Un compromiso anunciado. Кэрол Мортимер

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Un compromiso anunciado - Кэрол Мортимер Jazmín

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horrorizada –le confirmó Griffin alegremente–. En realidad –siguió diciendo–, se enfadó tanto conmigo cuando se retransmitió el primer programa que se pasó un mes sin dirigirme la palabra. ¡Fue el mes más tranquilo de mi vida! –añadió con vehemencia.

      Dora se echó a reír otra vez. La verdad era que hacía tiempo que no se reía…

      –Y a pesar de eso, es a ti a quien recurre cuando hay una crisis familiar –eso último lo dijo a modo de pregunta. Margaret siempre había sido tan dueña de sí misma, tan capaz…

      Griffin se encogió de hombros.

      –Mamá no ha vuelto a ser la misma desde la muerte de Charles –frunció el ceño–. En realidad, fue eso lo que provocó la pelea entre Charlotte y ella.

      –¿La muerte de Charles? –Dora lo miró con interés.

      Los dos hermanos no siempre se habían llevado bien, siendo tan distintos en todos los sentidos, pero tanto Margaret como Charlotte siempre habían adorado a Charles; Dora no podía imaginar a las dos mujeres peleándose por él.

      –Ha sido por culpa de una fecha –Griffin asintió sombríamente–. ¿Recuerdas a Stuart, el prometido de Charlotte? Pues bin, le han ofrecido un empleo en Estados Unidos y tiene que incorporarse dentro de un par de meses. Charlotte, naturalmente, desea marcharse con él.

      –Y a tu madre no le hace gracia que los dos vivan juntos, ¿no? –Dora asintió, aunque no entendía aún qué tenía eso que ver con Charles.

      Griffin soltó una carcajada.

      –Desde luego que no le gustaría nada si ese fuera el caso –dijo con sorna–. Aunque creo que a sus veintiocho años Charlotte es lo suficientemente mayor para decidir lo que hacer su vida. Pero no, Charlotte y Stuart van a hacerlo como Dios manda y se van a casar. Fue la fecha que Charlotte puso para la ceremonia lo que provocó el problema. Dentro de cuatro semanas, contando a partir de este sábado –le explicó–. Así podrán marcharse de luna de miel antes de que Stuart se incorpore al nuevo trabajo.

      –Deduzco que tu madre piensa que la fecha de la boda es una falta de respeto a la memoria de Charles –adivinó.

      –No me digas que estás de acuerdo con ella… –dijo, mirándola otra vez de soslayo.

      –No, por supuesto que no –contestó con impaciencia–. Tienes unas opiniones muy extrañas acerca de mí, Griffin –frunció el ceño, recordando uno de sus comentarios anteriores–. Me alegro mucho por Charlotte y Stuart –dijo Dora, que siempre había sentido cariño hacia la pareja; en realidad Charlotte era el único miembro de la familia con el que se había seguido viendo de vez en cuando tras la muerte de Charles.

      –¿Porque se van a casar, o porque van a perder de vista a mi madre? –murmuró Griffin sombríamente.

      Dora meneó la cabeza. Griffin era la persona más irrespetuosa del mundo.

      –Estoy segura de que la intención de tu madre es buena, Griffin –razonó evasivamente; durante su corto compromiso con Charles, Dora se había dado cuenta de que Margaret sería una suegra imponente.

      –¿Ah, sí? –Griffin la miró con los ojos entrecerrados–. Ojalá confiaras en mí –añadió con indignación–. Sea como sea, la boda sigue en pie y se celebrará dentro de cuatro semanas.

      –¿Cómo lo has conseguido? –se preguntó Dora con curiosidad.

      –Con chantaje –Griffin dijo en tono grave–. Pero ahora ya está hecho y, bueno, por eso estoy aquí hoy –se metió la mano en los bolsillos de la cazadora–. Para traerte en mano tu invitación de boda. Lo siento –hizo una pausa–. Parece que se ha arrugado un poco –le pasó un sobre algo doblado.

      Dora miró el sobre con perplejidad. ¿Su invitación?

      –No te va a morder –se burló Griffin al ver que no reaccionaba.

      Charlotte había sido muy amable al invitarla a la boda, pero Dora sentía que su compromiso con la familia Sinclair había terminado con la muerte de Charles.

      Sacudió la cabeza.

      –Dudo que pueda ir.

      –¿Y por qué?

      Dora miró a Griffin con irritación.

      –Después de la reacción inicial de tu madre ante la fecha de la boda, y la razón para ello, imagino que yo sería la última persona a la que esperaría ver allí.

      Él arqueó las cejas.

      –¿Tienes miedo, Izzy? –se burló.

      –No seas ridículo, Griffin –saltó–. Solo intentaba ser delicada con los sentimientos de tu madre.

      –Sabiendo que ella jamás piensa en los sentimientos de los demás, yo no me molestaría –se dio la vuelta–. Además, ahora que hemos vencido sus recelos iniciales, se ha volcado en los preparativos de la boda para vengarse. La discreta boda que deseaba Charlotte se ha convertido en un circo social –explicó con desagrado.

      Razón de más, pensaba Dora, para no ir. Desde luego seguía teniendo todas las cualidades que tanto Charles como su madre habían encontrado tan convenientes para representar el papel de futura esposa: conversaba con facilidad con todo tipo de personas, era atractiva, aunque de una belleza discreta y serena, y su nombre estaba limpio de escándalos.

      Sencillamente no le hacía ni pizca de gracia ser la «pobre prometida de Charles», objeto de lástima y curiosidad. La muerte reciente de su padre sería una buena excusa para no aceptar.

      –Como ningún miembro de mi familia estaba enterado de la muerte de tu padre, él está, por supuesto, incluido en la invitación –Griffin parecía haberle adivinado el pensamiento–. Pero ni se te ocurra pensar en no ir; asistirás a la boda como mi pareja.

      Dora se lo quedó mirando. ¿Su pareja?

      –No lo creo, Griffin…

      –Bueno, pues yo sí –le contestó en un tono que no admitía réplica–. ¿Podrías cobrarme estos libros? –indicó el montón sobre el mostrador que había elegido mientras la señora estaba en la tienda–. Tengo otra cita dentro de una hora.

      Dora arrugó el entrecejo.

      –No querrás llevarte todos estos libros, ¿verdad?

      Él hizo una mueca.

      –Además de no hablar conmigo durante un mes, mi madre decidió hacer limpieza en la que solía ser mi antigua habitación. La limpieza incluyó tirar una colección de clásicos que yo tenía desde niño –le dijo con tristeza–. Estoy intentando reponerlos.

      Dora sabía que la madre y el hijo nunca se habían llevado bien, pero hasta ese punto…

      –Si recuerdas los demás títulos que te faltan, quizá pueda conseguírtelos –se ofreció.

      Los libros siempre habían sido importantes en su vida y nada se le antojaba más horrible que perder alguna de las colecciones que había reunido durante años, y que aún seguía leyendo una y

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