Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras - Оливия Гейтс страница 13

Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras - Оливия Гейтс Ómnibus Deseo

Скачать книгу

Cinco

      –¿Al aeropuerto? –casi gimió ella.

      –Cenaremos en el jet –la sonrisa de Vincenzo se amplió–. Volaremos hasta la colección más exclusiva de joyas del planeta, para que elijas tu anillo y lo que quieras –parecía complacido de haber vuelto a asombrarla.

      –¿Y no se te ocurrió preguntarme si accedería a este ridículo plan tuyo? –ella estaba a punto de tener un paro cardiaco.

      –Un hombre que se esfuerza por sorprender a su prometida, no la avisa antes de sus planes.

      –Guárdate tus esfuerzos para cuando tengas una prometida que lo sea de verdad.

      –Según tú, no conseguiré una auténtica ni aun teniendo todo el dinero y poder del mundo.

      –¿Quién sabe? Algunas mujeres tienen tendencias destructivas. Y no dije que no pudieras conseguir una, dije que no la conservarías.

      –Bueno, tú me vales. Y el tiempo que estés conmigo, haré cuanto pueda para sorprenderte –sus ojos chispearon con malicia.

      –Preserva tu energía –rezongó ella–. Y líbrame de un infarto, odio las sorpresas. Siempre son desagradables. Sobre todo las tuyas.

      –Te aseguro que este viaje no lo será.

      –Me da igual cómo sea –suspiró, exasperada–. Y pensar que en otro tiempo creí que eras un cruce de hombre y máquina excavadora.

      –¿Has cambiado de opinión? –enarcó las cejas con expresión divertida.

      –Sí, eres una excavadora de pura raza.

      Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Su risa invadió la mente de Glory como un torbellino, desequilibrándola.

      –Cuidado con la risa, Vincenzo –murmuró–. Algo tan antinatural en ti podría ser peligroso.

      –Podría acostumbrarme a esto –su risa volvió a resonar en el coche.

      –¿Su alteza no se ha visto expuesta al sarcasmo antes? No me extraña, todos te doran la píldora, vayas donde vayas, desde que naciste.

      –Lo cierto es que ya me he acostumbrado a que me laceres con tu deliciosa lengua. Espero que no la controles nunca.

      –Si estás cerca, eso es físicamente imposible.

      Él se rio e hizo algo aún más inquietante. Le agarró una mano y se le llevó a los labios.

      Esos labios que la habían esclavizado con su posesión, que le habían enseñado la pasión y el placer que era capaz de experimentar su cuerpo. Ella apartó la mano como si la hubiera abrasado.

      –No sé a qué estás jugando…

      –Ya te he contado mi plan de juego –paró el coche y, serio, se volvió hacia ella–. Pero he tomado una decisión. Ya no me importa cómo empezara esto, solo me importa lo bien que me siento contigo. Me revitalizas. Cada una de tus palabras y miradas me da vida, y no pienso ocultarlo. Olvida por qué llegamos a esto…

      –Porque me chantajeaste.

      –… y permítete disfrutar, no lo controles ni te obligues a ocultarlo.

      –Es fácil para ti decirlo y hacerlo. No te han amenazado con meter en prisión a tu familia ni te retienen como rehén un año.

      –Eres mi pareja en un proyecto destinado a servir a mi país –la mirada se le suavizó–. Me ayudarás a acortar su distancia con el mundo para beneficiar a súbditos de generaciones venideras. Eres la prometida a quien llevo en un viaje sorpresa. Haré cuanto pueda para que lo disfrutes.

      –Esa es la fachada que oculta la fea verdad –dijo ella. Se le cerró la garganta.

      –Es la verdad, si dejas de lado los aspectos negativos.

      –¿Aspectos negativos? Bonito eufemismo para hablar de extorsión –dijo ella.

      –¿Te casarías conmigo si saco a tu familia de la ecuación? –preguntó él, pensativo.

      –¿Insinúas que podría decir que no y no los denunciarás?

      –Sí –afirmó él con expresión seria.

      –¿Es un truco para tranquilizarme? ¿Para que deje de ponértelo tan difícil como te mereces? ¿Para que deje de resistirme y acabe en tu cama?

      –Sí. No. Sin duda –al ver su confusión, se explicó–. No quiero que dejes de pincharme, estoy disfrutando tanto que he comprendido cuánta falta me hacía. Y desde luego, anhelo tenerte en mi cama –la rodeó con un brazo, atrayéndola hacia su cuerpo cálido y duro, deleitándola con su aroma–. Estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para que corras a ella como solías hacer.

      –¿Incluso si implica no usar tu baza ganadora? ¿Cómo puedo estar segura de que no dañarás a mi familia si digo que no?

      –¿Cómo estabas segura de que no lo haría después de que dijeras que sí? Supongo que tendrás que confiar en mí.

      –No lo hago –ya había confiado en él antes y sabía bien adónde la había llevado eso.

      –Entonces, estamos en paz.

      Ella se preguntó qué quería decir con eso. Pero antes de que pudiera expresar su desconcierto, la apretó contra sí y tomó su rostro entre las manos.

      –No digas nada ahora. Olvidémoslo todo y dejémonos llevar. Deja que te regale esta noche.

      Las palabras reverberaron entre ellos, dando al traste con la resolución de Glory. Los labios de él estaban muy cerca, intoxicándola. Odiaba anhelar su sabor, pero el deseo la estrangulaba. Bastaría con tocarlo para llenar el vacío que la desgarraba.

      Pero no pudo hacerlo. Estaba paralizada. Vincenzo le había dado la opción de dar el primer paso y no se la quitaría. Justo cuando ella habría necesitado que lo diera él. Típico, siempre hacía lo opuesto de lo que ella deseaba. Eso la irritó.

      Él, captando que no sería tan fácil conseguir un alto el fuego, le pasó un dedo por los labios y se apartó. Bajó del coche y fue a abrirle la puerta.

      Se quedó boquiabierta al comprobar que estaba junto a un enorme avión que parecía una gigantesca ave de presa. Subieron la escalerilla y, una vez dentro, se quedó atónita. Había estado en otros aviones privados, pero palidecían en comparación con ese.

      –Está claro que no te importa gastar unos cientos de millones extra cuando buscas el lujo –le espetó con sarcasmo.

      –Viajo mucho, con empleados. Celebro reuniones a bordo. Necesito espacio y comodidad.

      –Así que necesitas un castillo más en el cielo para solventar ambas necesidades, ¿eh? –rezongó ella con desdén.

      –¿Consideras el de mi familia el primero de los de tierra firme?

      –Y

Скачать книгу