Amigos muy íntimos. Diana Hamilton

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Amigos muy íntimos - Diana Hamilton Julia

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la puerta principal, preguntándose si ella seguiría enfrascada en la traducción de ese libro técnico del italiano, alemán o lo que fuera, o si lo habría terminado ya.

      Confiaba en que fuera lo último. Sabía que ella no necesitaba trabajar, ya que tenía dinero más que suficiente, pero cuando tenía un proyecto entre manos, no lo dejaba hasta que estuviera terminado. En cuanto le abriera la puerta, se lo preguntaría.

      Pero fue su socio el que le abrió. Para ser un hombre de sesenta años, casi no tenía arrugas en la cara y solo su cabello gris y una cierta gordura delataban su edad. Y sus ojos revelaban a su vez la vergüenza.

      Edward Trent no se sentía cómodo con las emociones. Si tenía alguna la mantenía firmemente oculta y esperaba que todo el mundo con quien estuviera en contacto hiciera lo mismo. James era igual en ese aspecto y, seguramente, era por eso por lo que se llevaban tan bien.

      —Me alegro de que me des cobijo por uno o dos días —dijo James—. Siento la necesidad de tranquilizarme por un tiempo. Pero no te voy a aburrir con todos los detalles desagradables, así que sugiero que dejemos todo el tema de mi pública ruptura a un lado y corramos un tupido velo.

      —Es lo mejor —dijo Edward y suspiró aliviado—. Aunque antes de que lo dejemos, he de decirte que estás mejor así. Como ya sabes, Mattie y yo la conocíamos solo de una vez y ambos estuvimos de acuerdo en que no era lo bastante buena para ti. Es cierto que era de buena familia. Y sería una buena anfitriona, cosa que ahora que te has hecho con las riendas de la empresa, es algo que necesitas. Pero era egoísta y dura. Nunca habría funcionado. Una vez dicho esto, ¿Quieres ir a refrescarte un poco a tu habitación o te tomas algo conmigo antes de cenar?

      —Prefiero tomarme algo.

      Dejó su bolsa al pie de la gran escalera que daba al piso superior y siguió a Edward hasta el salón.

      ¡Así que Mattie había pensado que Fiona no era suficientemente buena para él! ¿Y qué sabía ella al respecto? En su opinión, la hija de su socio no vivía en el mundo real. Su vida se limitaba a esa torre de marfil aislada, dedicada solo a su trabajo. Era completamente inocente, ignorante de lo que pasaba entre los hombres y mujeres adultos y sexualmente activos.

      No tenía ningún derecho a emitir juicios.

      Por lo que él sabía, Mattie no tenía ninguna vida sexual, así que, ¿cómo podía entender el ansia de un hombre por poseer a una mujer tan hermosa, tan provocativa como era Fiona.

      Se dio cuenta de que seguía con el ceño fruncido y se obligó a relajarse mientras aceptaba el whisky de malta que le ofreció Edward. Luego ambos se sentaron y él preguntó:

      —¿Dónde está Mattie?

      —En la cocina —respondió Edward—. Me temo que tenemos la mala suerte de que la señora Flax haya decidido tomarse sus vacaciones precisamente ahora. Ya sabes que, fuera de su trabajo, Matilda es tan organizada como una niña de dos años.

      James le dio un trago a su whisky. ¡Pobre Mattie! Sabía muy bien que, si no fuera por su presencia allí, ellos dos se habrían conformado con unos sándwiches o algunas latas mientras que no volviera el ama de llaves. No iba a permitir que ella se estresara demasiado, así que, a partir del día siguiente, la ayudaría. Esa decisión lo sorprendió, pero siguió decidido a hacerlo.

      Mattie no estaba en la cocina, sino en su dormitorio, mirándose al espejo. Cuando oyó llegar a James, había sido muy consciente del mal aspecto que tenía con los vaqueros y la sudadera que había llevado durante todo el día en la cocina y el jardín, donde había estado un buen rato cortando muérdago para decorar el salón.

      Pero lo cierto era que tampoco le parecía estar muy atractiva con la falda marrón y el jersey que se había puesto. Su cabello castaño seguía húmedo por la ducha que acababa de darse y parecía casi negro mientras se hacía su moño habitual. Estaba demasiado pálida y no podía hacer nada con el peculiar color amarillo de sus ojos.

      Frunció el ceño, se volvió y recogió la ropa sucia. No serviría de nada maquillarse. Sabía que era fea, lo había sabido siempre. Y por mucho que se mirara al espejo, no alteraría una nariz muy corriente, una mandíbula demasiado ancha y una boca demasiado carnosa.

      James no se percataría si fuera a cenar vestida con un saco. Él la llamaba a veces ratón. Y así era como la veía. Algo pequeño, tranquilo, gris. Insignificante. Lo sabía muy bien, ¿no? Había aceptado la dura realidad hacía años. Entonces, ¿a qué venía ahora esa especie de autocrítica?

      Tenía que controlarse. James no había hecho nada nunca para animarla a que sintiera lo que sentía por él. Era, por suerte, completamente inconsciente de la profundidad de sus sentimientos. Tan profundos eran que ella nunca le había prestado atención a ningún otro hombre. Nunca se había visto tentada a seguir el ejemplo de sus amigas de la universidad y jamás había ligado con nadie.

      En vez de seguir allí, pensando en lo que nunca podría ser, debería estar abajo, tratando de ser amable y comprensiva. Con un poco de suerte, eso serviría para calmar el dolor de su corazón roto.

      Así que, ignorando estoicamente su dolor, levantó la barbilla, echó atrás los hombros y salió de su habitación.

      —Por supuesto que te voy a ayudar a preparar el almuerzo —dijo James a la mañana siguiente—. No tengo ninguna intención de permanecer ocioso. Además, ninguno de los dos ha preparado nunca una auténtica comida de Navidad, así que el resultado puede ser divertido.

      Mattie se mordió el labio. ¿Por qué tenía él que ser tan atractivo? ¿Es que siempre se le tenían que agitar las entrañas cada vez que estaba cerca de ella?

      Él llevaba unos pantalones grises y un jersey negro de cachemira. Era la perfección masculina en persona, con unos ojos grises que contrastaban con sus largas pestañas y cejas tan negras como su cabello.

      Tenía que pensar en cualquier otra cosa. En lo que fuera.

      —Si te preocupa que vaya a repetir la actuación de la cena de anoche, no temas —dijo ella, sabiendo que había sido un completo desastre—. Lo cierto es que eso no se puede hacer peor.

      Sacó de uno de los bolsillos del delantal las gafas que usaba para leer y se las puso en la nariz.

      —La verdad es que me entró el pánico —continuó—. Lo hice todo mal, ya que es la señora Flax la que cocina siempre, y por eso yo no he tenido que aprender a hacerlo. Pero eso no significa que no pueda. Todo tiene que ser cosa de lógica y planificación. Así que anoche me senté e hice algunas listas y me leí algunos libros de cocina. Tengo todo planeado, hasta el último detalle.

      Y por eso tenía ojeras, pero por lo menos había logrado quitarse de la cabeza que estaban durmiendo bajo el mismo techo. Aunque ella había dormido más bien poco.

      —Estoy segura de que podrías pasar mejor la mañana con papá. Sé que está ansioso por hablar contigo de ese proyecto hotelero en España. ¿O era en Italia?

      —En España —afirmó él—. Y puede esperar.

      Ella tenía un aspecto muy hogareño, con el cabello recogido que dejaba ver claramente su rostro, sus graciosas gafas que se le deslizaban por la pequeña nariz, y sus serios ojos dorados. Estaba dedicando toda su impresionante inteligencia a lo que tenía entre manos.

      ¡Bravo, Mattie!

      —De

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