El sustituto. Janet Ferguson
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–No estoy de acuerdo –dijo Laura mientras servía café en las tazas y animaba a Guy a tomar unas pastas y a servirse azúcar. Kate se fijó en que aceptaba ambas cosas, y eso hizo que le pareciera menos distante y poderoso, más cercano a ella.
También se fijo en el movimiento de sus hombros bajo la elegante chaqueta gris que llevaba puesta, en su espeso pelo, en la forma de sus fuertes manos y en el contraste de sus morenas muñecas con las mangas de la camisa blanca. Bajó la mirada hacia su pierna. ¿Le dolería?
Cuando alzó la vista, vio que Guy la estaba observando con aquella mirada mezcla de burla y diversión que ya conocía de otra ocasión. Fue una sorpresa darse cuenta de lo bien que lo recordaba, pero enseguida pensó que Guy no era la clase de hombre al que uno olvidaba fácilmente.
–Estamos dando una vuelta por el distrito –dijo John, moviendo su cuello cuidadosamente en los confines del collarín–. Quiero enseñarle a Guy las mejores rutas para cuando tenga que visitar a los pacientes. Pero lo cierto es que aún no hemos llegado muy lejos. No hemos podido evitar parar al pasar por aquí.
–Menos mal –dijo Laura cariñosamente.
–De momento no me siento demasiado cómodo en el coche –continuó el doctor John, mirando a Kate–, así que me preguntaba si podrías acompañar tú a John mientras yo me quedo charlando con tu madre. ¿Qué te parece?
–No creo que a Kate le parezca buena idea –dijo Guy, dejando su taza en la mesa de golpe–. Tengo un mapa y sé leer, John. No hay motivo para que Kate renuncie a su mañana libre.
Nadie dijo nada durante unos segundos. Finalmente, Kate habló.
–De todas maneras, pensaba ir a Melbridge esta mañana. Puedes llevarme en el Rover de John y de paso te puedo ir dando indicaciones. Tenemos varios pacientes a este lado del río, aunque la mayoría están en Melbridge.
–En ese caso, me parece buena idea. Te llevo –dijo Guy, dejando a Kate con la sensación de que era él quien le hacía el favor. Pero no era así.
Unos minutos después circulaban en el coche por Guessens Road.
–Puedes dejarme en Melbridge y luego seguir tu camino –dijo Kate–. Tengo que hacer unas cuantas compras que me llevarán un rato.
–¿Cuánto rato?
Sin volver la cabeza, Kate vio que Guy tensaba las manos en torno al volante.
–Más o menos una hora.
–En ese caso, te recojo a la vuelta.
–No tienes por qué hacerlo. Puedo tomar el autobús.
–Sí, seguro que puedes –dijo Guy al cabo de unos segundos durante los que Kate no supo cuáles eran sus intenciones.
Aquel hombre la iba a volver loca, pensó. Los tres meses que se avecinaban iban a ser difíciles.
Tratando de disimular su incomodidad, empezó a hablar muy deprisa.
–Seguro que John y mi madre están encantados de poder charlar un rato a solas. Probablemente, no dejarán de hablar de papá hasta que volvamos.
–John y tu padre eran muy parecidos, ¿no? –preguntó Guy.
–Físicamente sí, pero nada más. Papá se preocupaba mucho por todo y era muy introvertido. Sin embargo, tío John explota enseguida y se desahoga fácilmente.
Guy asintió, pero no hizo ningún comentario.
Incómoda con el silencio reinante, Kate siguió hablando mientras pasaban por Grantford
–Casi toda esta zona está a cargo del consultorio de Grainger, que suele hacer ocasionalmente nuestras guardias durante los fines de semana.
–Como éste –dijo Guy, deteniéndose ante un semáforo.
–Sí. Por supuesto, nosotros solemos devolverles el favor cuando es necesario –explicó Kate–. Aunque ellos son tres médicos y no suelen tener problemas para organizarse.
–Comprendo.
Dejaron atrás Grantford y la siguiente población era Melbridge. Sin saber qué más decir, Kate se sintió aliviada cuando entraron en la población.
–¿Por qué no me dejas aquí mismo, Guy? –dijo, precipitadamente–. En el centro hay mucho más tráfico.
–Oh… de acuerdo… como quieras –Guy parecía indeciso. Kate se preguntó si iría a sugerirle que se quedara con él hasta que terminara de hacer el recorrido y que luego podrían ocuparse de las compras. Pero no. Ya estaba reduciendo la marcha para detenerse.
–Pasaré a recogerte por aquí dentro de una hora –dijo en cuanto detuvo el coche junto a la acera. En esa ocasión, Kate no discutió. Tomó su bolso y salió del coche.
–Espero que puedas seguir el mapa sin problemas –dijo, asomándose por la ventanilla–. Nos vemos dentro de una hora.
Suspiró profundamente mientras veía cómo se alejaba el coche. De cerca, Guy resultaba especialmente atractivo. Desprendía tal magnetismo que casi había estado a punto de tocarlo. ¿Cómo podía sucederle algo así?
«Estoy tan falta de sexo que no debería sorprenderme», pensó. «Pero sé que es a Mike a quien echo de menos. Aún estoy enamorada de él».
Pensó en su ex novio mientras hacía la compra. Mike la acompañaba y llenaba sus pensamientos. Él fue la causa del sentimiento de soledad que se apoderó de ella mientras se mezclaba con la gente en las tiendas, fijándose sin querer en las numerosas parejas que pasaban a su lado. ¿Qué hora sería ahora en Boston, Massachusetts? ¿Qué estarían haciendo Mike y Caro Ellenburgh en aquellos momentos? Imaginó a la cautivadora Caro, con sus grandes gafas, su brillante pelo y su boca de carnosos labios llena de perfectos dientes.
Tras encontrar el libro que buscaba y echar un vistazo a unos vestidos que no le gustaron, volvió al lugar en que se había citado con Guy. El coche ya estaba allí, aparcado bajo unos árboles. Mientras se acercaba vio a Guy en el interior, con un mapa abierto sobre el volante. Al verla, lo dobló y lo guardó.
–¿Ya has hecho tus recados? –preguntó, sonriente.
Kate pensó que parecía más animado y amistoso que antes. Tal vez había decidido que, a pesar de que no fueran dos personas que congeniaran especialmente, podía mostrarse amable. Por otro lado, podía deberse únicamente a que la pierna hubiera dejado de dolerle. Nadie con dolor, por ligero que éste fuera, se encontraba en su mejor momento.
–Sí, ya tengo todo –dijo Kate tras entrar en el coche–. ¿Qué tal te ha ido a ti?
–Ya me conozco cada carretera y sendero de la zona –dijo Guy, sonriente.
–Bien –Kate se sentía más cómoda con él ahora. Incluso se atrevió a preguntarle por la pierna.
–Oh, bastante bien –Guy puso el coche en marcha con suavidad–. Casi ha dejado de doler, y la herida no era profunda. Lo peor fue lo del niño. Pero mientras hacías las compras he llamado al hospital