Amigos muy íntimos. Diana Hamilton
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—Si eso es lo que quieres de verdad…
No podía permitirse creer que, de verdad, a él le gustaba estar con ella. Pero lo cierto era que James, tal y como se estaba comportando de amablemente con ella, era un peligro para su paz mental.
Y lo siguió siendo durante todas las fiestas, con su encanto, haciéndola pensar a veces que ese viejo dicho de que, si se desea algo con todas las fuerzas, acaba por hacerse realidad. Solo a veces él pareció dejarse llevar por la oscuridad de sus pensamientos y parecía profundamente pensativo. Estaba segura de que estaba añorando su amor perdido. Aunque lo cierto fue que no mencionó a Fiona ni una sola vez.
La mañana del día en que se suponía que James tenía que irse, Edward se fue a dar un paseo para bajar la comida.
—Lo has hecho muy bien, Mattie —le dijo como sorprendido—. Pero claro, James estaba ayudándote y cuidando de que no hicieras más estropicios.
A Mattie no le gustó eso. Había trabajado duramente para sacar alguna lógica de los misterios de transformar unos elementos básicos crudos en algo que se pudiera comer. Se merecía alguna alabanza, pensó mientras pasaba la aspiradora por la casa con más pasión que eficacia.
La iba a guardar ya en la cocina cuando apareció James.
—¿Listo para marchar? —le preguntó tranquilamente aunque por dentro no lo estaba en absoluto.
Lo iba a echar mucho de menos. Seguramente se pasaría meses sin volverlo a ver. La noche anterior había oído a su padre decirle que se pasaría por las oficinas de Londres en un día o dos para hablar del complejo hotelero en España, así que no lo vería en un futuro cercano.
—Casi.
James cerró la puerta y se apoyó contra ella, con los brazos cruzados, como tapándola la salida. Mattie lo miró. Estaba magnífico, aún con esos vaqueros gastados y la chaqueta de cuero viejo.
Realmente tenía que dejar de pensar así. Durante años había logrado contener sus emociones y lo podía hacer de nuevo. ¡Por supuesto que sí!
Cerró el armario donde había dejado la aspiradora y se volvió hacia él.
—¿Quieres un café antes de marcharte?
Eso estaba mejor. Había logrado tragarse el nudo que tenía en la garganta y, al parecer, estaba recuperando la calma.
—Yo no —dijo él al tiempo que se acercaba mirándola fijamente—. Hay algo que te quiero preguntar. Y antes de que me saltes al cuello, quiero que te lo pienses cuidadosamente, que pongas a funcionar tu inteligencia habitual.
James se detuvo dejando un cierto espacio entre ellos. Sonrió cuando ella lo miró extrañada. La idea se le había ocurrido de repente, y era bastante buena. Desde que se le ocurrió la noche anterior, se lo había pensado mucho. Se le había ocurrido después de hablar con Edward.
Tenía sentido. Y conocía a Mattie. Cuando se hiciera a la idea de tener que desarraigarse, ella también lo vería así.
—Mattie —dijo—. ¿Quieres casarte conmigo?
Capítulo 2
MATTIE estuvo segura de que le había pasado algo en el cerebro. ¿Una embolia quizás? Algo que la estaba haciendo oír cosas raras.
¿James proponiéndole matrimonio? ¿A ella?
—¿Mattie?
A pesar del temor de sufrir alguna afección mortal, fue capaz de detectar una nota de diversión en la voz de él. Así que era eso. Una broma. Una broma sin gracia.
¿Cómo se atrevía? Se lo merecería si ella se lo tomara en serio, si se arrojara a sus brazos y empezara a balbucear cosas acerca de vestidos de novia y de tener hijos. Todos esos años de amar sin esperanzas a ese hombre no evitaban que quisiera castigarlo.
Pero el sentido común se impuso. Hacer como si se lo tomara en serio solo le provocaría más dolor. Rodearlo con sus brazos y cubrirlo a besos sería una tortura.
Se acercó a la pila para llenar la cafetera. Ella sí que necesitaba un café. Por lo menos ahora estaba pensando claramente.
—Ten cuidado, James. Las bromas como esa te pueden salir mal. Puede que te tomen en serio —dijo.
—Lo he dicho en serio, Matts.
Ella se quedó helada. Aquello no era posible. ¿Cómo podía decirlo en serio?
Él se acercó, le puso las manos en los hombros y la hizo volverse. Ese contacto hizo que la recorriese una corriente eléctrica por todo el cuerpo y se apartó. James nunca antes la había tocado así, ni siquiera accidentalmente, y por mucho que ella lo hubiera ansiado, no lo podía soportar, no ahora, no si iba a tener que descubrir cuáles eran sus propósitos.
—¿Tiene esto algo que ver con que Fiona te haya dejado? —le preguntó—. Ella te deja, así que tú te comprometes inmediatamente con otra, solo para demostrar que no es la única, ¿verdad?
¿Tendría razón? ¿Podría él ser tan cruel? ¿La utilizaría de esa manera? ¿Le regalaría un anillo, se aseguraría de que todo el mundo lo supiera para luego dejarla discretamente cuando el público se hubiera olvidado de que Fiona lo había dejado?
—¿Y bien? —insistió—. ¿No tienes respuesta por una vez en tu vida? ¿O es que, de repente, te has enamorado locamente de mí?
James miró su reloj. Había pensado pasarse la tarde en su casa, trabajando. Aquello iba a requerir más tiempo del que había creído.
—Te tienes en muy poco, Mattie. Deberías dejar de hacerlo. Y no, no estoy más enamorado de ti que tú de mí. De hecho, no creo que el amor exista realmente.
James se resignó a perder toda una tarde de trabajo. Había sido muy optimista cuando pensó que podía exponerle sus razones para el matrimonio en dos minutos y que el cerebro de primera que tenía ella solo tardaría otros tres o cuatro en aceptar las razones por las que eso era deseable y razonable. Lejos de parecer receptiva, la cara de ella no mostraba nada más que ira contenida.
—Lo único que te pido es que escuches lo que te tengo que decir…
Pero entonces oyeron a Edward llegar. No se había esperado que volviera tan pronto. Había preparado eso como una conversación de negocios razonable y, en pocos minutos, se estaba volviendo una farsa.
—¿Así que has decidido quedarte a almorzar después de todo? —preguntó Edward—. Creía que ya estarías de camino a Londres. Y Mattie, si vas a cocinar, no me hagas nada a mí. He tomado un tentempié.
—La verdad es que voy a invitar a comer a Matts —dijo James—. Y gracias a los dos por las molestias que os he causado estos días. Ve a por tu chaqueta, Matts.