Amigos muy íntimos. Diana Hamilton
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—No sabía eso. No sabía nada de tu infancia infeliz. Parecía como si tus padres y tú os llevarais bien.
—Cuando estábamos juntos, lo que no sucedía muy a menudo, éramos educados. Yo me adapté y aprendí a no mostrar mis sentimientos. De todas formas, no estamos hablando de mí. Solo te estaba explicando por qué no siento el menor deseo de tener hijos.
—¿Y a Fiona eso le pareció bien? ¡Aunque supongo que no querría destruir su fabulosa figura ni que un niño le vomitara encima de alguno de sus caros vestidos! ¿Y yo qué sacaría de ese matrimonio? —preguntó sintiéndose ya un poco afectada por el vino.
En cualquier momento se pondría sentimental y le soltaría cosas que podrían revelar sus verdaderos sentimientos hacia él. Ya tenía un gran nudo en la garganta.
—Mattie créeme. He pensado mucho en esto. Sería un acuerdo satisfactorio para los dos. Olvida lo de las fiestas, tú eres suficientemente brillante como para no tener problemas con eso, siempre lo has sido. Tengo un enorme respeto por tu inteligencia, por tu capacidad para el trabajo duro. No eres una aprovechada ni me tomarás por idiota, Tienes demasiada integridad para eso. Eras una compañía muy relajante y podemos hacer un gran equipo. Y con respecto a lo que puedes ganar tú con esto, tendrás mi apellido, mi protección y la seguridad de que las exigencias de tu trabajo siempre estarán por delante de tus obligaciones como mi esposa. Sé lo mucho que eso significa para ti. Tendrás una buena casa en una de las mejores zonas de Londres.
—¡Haces que parezca un perro abandonado que necesite que cuiden de él!
James suspiró.
—Estás más cerca de la verdad de lo que te puedes imaginar. Puede que tu padre no te lo haya dicho todavía, pero está decidido a vender la casa e irse a vivir a un piso en el pueblo. Y se va a llevar a la señora Flax. También anda diciendo que te va a pasar a ti sus acciones en la empresa para jubilarse por completo. Si nos casamos, tendrás una casa y el negocio seguirá en la familia.
Ella era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo razonable que era aquello.
—Afróntalo, Matts —continuó él—. Tienes veinticinco años y, por lo que yo sé, nunca has tenido una relación. Si tus ambiciones hubieran sido tener un marido y una familia, ya habrías hecho algo al respecto. Habrías salido más, cuidarías tu forma de vestir, harías las cosas que suelen hacer las mujeres, ya sabes, ir a la peluquería y maquillarse. Dicho eso, ¿qué tiene de malo que dos personas que se caen bien y se respetan hagan un equipo y formen una sociedad con éxito?
Mattie lo miró con los ojos muy abiertos. Se sentía como si, de repente, el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies y el matrimonio con James fuera una roca a la que se pudiera agarrar. Podía olvidarse de su astuto razonamiento que había tras el deseo de él de controlar el cincuenta por ciento de la empresa que tenía su padre, podía olvidar que él no la amaba y nunca lo haría. Eso lo podía soportar, tenía bastante práctica en ello.
Pero lo que no podía soportar era sentirse traicionada. Había creído que su padre, por lo menos, se daba cuenta de su valía, que la valoraba. Pero ni se había molestado en consultarla sobre su decisión de vender la casa de la familia y cederle sus acciones.
Le dolía de verdad.
Ella se había dado cuenta muy pronto de que había sido una desilusión para su madre. Era plana, fea y delgada. Y nada de lo que su madre le había hecho había logrado arreglarla y hacerla parecer bonita. Y se lo había dicho bastante a menudo. Cuando nació su precioso hermanito, su madre se olvidó de que ella existía. Y cuando él murió de meningitis, quedó destrozada y nunca se recuperó. Poco después los abandonó a su padre y a ella.
Pero Mattie había descubierto como hacer que su padre se sintiera orgulloso de ella. A base de buenas notas en el colegio. No solo buenas notas, sino las mejores.
Aunque no debía ser así. Si su padre tuviera una buena opinión de ella, habría hablado primero con ella de esas cuestiones que iban a cambiar sus vidas. ¿O no?
Se puso en pie insegura. Al ver su sándwich apenas tocado se le revolvió el estómago.
—Me casaré contigo, James. Solo hazme saber la fecha y el lugar y allí estaré.
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