El Catatumbo: Tensiones, territorio y prospectiva - Una apuesta desde la biopolítica. Luis Humberto Hernández Riveros

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El Catatumbo: Tensiones, territorio y prospectiva - Una apuesta desde la biopolítica - Luis Humberto Hernández Riveros

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comunicacional, dominantes desde el siglo XVII. Esto, a su vez, implica cambios en lo relacionado con el sistema económico: producción, distribución, intercambio y consumo de bienes y servicios. En consecuencia, ocurren cambios en las tensiones y conflictos sociopolíticos, en el sistema educativo –científico, tecnológico y cultural– y en las formas de gobierno y administración de las diversas instituciones económicas, políticas, sociales e ideológicas, es decir, en las formas de gestión y de participación –la democracia, a lo largo y ancho del sistema y subsistemas que lo organizan–. Este tipo de encrucijadas se caracterizan por poner en nuevas condiciones y perspectivas a la vida humana y su entorno.

      Reconocemos que la humanidad se encuentra actualmente en un estado de dificultades, al decir de los más variados autores que debaten su carácter: “en los países capitalistas desarrollados aparecieron más signos de la crisis en la década de 1970 y principios de la década de 1980” (O’Connor, 1989, p. 27).

      Una crisis estructural que comenzó en la década de los setentas del siglo xx y que mantendrá sus nefastos estertores por diez, veinte o cuarenta años. No es una crisis a resolver en el curso de un año o un momento. Se trata, pues, de la mayor crisis de la historia. (Pardo, 10 de octubre del 2011)

      Al decir de Wallerstein,

      [p]ero el caso es que el mundo está en medio de una crisis estructural y por lo tanto fundamental, de muy largo plazo y por lo tanto que no se presta a una solución sino aun desdoblamiento de muy largo plazo. Simultáneamente, estamos también en medio de un estancamiento económico mundial, que es lo que muchos llaman la crisis. (Wallerstein, 1983, p. 14)

      Si consideramos el carácter o tipo de encrucijada en mención, autores como Paul Krugman (2014) consideran que es una situación funcional al sistema capitalista y otros, como Jeremy Rifkin, la suponen de carácter orgánico o estructural. Una crisis es funcional cuando le resulta necesaria al sistema para retroalimentar sus amenazas y mantenerse vigente; en ese sentido, sus ruidos son transitorios, de corto tiempo y rápida caducidad. Es orgánica, en cambio, cuando impele un cambio de la civilización en la que está inmerso todo el sistema (Ornelas, 2013; Rifkin, 2010). También implica la institucionalización de una nueva condición de la convivencia humana en todas sus variables; al decir de Ernesto Laclau, “crisis orgánica [es] cuando el sistema simbólico requiere ser reformado de un modo radical” (Laclau, 2008, p. 166).

      Este tipo de situaciones representa una situación sinigual para la humanidad, pues se constituye en una deconstrucción de largo aliento de la civilización vigente, al requerir años y centurias para su resolución, como lo ilustra la historia. En ese sentido, vamos para media centuria de vivir en transición; desde la década de los ochenta, esta hace más intensos sus ruidos al incorporar nuevos ingredientes como la situación medioambiental, las migraciones de orden planetario y la inestable alternancia entre gobiernos autoritarios y populares, tan evidente en América Latina.

      Periodo precivilizatorio

      Históricamente la humanidad ha asistido a dos grandes momentos civilizatorios: el primero, el neolítico, hace unos 6000 años; y el segundo, el capitalismo moderno, a partir del siglo XVI. Dichos momentos cruciales tuvieron en las ciudades sus escenarios protagónicos. La nueva fase a la que estamos asistiendo pone la vida en el centro de sus preocupaciones.

      La civilización neolítica se erige a partir del fin de las comunidades precivilizatorias (paleolíticas y mesolíticas) que datan de 1500 000 años. Estas formas originales de organización humana, denominadas también como comunidades gentilicias o clánicas, hacían uso del fuego junto con el lenguaje o comunicación oral. Fueron y son —pues aún existen vestigios vivientes— ajenas a la figura del Estado, aunque no a la jefatura gubernamental ejercida por los consejos de ancianos sobre bandas que contaban con 50 personas, o por aldeas conformadas por 150 miembros. Todos se conocían e identificaban cara a cara; entre ellos primaban los lazos de intercambio recíproco, constituido a través del lenguaje oral en una red vinculante:

      [L]a gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso […] La reciprocidad es la banca de las sociedades pequeñas. (Harris, 1993, p. 6)

      Señala Humberto Maturana que la reciprocidad es un hecho que nos resulta significativo por cuanto valida nuestra condición de animales compartidores, que transferimos lo que uno tiene al otro. Esta naturaleza implica cercanía, confianza e intimidad, de la cual surgirá el lenguaje como un modo de convivir “en la coordinación de la conducta y en las coordinaciones de las coordinaciones de la conducta”, es decir, inmerso en el lenguajear; en las emociones que ocurren al vivir juntos en el lenguaje (Maturana, 2008, p. 44). Todos crecen, a partir de entonces, en el lenguaje2.

      Si en esas comunidades se dio algún tipo de liderazgo político, este fue ejercido por individuos llamados cabecillas, que carecían de poder para obligar a otros a obedecer sus órdenes (Harris, 1993), en el marco de una cultura matrística, fundamentada en la relación madre-hijo. Esta cultura vivía en medio de tensiones y conflictos tribales de carácter ritual del orden mágico-religioso, y su reproducción formativa se sustentaba en la transmisión oral del conocimiento y en el aprender haciendo, imitativo y replicativo.

      Existió una cultura matrística (de matriz), no matriarcal, desde unos 8 mil años hasta 5 mil años a. de C. Recientes hallazgos arqueológicos indican que, en Europa, en la zona del Danubio y en los Balcanes, se desarrolló una sociedad matrística. No era una sociedad en que las mujeres dominaran a los hombres, sino una cultura en que hombre y mujer eran copartícipes de la existencia, no eran oponentes. Había complementariedad. Las relaciones entre los sexos no eran de dominación ni de subordinación. Se vivía de la agricultura, pero sin apropiación de la tierra, que pertenecía a la comunidad. (Maturana, 1 de marzo del 2010)

      Esta cultura quedaría obliterada con la aparición de la civilización, que emerge acompañada de una cultura patriarcal, de disputa competitiva, que niega la reciprocidad humana al negar al otro y trenza las relaciones humanas en la tensión, el conflicto y su máxima expresión, la guerra.

      En ese periodo precivilizatorio, la vida, como el bien y valor más significativo de los seres humanos, estaba supeditada a la sobrevivencia.

      Ese Estado de la humanidad lo podemos ver sintetizado en la tabla 1.

Periodos: paleolítico y mesolítico
• Uso del fuego. • Condición comunicacional: oral • Cibernesis: comunidad de ancianos (senados). • Jefes y cabecillas. La matrística. • El lugar: del nomadismo al hogar, la aldea. • Tecnología: uso del fuego. la madera y la piedra. • La vida: supeditada a la sobrevivencia.

      Fuente: elaboración propia.

      Periodo civilizatorio premoderno

      Hace unos diez mil años, junto a la domesticación de animales como los vacunos y los equinos, la humanidad inventó la agricultura, que llevó a su sedentarización y la posterior constitución de civitas (ciudades). A partir de ese hecho se hablará de la civilización humana. Esos asentamientos urbanos van a requerir un acopio permanente de energía a través del uso generalizado de la biomasa renovable,

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