El Catatumbo: Tensiones, territorio y prospectiva - Una apuesta desde la biopolítica. Luis Humberto Hernández Riveros

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El Catatumbo: Tensiones, territorio y prospectiva - Una apuesta desde la biopolítica - Luis Humberto Hernández Riveros

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grandes corporaciones transnacionales, montadas sobre los grandes yacimientos de energía fósil y su estructura de administración vertical y monopólica, para dar cabida al ejercicio de la participación directa de los productores y distribuidores individuales y colectivos —organizados en pequeñas y medianas empresas comunitarias autosuficientes, autogestoras y cogestoras con otras comunidades e individuos locales—. Esta producción diversa, como decía Gandhi, no se basa en la fuerza, sino en la gente en su propio hogar; no es una producción para las masas sino de las masas. Este sistema de producción, de la mano de las tecnologías de punta como la producción en 3D, sigue la filosofía de acceso de código abierto —por ejemplo, el software con las instrucciones para imprimir objetos no es propiedad de nadie— y ocupa materiales de origen local; todo lo anterior la hace una tecnología que no requiere de grandes capitales y de aplicación universal.

      Lo interesante del asunto es que, si bien estas energías no son aún dominantes en la canasta energética —pues alcanzan cuando más el 10 % del planeta—, sí van siendo un hecho cada vez más generalizado y objeto de atención por parte de las sociedades y Estados proclives al bienestar o buen vivir, como lo podemos ver ilustrado en la tabla 4.

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      Fuente: Hermosilla (2013).

      En América Latina el caso más elocuente es Costa Rica, que generó 99,35 % de su electricidad con recursos renovables durante el primer semestre del 2017, según datos del Centro Nacional de Control de Energía (Cence).

      Entre el 1 de enero y el 30 de junio, el Sistema Eléctrico Nacional (SEN) produjo 5575,61 gigavatios hora con las cinco fuentes renovables de la matriz nacional: agua (74,85 %), geotermia (11,10 %), viento (11,92 %), biomasa (1,47 %) y sol (0,01 %). El respaldo térmico representó 0,65 %. (Madriz, 5 de julio del 2017)

      Por eso consideramos que estamos transitando hacia una nueva fase en la historia de la humanidad: estamos pasando de procesos macros y gigantes, de causas y efectos de grandes revoluciones, a otra de procesos micros, de pequeñas revoluciones locales, cotidianas y permanentes. Dichas revoluciones son proclives a la generación de tecnologías pequeñas y hermosas, como diría Schumacher (1983): arquitectas de lazos de reciprocidad solidaria, proclive a la conformación de comunidades que se reconocen e identifican en el diálogo participativo de sus diferentes saberes, y que pulsan en pro de la satisfacción del bienestar y felicidad de todos y todas en convivencia armoniosa.

      Esta civilización se puede denominar del procomún colaborativo, al decir de Jeremy Rifkin: “está en alza y es probable que hacia 2050 se establezca como el árbitro principal de la vida económica en la mayor parte del mundo” (Rifkin, 2014, p. 11). A partir de ese año, consideramos que el petróleo entrará en picada productiva ante el agotamiento de las últimas reservas, en la actualidad, objeto del fracking.

      Esta supuesta nueva situación civilizatoria requiere de nuestra habilidad para conceptualizar lo que está apareciendo, para pensar y actuar de otra manera la política y el tipo de educación y cultura requeridas. Las redes deben ser vistas como la fuente de prácticas culturales y posibilidades prometedoras. De esta manera es posible hablar de una política cultural del ciberespacio, así como la de la producción de ciberculturas que crean resistencia, transformación o presentan alternativas a los mundos dominantes, ya sean virtuales o reales (Escobar, 2003, p. 355).

      La revolución científica y cultural, junto al uso de la razón, reivindica la emoción, el lenguaje, la biología del amor y la noción de lo público, por cuanto es el

      […] amor […] la emoción que funda lo social: sin la aceptación del otro en la convivencia no hay fenómeno social. Y hubo una cultura matrística que funcionó bajo esos principios: sin dominación de un sexo sobre el otro y sin guerras. ¿Se trata acaso de retornar a aquella cultura de hace 8 mil años?

      No, es imposible. Pero sí podemos intentar una convivencia basada en el respeto, en la colaboración, en la conciencia ecológica y en la responsabilidad social. Y el camino para lograrlo es la democracia.

      Los grandes valores, los grandes ideales de justicia, paz, armonía, fraternidad, igualdad han nacido de la biología del amor y son los fundamentos de la vida en la infancia. Yo pienso que estos valores son propios de la experiencia de la educación basada en la cultura matrística que recibe el niño en su infancia, fundada en el respeto, la cooperación, la legitimidad del otro, en la participación, en el compartir, en la resolución de los conflictos a través de la conversación. (Maturana, 1 de marzo del 2010)

      En esas condiciones, la vida misma se erige como el máximo bien y valor de nuestro ser, lo cual se hace evidente mediante el respeto expresado en todas las formas. Este supuesto periodo civilizatorio de la humanidad lo podemos ver sintetizado en la tabla 5.

Procomún colaborativo: prospectivas
Patrón energético: energías limpias Giro comunicacional: la internet. Administración: cogestión y autogestión. Democracia participativa. Territorio: el cuerpo, local, el lugar. Tecnología: micro. Software. La vida: reconciliada.

      Fuente: elaboración propia.

      La clausura en Colombia del régimen frentenacionalista

      En las negociaciones de La Habana se asistió, en nuestro criterio, a los funerales del régimen frentenacionalista8. Este régimen, por sus características y su larga historia, anidó un conflicto centenario de violencia en el país y, en su fase contemporánea, gatilló a los actores sociopolíticos más recientes: la insurgencia guerrillera. Contrario a las formalidades jurídicas, el conocido oficialmente como Frente Nacional desborda esa consideración periódica, histórica y políticamente, hacia atrás y hacia adelante.

      Definido como una “coalición política concretada en 1958 entre el Partido Liberal y el Partido Conservador de la República de Colombia” (Banrepcultural, 2015), encontramos sus orígenes en el siglo XIX cuando, por primera vez en la historia del país, liberales radicales y conservadores —enfrascados entonces en el conflicto armado de 1851— se coalicionan en 1854 para derrocar al General José María Melo (Silva, 1989; Vargas, 1972). Esa situación se repitió cien años después, en 1956, cuando el Partido Liberal y conservadores laureanistas, trenzados desde antes de 1948 en la violencia bipartidista, luego de avalar un golpe de Estado en 1953, constituyen un frente civil para desmontar la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla. Así fue establecido formalmente el régimen de coalición bipartidista liberal-conservador. Al respecto, el sacerdote Camilo Torres señalaba que:

      [e]l Frente Nacional es el resultado de la racionalización de un conflicto. Conflicto sentimental y conflicto por el manejo del presupuesto y repartición del botín burocrático […] el Frente Nacional, que como primer partido de clase en Colombia constituye un hecho trascendental en nuestra historia política. (Citado por Umaña, 2003, p. 88)

      O, como lo precisaba la Cámara de Representantes de entonces, “Colombia no puede tener por más tiempo dos castas políticas en continua batalla, ni dos clases sociales que no sientan entre ellas el vínculo de la fraternidad en la desgracia, de la amistad en todo el tiempo” (Vázquez, 1992, p. 148). Un sistema de gobierno bipartidista cuyas dos facciones se alternan el poder presidencial por 16 años no es otra cosa que “un instrumento para

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