Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс

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Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras - Оливия Гейтс Ómnibus Deseo

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contra su costado.

      –Calcular a cuántos miles de niños podría alimentar, vestir y educar durante años el coste de este enfermizo y flagrante símbolo de estatus.

      –¿Llegaré alguna vez a adivinar lo que vas a decir a continuación? –soltó una carcajada. Aún riendo, la condujo hasta una escalera de caracol que llevaba a la cubierta superior–. ¿Así que el avión te parece demasiado pretencioso? ¿Un derroche que tendría que haber destinado a buenas causas?

      –Cualquier «artículo» personal cuyo precio sea tan largo como un número de teléfono es un derroche que oscila entre lo ridículo y lo criminal.

      –¿Aunque lo utilice para ganar millones de dólares, que destino a beneficiar a la humanidad?

      –¿Fomentando la investigación, protegiendo el medio ambiente y creando puestos de trabajo? Ya. Olvidas mi experiencia laboral. He oído todos los argumentos. Y conozco los beneficios fiscales.

      –Empezaste trabajando conmigo, sabes que no me dedico a esto para ganar dinero o alardear de poder y estatus.

      –¿Ah, sí? La experiencia me ha demostrado que no sé nada de tu auténtico yo.

      Sin contestar, él abrió una puerta pulsando un dispositivo de reconocimiento de huellas digitales. Tras ella había una suite privada, pura opulencia.

      La llevó a uno de los sofás de cuero tostado e hizo que sentara con él.

      Se centró en observar la luminosa sala. Una puerta doble conducía a lo que debía de ser un dormitorio. Sintió una especie de descarga eléctrica de mil voltios. Era el roce de su dedo en su mejilla.

      –En cuanto a mi «auténtico yo», como tú lo llamas, si insistes en que no lo conoces, intentaré rectificar –se hundió más en el sofá. Sus rostros estaban tan cerca que ella podía perderse en el color increíble de sus ojos–. El auténtico yo es un pazguato que nació en una familia real y heredó montones de dinero. No ha derrochado esa fortuna gracias a los profesores que encaminaron su investigación y recursos al desarrollo de productos e instalaciones generadoras de dinero. Él nunca tuvo el temperamento ni el deseo de convertirse en un magnate corporativo.

      –Sin embargo, «él» se convirtió en uno, despiadado como el que más –denunció ella, aunque, a su pesar, sonó casi como un halago.

      –«Él», se descubrió siéndolo. Refuto que sea despiadado. Aunque gana mucho dinero, no es adoptando prácticas desalmadas. Simplemente, los métodos que le enseñaron son eficaces.

      –Nadie podría haberte ayudado a ganar un céntimo, y menos una fortuna, si no hubieras descubierto algo ingenioso y de utilidad mundial.

      –Y no habría conseguido convertirlo en realidad sin las enseñanzas de esas personas.

      A ella se le aceleró el corazón al recordar. Ella había insistido en educarlo respecto a las consecuencias del éxito y la necesidad de que sus departamentos de investigación y desarrollo trabajaran sincronizados para maximizar eficacia, productividad y beneficios.

      Esa había sido otra de sus injusticias; la había desechado basándose solo en su papel sexual, como si nunca le hubiera dado nada más.

      –Tú estás a la cabeza de esa lista –dijo él, pasándole un dedo por la mejilla.

      Ella parpadeó.

      –Te debo más por las malas decisiones que no tomé, que por las buenas que sí tomé.

      –¿Esa admisión es parte de tu estrategia para hacer que me sienta cómoda? –sus emociones fluctuaban como un yoyo.

      –Es la verdad.

      –No decías eso hace seis años. Ni hace cuarenta y ocho horas.

      –No es toda la verdad, lo admito –los ojos de él se velaron, melancólicos–. Pero estoy harto de simular que no hubo cosas buenas. Las hubo, y maravillosas. Y fuera cual fuera la razón por la que me ofreciste tu guía, lo hiciste y la utilicé en mi provecho, así que… grazie mille, bellissima.

      Esa vez, lo miró boquiabierta. No entendía qué quería de ella ese hombre.

      –Sigo pensando que este nivel de lujo es un crimen –no iba a darle la satisfacción de aceptar su insuficiente y tardío agradecimiento.

      –Siento poner coto a tu censura, pero no es mi jet. Es el Air Force One de Castaldini. Ferruccio lo puso a mi disposición en cuanto le hablé de ti, tiene mucha prisa por verme casado –sonrió para sí.

      Glory, irritada, le dio una fuerte palmada en el brazo. La sorpresa inicial de Vincenzo se transformó en un ataque de risa.

      –¿Ya te has divertido bastante a mi costa?

      –Estaba disfrutando de tus ataques –rio él.

      –¿Por qué no me dijiste que habías desarrollado tendencias masoquistas con la edad? No necesitas manipularme para que satisfaga tu perversión. Estoy programada, por defecto, para insultarte –le lanzó una mirada destructiva, pero el macho insensible que tenía delante se rio aún más–. Que el avión no sea tuyo no te exonera. Seguro que tienes varios. Pero eres tan tacaño que prefieres usar gratis el del gobierno.

      –Condenado, tanto si sí, como si no, ¿verdad? – no parecía importarle demasiado, de hecho, alzó su mano y la besó como si acabara de halagarlo–. Esconde las garras, mi leona de ojos azules.

      –¿Por qué? ¿No acabas de descubrir que te gusta que te desgarre? –rechinó ella.

      –Sí. Pero funciona mejor cuando criticas mis auténticas lacras. Y no incluyen ser pretencioso y explotador. Si lo crees, desconoces mi trayectoria.

      –¿Crees que eso es posible? –bufó ella–. Tu cara y tus éxitos aparecen en todas partes. Hasta cuando abro el grifo en casa. Tu empresa provee los servicios de calefacción de mi edificio.

      Él volvió a reírse. Aunque ella deseó darle otro golpe, su sentido de la justicia lo impidió.

      –Pero, entre tanta publicidad, sé que tu corporación financia sustanciosos programas de ayuda.

      –El mundo en general desconoce esa parte de mis actividades. Me preguntó por qué lo sabes tú.

      –Soy yo la que se pregunta qué buscas con tanta filantropía discreta. Si quieres hacer de Robin Hood, te harían falta unas mallas… –al ver que volvía a reírse, calló–. No tengo especial interés en hacerte disfrutar, así que no diré más.

      –Te suplico que lo hagas –se inclinó hacia ella y le rozó la sien con los labios–. Dudo que pueda vivir sin que me bombardees con la metralla que sale de tu boca –deslizó los labios a su mejilla, sin duda para provocarla.

      Ella se levantó de un salto.

      –Si no vas a insultarme, ¿qué tal si utilizas tu boca para otra cosa? –inquirió él, impidiéndole el paso. Esperó a ver su destello de ira para adoptar una pose inocente–. ¿Comer?

      –Estarás más seguro si no tengo cubiertos a mi alcance esta noche.

      –Bobadas.

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