El sustituto. Janet Ferguson
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Afortunadamente, Laura no volvió a hablar de ello durante la comida, aunque sí mencionó los siete cachorros que había tratado de dejarle su amiga Clare.
–Los va a llevar al Milland Animal Sanctuary, al menos por esta noche. He pensado que no podíamos acogerlos aquí, sobre todo teniendo a Merle y Sparky.
–Has hecho bien –dijo Kate, distraída. Volvía a pensar en Guy. Era posible que dijeran algo sobre el incidente del aeropuerto en las noticias. La suerte estuvo de su lado, pues, a las diez menos cuarto, su madre subió a bañarse.
Y hablaron del incidente en las noticias. Lo mencionaron tras un terrible accidente de tren en India.
–Hoy al mediodía –dijo el locutor–, en la terminal número siete del aeropuerto North Row, ha tenido lugar un desagradable incidente. Un joven blanco, armado con un cuchillo, ha agredido a varios pasajeros, incluyendo a un niño. Se evitaron males mayores gracias a la pronta acción de un pasajero que logró sujetar al joven hasta que llegó la policía.
A continuación pasaron una filmación del incidente. En ella se veía a un hombre, Guy, luchando con el joven. Primero lo golpeaba en el brazo para hacerle soltar la navaja y luego lo sujetaba hasta que llegaban dos agentes.
Kate fue incapaz de reprimir un grito ahogado.
Inquieta y angustiada, se puso en pie. ¿Por qué no le había explicado Guy lo sucedido? ¿Por qué ocultar una cosa así? Sin poder contenerse, subió las escaleras y entró en la habitación de su madre, que se estaba secando el pelo con una toalla.
–Acabo de ver las noticias –dijo, sentándose en la cama–. Han hablado de lo del aeropuerto.
Alertada por la temblorosa voz de Kate, Laura se volvió hacia ella.
–¿Qué ha sido? ¿Una bomba?
–No, un chico con un cuchillo –a continuación, Kate contó a su madre todo lo sucedido, incluyendo que Guy le había pedido que no dijera nada–. Pero no me había contado que fue él quien redujo al chico.
Laura se quedó casi tan conmocionada como su hija.
–¡Vaya! De todos modos, no va a poder ocultarlo por mucho tiempo. John y Sylvia siempre ven las noticias de las diez.
–Sí, lo sé.
–Y Sylvia se pondrá histérica.
–También lo sé. Y lo último que quiere Guy es que se forme un lío por esto.
–Puede que, como acaba de llegar, Sylvia y John no pongan la tele esta noche –dijo Laura, pensativa–. Tendrán muchas cosas de qué hablar, ¿no te parece? Por otro lado, los periódicos de mañana…
–Espero que tío John se entere esta noche –interrumpió Kate–. Si algo va mal con esa pierna… Es muy posible que el cuchillo estuviera sucio, y aunque Guy haya tomado antibióticos, podrían surgir complicaciones.
–Vamos, vamos –dijo Laura en tono tranquilizador–. Guy ya es mayorcito, y, además, es médico. Sabrá lo que tiene que hacer con su pierna.
–Supongo que tienes razón –dijo Kate, sin convicción.
–Y lo que deberías hacer tú es acostarte pronto –dijo su madre con firmeza–. Has trabajado en exceso desde que John se rompió el brazo, y se nota que estás agotada. Supongo que no estaréis de guardia, ¿no?
–No. Le toca a la clínica Grainger.
–Bien. En ese caso, será mejor que hagas lo que te he dicho.
–De acuerdo, de acuerdo. Me acostaré temprano –Kate sabía que era mejor ceder que discutir con su madre.
A pesar de todo, apenas pudo relajarse en la cama. Y cuando consiguió dormirse, soñó que Guy se ponía muy enfermo, tanto que no podía pedir ayuda, y entonces aparecía su tío señalándola acusadoramente con el dedo y gritando una y otra vez: «¡Tú eres la culpable, Kate!»
Capítulo 2
FUE molesto despertar a la mañana siguiente con Guy en la cabeza. Kate pensó que debía averiguar cuanto antes cómo se encontraba. Mientras se vestía, trató de pensar en el mejor modo de hacerlo sin parecer especialmente preocupada.
–He pensado en acercarme a Melbridge esta mañana –dijo a su madre–. Le prometí a tío John que trataría de conseguir el último libro de Robert Goddard. Si lo encuentro, podría dejarlo en Larchwood al volver.
–Si no te importa, te acompaño –dijo Laura–. Me gustaría ver a Guy, y a John, por supuesto. Hace casi una semana que no voy por allí. Pero antes tengo que hacer un par de cosas. ¿Te viene bien que salgamos a las diez?
–Perfectamente –Kate miró su reloj. Aún eran las ocho. Decidió ocupar el rato que le quedaba amontonando las hojas caídas del jardín.
Al salir, sintió que, a pesar de que el sol lucía en el cielo, el aire había refrescado. El verano había pasado.
Faltaban cuatro días para octubre, y una semana después cumpliría veintiocho años. Aquel pensamiento fue un revulsivo. No lo habría sido tanto si aún estuviera con Mike.
–Siempre pensé que podría contar con él –murmuró en voz alta, mientra amontonaba las hojas con el rastrillo.
El sonido de la puerta de un coche cerrándose le hizo mirar hacia la casa. Eran John y Guy.
Respiró, aliviada. Evidentemente, debía encontrarse bien. No tendría por qué haberse preocupado tanto. Aunque, por supuesto, sólo había sido una preocupación profesional.
Su madre ya los había visto y salió a recibirlos, seguida de los perros. Desde el jardín, Kate vio cómo abrazaba a John y luego estrechaba la mano de Guy. Sintiéndose inhabitualmente cohibida, fue a darles la bienvenida. ¿Sabría ya tío John lo sucedido?
–Me han descubierto –le dijo Guy mientras entraban en la casa.
–¡Y deberíamos haberlo sabido antes! –dijo John en tono vehemente–. Al parecer, no pensaba decírnoslo. ¡Y, probablemente, tú tampoco, Katie!
Kate evitó mirar a Guy.
–La verdad es que aún no había decidido qué hacer. Afortunadamente, ya no tengo que hacerlo. Supongo que visteis las noticias.
–Las vimos –dijeron ambos hombres al unísono.
–La noticia también ha salido en los periódicos –continuó el doctor John–, tanto en el Telegraph como en el Mail.
Guy pareció irritado.
–Chris Jaley, mi amigo médico del aeropuerto, debió dar los detalles a los periodistas.
–Fuiste muy valiente –Laura