Un compromiso anunciado. Кэрол Мортимер
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¡Qué hombre tan insoportable!, pensaba mientras lo miraba con cara de pocos amigos.
–Oiga, señorita –la señora se acercó a ella y le habló en susurros–. Ese joven que está ahí… –movió la cabeza en dirección a Griffin.
¡Joven! ¡Pero si ya tenía treinta y cuatro años!
–¿Sí? –Dora respondió atentamente.
–Se parece mucho a Griffin Sinclair –le dijo con emoción–. Ya sabe, el que hace esos programas de viajes en la tele –añadió al ver la expresión perdida de Dora–. ¿Cree que podría ser él? –añadió emocionada, y se ruborizó de la turbación que le producía el pensar que pudiera ser Griffin Sinclair.
Hasta ese momento, Dora no sabía que Griffin trabajara en un programa de televisión. Claro que no le sorprendía; en casa no tenía televisión. A su padre nunca le había parecido una buena manera de entretenerse y, de hacer algo, prefería escuchar la radio. Claro que ya…
–¿Por qué no va y se lo pregunta? –le sugirió Dora con naturalidad, mirando a Griffin con otros ojos.
En realidad tenía un físico y una presencia muy adecuados para aparecer en televisión. Y si la reacción de la señora era indicador de algo, seguramente tendría un montón de seguidoras.
–¿Cree que debería? –la mujer miró a Griffin con una mezcla de ansiedad y timidez.
–Pues claro que sí –le dijo Dora, deseando presenciar la reacción de Griffin hacia la obvia admiración que aquella mujer le profesaba.
–¿Pero, y si no fuera él?
–Estoy segura que se trata de él –le aseguró Dora, poniéndole la mano en el brazo–. Además –añadió con malicia–, dudo que haya algún hombre que pueda parecerse a él.
La mujer lo miró con adoración.
–Es único, ¿verdad? –suspiró con añoranza.
Único era una definición perfecta para Griffin; al menos Dora jamás había visto a nadie como él, ni parecido, ni en el físico ni en su manera de ser.
–Supongo que le pareceré tonta; eso es lo que me dice mi marido –reconoció la señora con pesar–. Pero la verdad es que adoro las novelas de piratas, aventureros y bribones, y Griffin Sinclair me parece como una versión actual de esos héroes.
–Venga –dijo Dora agarrando a la mujer del brazo–. Nos enfrentaremos juntas a este pirata tan especial.
Dora estaba segura de que Griffin se había dado cuenta que las dos mujeres se aproximaban a él, pero siguió fingiendo interés por los libros que tenía delante.
–¿Señor Sinclair? –Dora ladeó la cabeza–. Esta señora es una admiradora suya y le gustaría saludarlo.
Él se volvió con amabilidad para recibir el saludo de su seguidora y Dora los dejó charlando.
Griffin sabía perfectamente que en casa de los Baxter no había televisión por la aversión del padre de Dora y que a esta difícilmente le habría dado tiempo a comprar una desde la muerte del señor Baxter. Por eso era consciente de que, hasta que la mujer no se lo había comentado, ella no sabía nada de la aparición de Griffin en la televisión.
–… es tan amable por su parte, señor Sinclair –oyó decir a la mujer–. Lo guardaré siempre como oro en paño –añadió emocionada.
La señora se refería a un libro que Sinclair había insistido en comprarle; un par de minutos más tarde, cuando la mujer se disponía a salir, le abrió la puerta con galantería.
–Mira la cara que tienes, Izzy Baxter –le dijo Griffin mientras se sentaba sobre un extremo del mostrador–. Te conozco demasiado bien como para que puedas engañarme con esa calma aparente reflejada en tus ojos grises.
Dora bajó la vista inmediatamente.
–Lo cierto es, Griffin, que no me conoces en absoluto.
–Siento diferir contigo, Izzy –arqueó una ceja rubia significativamente–. Pero dejemos eso –dijo con ligereza mientras ella seguía mirándolo con frialdad–. Apuesto que es la primera biografía de Dickens que vendes con un autógrafo de Griffin Sinclair.
¿Eso era lo que había hecho? ¡Imposible!
–Dudo que eso haya aumentado su valor –le dijo en tono mordaz.
–¡Ay! –murmuró sin dejar de mirarla–. Al menos me alegro de que entre Charles y tu padre no consiguieran acallar del todo tu naturaleza divertida y resuelta –dijo con gravedad.
–Ni Charles ni mi padre me levantaron jamás la mano –se defendió indignada.
–No hizo falta –se burló Griffin–. Las continuas humillaciones pueden tener el mismo efecto que un golpe.
Dora lo miró perpleja durante varios segundos. Pero al ver que no tenía intención de disculparse por lo que acababa de decirle, se volvió y se puso de pie, ya que de repente sintió la necesidad de apartarse de aquel hombre.
–No haces más que decir tonterías –dijo con impaciencia–. Ahora me gustaría que me contaras a qué has venido y que te marcharas –como ocurría siempre que lo veía, Griffin la estaba sacando de sus casillas–. Y estoy seguro de que a tu madre no le haría mucha gracia si se enterara de que has venido a visitar a la prometida de tu difunto hermano.
Margaret siempre había estado en contra de la aparente familiaridad que Griffin había mostrado hacia Dora en el pasado y esta pensaba que la mujer seguiría pensando lo mismo al respecto, aun cuando Charles estuviera muerto.
Griffin se relajó.
–Sé de sobra que la opinión de mi madre no me interesa en absoluto.
Eso era algo que siempre le había llamado la atención en el pasado. Margaret Sinclair era una mujer alta y autocrática. Enviudó cuando sus hijos eran aún pequeños y adoptó el papel de cabeza de familia nada más morir su esposo.
Charles, el hijo mayor, había sido educado para seguir los pasos de su padre en la política y recuperar la antigua posición social de los Sinclair. Charlotte, como era la pequeña y la única hija, había sido educada para ser madre y esposa, aunque todavía no había hecho ninguna de las dos cosas, que Dora supiera. Griffin, el hijo mediano, era muy distinto a sus hermanos, tanto físicamente como en su forma de ser. Había sido el rebelde de la familia y no había encajado en ninguna de las carreras que a Margaret le hubieran gustado para él.
Y tras estar un tiempo tratando con la familia, Dora se había dado cuenta de que el de rebelde era un papel que Griffin adoraba.
–¿Y qué le ha parecido a tu madre lo de la televisión?
Él la miró de reojo, con sorna.
–¿A ti que te parece?
–Oh, no –Dora se echó a reír.
Se imaginaba perfectamente cuál habría