E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 2 - Jill Shalvis Pack

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eso vale –dijo Eddie.

      –Vaya, vaya –dijo Caleb, agitando la cabeza.

      #DefineAgradable

      Lucas fue en coche hasta casa de Molly, intentando concentrarse en el partido de fútbol americano que estaban retransmitiendo por la radio. Jugaba California, y él había ido a Berkley, en el estado de California, porque allí era donde le habían dado la beca. Además, su padre también había estudiado en aquella universidad, y allí había conocido a su madre, que trabajaba en una de las cafeterías del campus. A Lucas nunca le había apasionado estudiar, pero sí le apasionaba el fútbol. Había jugado durante un año, aunque casi todo el tiempo se lo había pasado en el banquillo, antes de sufrir una lesión que le había destrozado el ligamento anterior cruzado y tener que someterse a una operación. Sin embargo, todavía adoraba aquel deporte.

      Sin embargo, no era capaz de mantener la atención en el partido. Solo podía pensar en cómo iba a manejar a Molly. Era una idiotez ocultarle algo, pero, si le decía la verdad, ella haría lo que quisiera a escondidas. Y él no podía arriesgarse a que sucediera aquello. No podía permitir que ella corriera peligro.

      Molly vivía en Outer Sunset, el barrio más populoso de todo San Francisco. Las calles eran estrechas y los edificios eran antiguos y un poco destartalados, pero estaban bien cuidados.

      Su edificio no era una excepción. Había ocho apartamentos, cuatro en el piso bajo y otros cuatro en el segundo, que, debido a la densa niebla, casi no se veía. Molly vivía en el bajo, en uno de los apartamentos que daban a la calle. La luz de su casa estaba encendida, pero nadie abrió la puerta. Se dio cuenta de que su vecina, no una del grupo de los elfos, lo estaba observando desde detrás de la cortina con mala cara, así que le sonrió con la esperanza de parecer inofensivo y llamó de nuevo a casa de Molly.

      La puerta siguió sin abrirse, pero la voz de Molly sonó por un portero automático oculto.

      –¿Qué quieres?

      –Hablar contigo –dijo él. Miró a su alrededor y vio una pequeña cámara encima de la lámpara de su porche. Molly siempre le sorprendía–. Qué lista –dijo–. Vamos, abre.

      –No.

      Él miró a la cámara.

      –Tenemos que hablar.

      –Pues habla.

      –No puedo hablar aquí, en tu porche, con tu vecina mirándome con el teléfono en la mano.

      –Es la señora Golecky. Seguramente, está llamando a la policía, porque pareces un tipo muy malo con la ropa negra de equipo de seguridad de elite.

      Él apoyó la frente contra la puerta de madera.

      –Yo me daría prisa y empezaría a hablar antes de que lleguen los polis.

      –¿De verdad me vas a obligar a decirlo aquí fuera?

      Silencio.

      –De acuerdo –dijo él–. Como quieras. Pero la señora Golecky acaba de abrir la ventana para oír todo lo que digamos.

      Más silencio. Desde luego, Molly era muy terca.

      Él exhaló un suspiro.

      –Necesito saber lo que ocurrió la otra noche.

      La puerta se abrió y apareció Molly, con las cejas enarcadas.

      –¿Seguro que quieres oírlo? Es decir… no fue algo precisamente memorable.

      –No me lo creo –dijo él. Demonios–. ¿De verdad?

      –Bueno, es un poco difícil de recordar, porque no fue más que un minuto.

      A su espalda, desde el otro lado del seto que separaba las puertas principales de los dos apartamentos, se oyó un resoplido de la señora Golecky.

      Lucas ya había tenido suficiente, así que apartó a Molly y entró.

      Ella le estaba sonriendo mientras él cerraba la puerta y se giraba para mirarla.

      –Estás muy satisfecha de ti misma, ¿eh?

      Molly se encogió de hombros.

      –Lo único que pasa es que me sorprende que preguntes con tanta insistencia por tu nivel de… rendimiento.

      –¿Vas a seguir insultándome o me vas a decir la verdad?

      Ella se echó a reír y, demonios, su risa era un sonido muy bonito.

      –¿No puedo hacer las dos cosas? –preguntó.

      Él cabeceó y miró a su alrededor. La casa de Molly era muy pequeña, pero estaba muy ordenada y era muy agradable. Había muebles que parecían muy cómodos y muchos toques personales, como fotografías, libros y plantas espléndidas.

      Él nunca había conseguido mantener viva a una planta. Cuando salía con Carrie, habían compartido un apartamento durante las temporadas que él no estaba participando en alguna misión secreta. A ella también le encantaban las plantas, y le había prohibido que las tocara, porque decía que las mataba con su mala actitud.

      Nunca había vuelto a convivir con una mujer.

      Ni había tenido una planta.

      –Respecto a lo de la otra noche… –dijo él.

      –¿Qué pasa con eso? –preguntó ella, con los ojos brillantes de diversión. Claramente, estaba pasándoselo muy bien.

      –Yo…

      Lucas se quedó callado al mirar hacia la mesa de la cocina. Allí estaban los tres elfos, tomando un té.

      –Dime que esto es solo una merienda –le murmuró a Molly–, y que no vas a intentar resolver su caso de Santa Claus.

      –Claro que voy a intentar resolver su caso de Santa Claus. Les dije que iba a ayudarlas.

      En aquel momento, él se dio cuenta de que eran mucho más parecidos de lo que habría podido imaginarse.

      Molly le señaló a la primera mujer.

      –Ya conoces a la señora Berkowitz, mi vecina. Y a la señora White, su compañera de tricot. Y ella es Janet, una de sus compañeras de trabajo.

      –Tenga –le dijo la señora Berkowitz, tendiéndole una taza de té humeante–. Es ginkgo. Le ayudará con su problema de falta de memoria.

      –Y puede tomar kava y ashwagandha para su… eh… problema de no ser memorable –dijo Janet.

      Entonces, todas se echaron a reír, mientras Lucas se contenía para no dar golpes con la cabeza en la pared.

      –¿Ha habido algún cambio o novedad?

      –No

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