Amigos muy íntimos. Diana Hamilton

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Amigos muy íntimos - Diana Hamilton Julia

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una empleada suya. Tenía que decirle que se lo pidiera amablemente y que se lo pensaría. Pero llevaba demasiados años controlando sus emociones en lo que se refería a James y sería una tontería que en ese momento se pusiera a discutir con él.

      Él se limitaría a marcharse de allí y ella nunca sabría el motivo por el que le había hecho esa increíble propuesta de matrimonio.

      —Vamos, Mattie. No tenemos todo el día.

      Su voz era la de un hombre acostumbrado a mandar, al que nadie se atrevería a desobedecer, pero en todo el tiempo que lo conocía, nunca lo había temido ni había tenido la sensación de que estaba tomando el control de su vida.

      Salió de la cocina casi tropezando, antes de que él pudiera hacer o decir nada más.

      Por supuesto, no le tenía miedo, se dijo a sí misma mientras se quitaba el delantal y buscaba su chaqueta. De lo que tenía miedo era de lo que la hacía sentir.

      Estaba desorientada.

      Se puso unas botas.

      —¿Estás lista? —dijo él.

      Estaba impaciente, pensó Mattie. Pero no con la impaciencia de un hombre desesperado por conseguir a una mujer.

      —Sí, lo estoy. Y tengo curiosidad por saber a qué viene todo esto.

      —Te lo contaré mientras almorzamos. Ahora vámonos.

      Fueron en coche al pub del pueblo. No estaba muy lejos y ella no tuvo tiempo para pensar. James quería casarse con ella de verdad. Lo había dicho, pero a ella le estaba costando trabajo entenderlo.

      Hacía años, antes de que hubiera aprendido a controlar sus sueños, se lo había imaginado proponiéndole matrimonio. De rodillas, a la luz de la luna y con un ramo de rosas y todo lo demás, jurándole que siempre la amaría, que había esperado a que ella creciera…

      La realidad era algo completamente diferente a los sueños de una adolescente.

      El pub estaba casi desierto y acababan de encender la chimenea, por lo que hacía frío en el comedor. Mattie no se quitó la chaqueta, pero James le quitó el gorro de lana y luego miró la carta.

      —Así está mejor —dijo sonriendo por fin.

      Parecía tener el control de todo y ella deseó abofetearlo de repente.

      Mattie dejó la carta.

      —No tengo hambre. Solo quiero que me cuentes qué hay detrás de esa propuesta de matrimonio tan poco romántica.

      El tono de su voz le indicó a él que seguía enfadada. Estaba claro que su propuesta de matrimonio la había confundido, pero se lo estaba pensando. Esa era una de las cosas que admiraba de ella, su capacidad para ver los problemas desde todos los ángulos y, en su momento, resolverlos.

      —Te lo contaré mientras comemos, como gente civilizada. Pide algo ligero si no tienes mucha hambre. Yo voy a pedir lasaña.

      ¿Civilizados? Bueno, suponía que podía hacerlo. Pidió un sándwich de gambas y dio un sorbo al vino tinto que él había pedido mientras esperaban.

      Cuando les llevaron la comida, el estómago se le encogió al ver el tamaño de su supuestamente ligero sándwich.

      Tomó un poco más de vino y se comió una gamba. Una menos. Solo debían quedarle unas quinientas más. ¿Cómo podía él comer con tantas ganas su lasaña? Fácil. No tenía el estómago lleno de mariposas revoloteando y no le dolía el corazón como a ella.

      —Te lo advierto, James, si, como sospecho, quieres comprometerte tan aprisa para devolvérsela a Fiona, ya te puedes olvidar de mí. Encuentra a otra.

      —No recuerdo haber hablado de compromisos. ¿Para qué si podemos estar casados en menos de tres semanas? Y deja a Fiona fuera de esto.

      —No podemos hacer eso. Has dicho que no crees que el amor exista. Has estado saliendo con mujeres hermosas desde que puedo recordar, pero solo con Fiona quisiste sentar la cabeza y casarte. Debes amarla. Me puedo imaginar el dolor que sentiste cuando te rechazó, pero precipitarte al matrimonio con otra no hará que ese dolor desaparezca. Cuando superes lo de Fiona y recuperes el sentido te encontrarás atado a una esposa a la que no podrás amar. Y yo no querría ir por la vida de segundo plato.

      —No sabes de lo que estás hablando.

      James se dio cuenta de que ella estaba pensando en un matrimonio normal y no era eso lo que él había pensado. Si ella dejaba de hablar de Fiona durante cinco segundos, podría explicárselo.

      Le rellenó la copa de vino y le contó lo que consideraba necesario de su compromiso roto.

      —Eché un vistazo a mi estilo de vida y decidí que necesitaba una esposa. Fiona estaba disponible, era guapa y una muy buena anfitriona. Algo esencial, ya que, como sabes, con la casa heredé de mi padre a la señora Briggs. Está a punto de jubilarse y lleva bien las cosas rutinarias de la casa, pero no le puedo pedir que organice una cena para media docena de invitados, colegas de negocios, y sus esposas. Bueno, debes tener alguna idea de lo que te estoy hablando. Así que el matrimonio me pareció la respuesta. Pero no funcionó. Así que, de acuerdo, tal vez la experiencia me haya amargado y es por eso por lo que te estoy proponiendo un matrimonio de conveniencia. Por supuesto, solo de nombre. Una esposa puede hacer de parapeto y mantener apartadas a las demás aspirantes. Unas aspirantes que ya no me interesan.

      Eso significaba que él seguía enamorado de Fiona y que su rechazo le había dolido. Sin duda mucho, ya que era la primera vez que lo rechazaban. Estaba afectado, y se le notaba en las ojeras y la sequedad de su boca. Quiso quitarle ese dolor, pero sabía que no podía.

      Entonces le dijo:

      —Puedo entender por qué te sientes así en este momento. Pero créeme, no durará. Las mujeres se arrojan a tus brazos y, en su momento, te sentirás tentado de aceptarlas. Eras un hombre muy sexy, James Carter.

      Él parpadeó y Mattie trató de no sonreír. Casi parecía como si supiera de lo que estaba hablando. ¿Qué sabía ella de la lujuria? Nada.

      —Mattie, si nos casamos, te prometo que dejaré de ligar. Tienes mi palabra.

      Y lo decía muy en serio, las relaciones basadas en el sexo le habían causado más problemas que otra cosa.

      Una vez dada su palabra, él nunca se echaba atrás y ella lo sabía muy bien. Así que, si se casaban, ella no tendría que preguntarse dónde estaba él o con quién si no volvía a casa por la noche. Aunque no tenía la menor intención de aceptar su propuesta.

      Era impensable.

      Dio otro sorbo a su copa y dijo:

      —No has pensado en esto. Vas a querer tener hijos.

      Él le sirvió lo que quedaba del vino en su copa vacía.

      —Yo tenía diez años cuando me di cuenta de que, para mis padres, no era más que una molestia. Les pedía cosas que ellos eran incapaces de darme. Tiempo, cariño, amor… Me enviaron a un internado para quitarme de encima. Y durante las vacaciones estaba siempre con niñeras para que me cuidaran ellas. Si yo tenía preocupaciones, problemas, éxitos,

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