E-Pack HQN Jill Shalvis 2. Jill Shalvis

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E-Pack HQN Jill Shalvis 2 - Jill Shalvis Pack

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no te esfuerces. Sé que este trabajo, al contrario que el anterior, no te exige que estés desaparecido durante semanas.

      Era cierto y, en parte, el motivo por el que volvía a tener una vida, aunque no estaba seguro de merecérselo.

      –Bueno, y ¿qué tal estás, cariño?

      Él no le había contado que le habían disparado, ni que estuviera de baja médica. Si se lo hubiera contado, tanto ella como Laura, su hermana mayor, se habrían lanzado sobre él como perros hacia un hueso. Unos perros dulces y cariñosos, pero, de todos modos…

      –Estoy muy bien, te lo prometo. Te llamo este fin de semana para contarte mi vida.

      –Querrás decir que vas a venir a verme este fin de semana.

      Oyó un resoplido y se dio la vuelta. Vio que Molly estaba allí, escuchando la conversación sin ningún reparo.

      –Mamá –dijo él–. Tengo mucho trabajo. ¿Por qué no eres más comprensiva?

      –Soy muy comprensiva. Con todas las madres cuyos hijos no van a visitarlas. ¿Sabías que el hijo de Margaret Ann Wessler sí viene a visitarla. Y el hijo de Sally Bennett, también.

      –Voy a ir a verte –dijo él, por fin.

      –Y vas a venir a la fiesta familiar de Navidad el fin de semana que viene.

      –Mamá…

      –Va a venir todo el mundo, Lucas. Incluso mi exmarido.

      –¿Te refieres a mi padre? –le preguntó él, con ironía. Sus padres llevaban divorciados veinte años, y eran amigos. Más o menos. De cualquier modo, habían cumplido con su deber de la mejor manera posible, incluyendo las celebraciones festivas.

      –Sí –dijo su madre con un suspiro–. Y, si no apareces, la gente me va a preguntar por qué no viene a verme mi hijo.

      –Está bien, sí. La fiesta de Navidad. Iré.

      –Y a la Nochebuena, que es dos semanas después. Y el día de Navidad, también, porque…

      –Mamá…

      –No me digas que vas a trabajar ese día. Si me lo dices, llamo personalmente a tu jefe. No creas que no lo voy a hacer.

      Él se imaginó a su madre llamando a Archer para echarle una bronca y sonrió.

      –Allí estaré.

      –Muy bien, hijo –respondió su madre, en un tono más cálido, lo cual era lógico, porque había conseguido lo que quería desde el principio–. Y trae a una novia a la fiesta…

      –Lo siento –dijo él–. No te oigo bien, hay interferencias…

      –¡Lucas!

      –Voy a entrar a un túnel –añadió él, e imitó el sonido de las interferencias antes de colgar.

      –Necesitas un poco más de flema en esos ruidos –dijo Molly con cara de diversión–. ¿Siempre le dices mentiras a tu madre?

      –Cuando puedo librarme de una buena ––dijo él. Apartó el ordenador portátil y la miró–. ¿Acaso tú nunca les dices alguna mentira a tus padres para conservar la cordura?

      –No.

      –Vamos –dijo él con incredulidad–. ¿Nunca?

      –Bueno, es que a mi padre no se le puede mentir. Tiene un detector de mentiras interno –dijo ella, tocándose la sien con un dedo–. Y mi madre… murió hace mucho tiempo.

      Él cabeceó.

      –Lo siento. Soy idiota.

      –No lo sabías.

      –No, no lo sabía. Pero, de todos modos, lo siento.

      Ella se encogió de hombros y se dio la vuelta.

      –Molly…

      –Apaga la luz cuando termines aquí –dijo ella–. Hoy voy a cerrar pronto.

      –Molly.

      Entonces, ella se giró hacia él.

      –¿Fueron a verte los elfos? –le preguntó Lucas.

      Ella vaciló.

      –Sí.

      –¿Y qué les dijiste?

      –Que iba a ayudarles –respondió Molly, como si él fuera corto de entendederas.

      Se marchó de la sala, y él respiró profundamente. Su madre era entrometida, mandona y manipuladora, y no podía dejar de meterse en su vida, pero también era cariñosa y protectora, y estaba dispuesta a luchar con su vida por la gente a la que consideraba suya. Él no podía imaginarse un mundo sin su madre.

      Pero Molly no tenía nada de eso, porque su madre había muerto.

      No era la primera vez que maldecía a Joe porque, a pesar de que fuera tan buen amigo suyo, casi nunca hablaba de su vida privada, y menos, de su familia. Ojalá pudiera dar marcha atrás y borrar los últimos minutos. En realidad, ojalá pudiera rebobinar los últimos días y llegar al momento en que había mezclado un chupito de bourbon con los analgésicos y, después, se había acostado con Molly.

      Aunque, si recordara la parte en la que se había acostado con Molly, no querría borrar los recuerdos…

      Apagó las luces y recorrió el pasillo.

      Archer estaba apoyado en el mostrador de Molly, leyendo un expediente. Joe y Reyes estaban cerca de la puerta principal, charlando.

      –¿Te vas? –le preguntó Archer a Lucas.

      –No, todavía no. Voy a terminar el informe.

      Reyes lo miró.

      –No has contado con qué chavala terminaste la otra noche.

      Lucas se quedó petrificado.

      –A que lo adivino –prosiguió Reyes–. Con la morena del final de la barra, ¿no? Es nueva, no la había visto nunca.

      Lucas tuvo que hacer un esfuerzo por acordarse de la chica morena. No era Molly; ella miró, y se dio cuenta de que ella lo estaba observando fijamente.

      –A lo mejor fue la pelirroja de la mesa de billar. Está buenísima –comentó Joe.

      –Sí –dijo Lucas–, claro.

      –Sí, claro, ¿cuál? –inquirió Reyes–. ¿La morena de la barra o la pelirroja de la mesa de billar?

      Molly los miró como si estuviera viendo el programa de televisión más fascinante de la historia.

      –¿Con

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