E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 2 - Jill Shalvis Pack

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está soltero –respondió Joe–. Así que, ahora, yo tengo que vivir a través de su experiencia.

      –Ya se lo diré yo a Kylie –respondió Molly–. Además, la pelirroja de la mesa de billar que está buenísima tiene un nombre. Se llama Ivy, y es genial.

      –Sí –dijo Reyes, señalando a Molly–. Es la chica de la furgoneta de tacos que está aparcada en la esquina. La comida que hace está increíblemente buena.

      Nadie respondió, porque todo el mundo estaba mirando a Lucas y esperando su respuesta.

      –No es asunto vuestro –les dijo él.

      Archer se echó a reír y se apartó del mostrador de recepción. Se dirigió hacia su despacho.

      –Elle dice que terminaste solo.

      Lucas abrió la boca, pero se topó con la mirada de Molly y volvió a cerrarla. Elle iba a tener que pensar que él era un perdedor que se inventaba sus aventuras, y no sería porque Joe y Archer fueran a matarlo si supieran la verdad, sino porque él jamás delataría a Molly.

      Joe y Reyes se despidieron y se marcharon. Entonces, Molly se puso de pie y tomó su bolso, como si, de repente, tuviera mucha prisa.

      Seguramente, tenía prisa por evitarlo a él.

      –Buenas noches –dijo.

      –Puedes correr, pero no puedes esconderte –respondió Lucas en voz baja.

      Ella se echó a reír, pero se marchó de todos modos. Cuando salió por la puerta, Lucas dio un paso para seguirla, y se dio cuenta de que alguien lo estaba observando.

      Archer había vuelto y estaba apoyado en el quicio de la puerta.

      –Bueno, y… ¿cómo han ido las cosas?

      Lucas suspiró.

      –No estoy seguro de poder convencer a Molly de que no acepte el caso del Santa Claus malvado. Las ancianitas la han convencido primero.

      –¿Me estás diciendo que un par de ancianas son mejores que tú?

      –No, claro que no.

      –Bueno –dijo Archer–, porque tengo un nuevo trabajo para ti.

      –¿Y por qué será que no me emociona mucho oírtelo decir? –murmuró Lucas.

      –Si ella se mete en el caso de los elfos sin pedirnos ayuda a Joe ni a mí…

      –¿Lo dices en broma? –preguntó Lucas–. Ella no os va a pedir ayuda. Nunca le pide ayuda a nadie, y lo sabes.

      –Sí, lo sé –dijo Archer–. Así que tú te vas a ofrecer para ayudarla y, de paso, protegerla. Y, como valoro mucho mi vida, no vas a decirle que fui yo el que te hizo este encargo.

      –Entonces, si se entera… ¿soy yo el único que va a morir?

      –Exacto.

      Vaya, qué agradable saber que el único pellejo que peligraba era el suyo. Volvió a su despacho. No estaba muy satisfecho con lo que estaba ocurriendo en su vida en aquel momento. Se sentó en su escritorio y miró al techo. Antes de que le hirieran de bala, las cosas eran mucho menos complicadas. Antes de haberse acostado con la mujer a la que se suponía que tenía que proteger sin que ella lo supiera.

      La mayoría de los días, después del trabajo, se iba al gimnasio o salía a correr. Sin embargo, el médico tampoco le había dado permiso para eso. No le había dado permiso para nada, ni siquiera para lo que hubiera hecho con Molly…

      Un momento.

      Si hubiera mantenido relaciones sexuales salvajes, ¿no debería dolerle mucho el costado? Se tocó las abdominales. Notó una punzada, pero no demasiado dolorosa. Algo que no resolvía ninguna duda, demonios. Porque lo más seguro era que, con tal de disfrutar del sexo, él se hubiera aguantado el dolor.

      Ummm… Abrió el ordenador portátil. Se suponía que él no podía acceder a los datos de sus compañeros de trabajo; nadie podía hacerlo. Sin embargo, a él le habían contratado por sus conocimientos sobre Tecnologías de la Información, así que no le costó demasiado dar con la dirección de Molly.

      Salió de la oficina y atravesó el patio del edificio. Todas las ventanas y las puertas estaban decoradas con guirnaldas de abeto intercaladas con lucecitas blancas, y entre la entrada y el callejón había un enorme árbol de Navidad. Entró al callejón y se encontró al viejo Eddie sentado en una caja de madera. Era un viejo hippie de los sesenta, con el pelo largo, blanco y rizado alrededor de la cabeza, parecido al de Einstein. Todo el mundo, incluido Spence Baldwin, el propietario del edificio y nieto de Eddie, había intentado sacar al hombre de la calle, pero todos aquellos esfuerzos habían sido rechazados con dulzura y una resistencia férrea. Aquel día, Eddie estaba jugando a algún juego en su teléfono, seguramente contra el hombre que estaba sentado frente a él, en otra caja de madera dada la vuelta.

      Caleb llevaba traje, un traje que parecía muy caro, pero parecía que estaba a gusto en el callejón.

      –Cabrón –dijo Eddie, cariñosamente.

      Caleb soltó un resoplido.

      –Tu problema es que juegas con corazón, viejo.

      –Claro –dijo Eddie–. Se me olvidaba que tú de eso no tienes.

      Caleb asintió para saludar a Lucas, sin dejar de mirar la pantalla del teléfono. Se dedicaba a las inversiones empresariales y era un genio de la tecnología, además de un antiguo cliente de Investigaciones Hunt. Lucas había sido destinado a su protección en varias ocasiones. En una de esas ocasiones, Caleb había sido víctima de un atraco y se había defendido con algunas llaves de artes marciales muy impresionantes, así que él sentía mucho respeto por el tipo en cuestión.

      –¿Te encuentras mejor que la otra noche? –le preguntó Caleb a Lucas.

      –Sí, tío, porque el otro día estabas un poco ido –le dijo Eddie–. Seguramente, por eso esa chica tan guapa de tu oficina te acompañó a tu piso para acostarte –añadió, con una sonrisa de picardía–. Pero no se marchó hasta por la mañana, así que supongo que tuviste una buena noche.

      Caleb enarcó ambas cejas y miró fijamente a Lucas.

      –Espera… ¿Estamos hablando de Molly? ¿Has pasado la noche con Molly? ¿Es que quieres morir, o algo así?

      «O algo así».

      –¿Cuánto quieres a cambio de no repetir jamás ninguna parte de esta historia? –le preguntó Lucas a Eddie, ignorando a Caleb por el momento. Caleb no le preocupaba, porque sabía que los secretos eran importantes, y él mismo tenía muchos. Sin embargo, a Eddie le encantaban los cotilleos.

      Para demostrarlo, el viejo sonrió maliciosamente y extendió la mano.

      Mierda. Lucas sacó un billete de veinte dólares.

      Eddie siguió sonriendo.

      Lucas añadió un segundo billete.

      Eddie

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