Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс

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Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras - Оливия Гейтс Ómnibus Deseo

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en su presencia. Sin responderle, fue al aseo. Necesitaba un respiro antes de enfrentarse al siguiente asalto.

      Cuando salió, él se había quitado la chaqueta y remangado la camisa. No la habría afectado más verlo desnudo. Su imaginación estaba rellenando los huecos, o más bien, quitándole el resto de la ropa.

      Él sonrió lentamente, sin duda consciente de lo que sentía. Después extendió una mano, a modo de invitación. Ella se acercó.

      La anchura de sus hombros y su torso, sus musculosos antebrazos, salpicados de vello negro, abdomen duro, cintura estrecha, muslos fuertes y viriles la hechizaron.

      El adjetivo magnífico se quedaba muy corto.

      Él se sentó en el sofá y se dio una palmada en el regazo, para que se sentara sobre él.

      Ella deseó hacerlo. Perder la cabeza por él, dejar que la sedujera, la poseyera y le robara la voluntad y el sentido a golpe de placer. Al diablo con la cautela y las duras lecciones aprendidas.

      Antes de que decidiera saltar al abismo, él le agarró la mano y dio un tirón. Cayó a horcajadas sobre él y la falda se le subió por los muslos. En cuanto sintió la dureza y calor de su pecho y la presión de erección entre las piernas, su excitación la llevó casi al punto del desmayo.

      Sintió sus manos enredándose en su pelo, atrayéndola para devorarla e inhalar su esencia. Ella echó la cabeza hacia atrás, arqueando el cuello para facilitarle el acceso. Ocurriera lo que ocurriera, necesitaba eso, lo necesitaba a él.

      –Tocarte y saborearte es aún mejor que los recuerdos que me han atormentado, Gloria mia.

      Ella gimió al oírlo decir su nombre como solía hacer, italianizándolo, haciéndolo suyo. Hizo que ardiera. Su forma de moverse, tocarla y besarla… Necesitaba más. Lo quería todo. Su boca, sus manos y su virilidad sobre ella, en su interior.

      –Vincenzo…

      El cuerpo de él replicaba la desesperación que reverberaba en el de ella. De repente, la giró y la puso bajo él. Le abrió los muslos y los situó alrededor de sus caderas, clavando su erección contra ella. Glory arqueó la espalda para acomodarlo, adorando sentir su peso y la mirada de sus ojos, que la vehemencia de la pasión había convertido en acero fundido.

      –Gloriosa, divina, Gloria mía…

      Se inclinó y cerró los labios sobre los suyos, marcándola, quemándola con las caricias de su lengua, tragándose sus gemidos y su razón. Ella cerró las manos sobre sus brazos, sintiendo que todos sus sentidos se perdían en una vorágine que anhelaba sus dedos, lengua y dientes, explorando cada uno de sus secretos, su virilidad llenando el vacío que se sentía, llevándola al paraíso…

      –Despegaremos en cinco minutos, principe.

      Él, mascullando una maldición, dejó de besarla y se apartó. Glory se quedó tirada, incapaz de moverse. Se había dejado llevar por la locura, pero seguía necesitándolo. Él la observaba con los párpados pesados, como si saboreara la imagen de lo que había conseguido. Después, la ayudó a incorporarse y le puso el cinturón de seguridad.

      El avión empezó a moverse. Iban a despegar. Todo escapaba a su control, demasiado rápido. Glory no tenía ni idea de adónde iban.

      –Vamos a Castaldini –le susurró él al oído.

      Capítulo Seis

      –Castaldini –repitió ella, dándole un manotazo para liberarse–. No, no iremos a Castaldini –siseó.

      –¿Por qué no? –él se mordió el labio inferior, disfrutando claramente de su violenta reacción.

      –Porque me has engañado.

      –No he hecho nada de eso.

      –Cuando dijiste que volaríamos, supuse que sería a otra ciudad, o como mucho a otro estado.

      –¿Y yo soy el responsable de tu error? Te di una pista muy clara al decir que íbamos a la joyería más exclusiva del planeta. ¿Dónde pensaste que estaba?

      –No sabía que estábamos jugando al Trivial. ¿Para qué ir tan lejos a por un anillo? ¿Y esa hipérbole sobre las joyas castaldinianas? ¿Es el exceso de orgullo nacional lo que te lleva a pensar que todo lo de Castaldini es lo mejor del mundo?

      –No sé si todo pero, sin duda, las joyas de la corona de Castaldini son de lo más exclusivo.

      –Las joyas de la coro… –fue incapaz de repetir la asombrosa información–. ¡Bromeas! ¡No puedo ponerme un anillo de la colección real!

      –Mi esposa no podría lucir otra cosa.

      –No soy tu esposa. Seré tu pantalla solo un año. Pero, como dijiste, eso puede ser mucho tiempo. No quiero ser responsable de algo tan valioso –apartó sus manos cuando intentó abrazarla–. Durante la crisis de Castaldini, antes de la coronación de Ferruccio, la gente decía que si Castaldini vendiera la mitad de esas joyas, ¡cancelaría la deuda nacional!

      –Propuse esa solución, pero los castaldinianos preferirían vender a sus hijos primogénitos.

      –¿Y quieres que me ponga uno de esos anillos por una mentira? ¿Esperas que me pasee por ahí luciendo un tesoro en el dedo?

      –Eso es exactamente lo que harás como mi esposa. De hecho, tú misma serás un nuevo tesoro nacional. Ahora que está todo claro…

      –No está claro –masculló ella. Se sentía como si un remolino la estuviera atrapando–. No iré a Castaldini. Dile a tu piloto que dé la vuelta.

      –Sabías que irías a Castaldini antes o después –razonó él. Su expresión de paciencia hizo que ella deseara darle un bofetón.

      –Dijiste que podía decir que no a tu chantaje.

      –Dije que no expondría a tu familia si decías que no –afirmó él, ecuánime–. Pero si dices que sí, me aseguraré de que no ocurra nunca.

      –¿Qué quieres decir? –lo miró helada.

      –Han cometido demasiados crímenes. Es cuestión de tiempo que alguien descubra lo mismo que yo. Cásate conmigo y haré cuanto esté en mi mano para limpiar los rastros de sus felonías.

      –Eso sigue siendo el mismo chantaje.

      –No. Antes dije que les haría daño si dices que no. Ahora digo que los ayudaré si dices que sí.

      Ella sentía la mente tan liada como un ovillo de lana atacado por un gato.

      –No veo la diferencia. E incluso si digo sí…

      –Dilo, Gloria mía – le atrapó las manos y se las llevó hasta su musculoso pecho–. Consiente.

      –Incluso si lo hago…

      –Hazlo. Di que serás mi esposa.

      –Bueno, vale, sí. Mira que eres insistente.

      –¡Cuánto

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