y volver a hablar por la mañana cuando tengamos las ideas más claras.
—Las tengo muy claras ahora mismo y no he cambiado de opinión —le dio la espalda y se acercó todo lo que pudo al borde de la cama para estar lo más alejados posible.
Él suspiró. Estaba claro que lo de hacer las paces haciendo el amor no entraba en los planes. Se quedó mirando al techo e intentó pensar qué hacer ahora. ¿Cómo podía hacerle entender lo importante que era ese gimnasio para formar su identidad como hombre y para el futuro de ambos?
—¿Elliott?
El susurro sonó medio adormilado y, si oía bien, un poco asustado.
—¿Qué, cariño?
—No sacarás el dinero a mis espaldas, ¿verdad?
Odió que tuviera esa opinión de él.
—No. Jamás haría nada a tus espaldas. Deberías conocerme mejor que eso.
—Pero sí que es lo que habría hecho tu padre, ¿verdad?
Elliott pensó en ello un minuto y lo cierto era que no podía negarlo.
—Es más que probable.
—¿Y qué habría hecho tu madre?
—Habría aceptado su decisión como cabeza de familia.
En ese momento ella se giró hacia él y, bajo la luz de luna que se colaba en la habitación, Elliott pudo ver el rastro de unas lágrimas en sus mejillas.
—Yo creo que no podría hacerlo.
Aunque una parte de él deseaba que las cosas fueran más fáciles entre los dos, que su palabra fuera a misa, sabía que no podía esperar que eso sucediera. Él no era su padre y ella, gracias a Dios, no se parecía en nada a su madre.
—Y yo jamás esperaría que lo hicieras —le aseguró—. Somos compañeros, Karen, y lo solucionaremos juntos.
—Pero no sé cómo. Tú tienes tus necesidades y yo las mías. No son las mismas.
—Tenemos una necesidad primordial que es la misma para los dos. Nos queremos y creemos en este matrimonio, así que haremos lo que haga falta para que funcione —la observó con preocupación—. Tengo razón, ¿no? Este desacuerdo no ha hecho que se tambalee la fe que tienes en los dos, ¿verdad?
—Me ha asustado —admitió—. No sé cómo podemos obtener lo que tanto deseamos cada uno.
En ese momento, Elliott tampoco sabía cómo, pero lo lograrían. Lo harían como fuera porque hacer menos era inaceptable.
Solo unos días después de su confrontación con Karen, Elliott volvió a reunirse con los chicos para tratar algunos detalles. Todos estaban decididos a seguir adelante y las ofertas de sus amigos para cargar con el peso económico seguían en pie. Sin embargo, hasta el momento, él había insistido en que encontraría el modo de pagar su parte.
El partido de baloncesto de esa noche había dado paso a una reunión de negocios en casa de Ronnie, donde podrían intercambiar información y trazar un plan de negocio definitivo. Elliott debía de haber estado muy callado porque Ronnie se dirigió a él diciendo:
—¿Sigue Karen reacia a que formes parte de esto?
—No con el concepto —respondió Elliott avergonzado de haber admitido eso.
—Es