Princesa temporal - Donde perteneces - Más que palabras. Оливия Гейтс
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En otro tiempo había pensado que lo eran de verdad. Percibió, de inmediato, que ella también lamentaba que nada de eso pudiera ser real y deseó atravesar la pared de un puñetazo.
–También ofrezco un cuantioso incentivo económico –masculló–. Es parte de la oferta que ya he dicho que no puedes rechazar.
Ella lo miró con lo que parecía una profunda decepción. No preguntó cuánto ofrecía. Seguía actuando como si el dinero no le importara.
–Diez millones de dólares –escupió él–. Netos. Dos de adelanto, el resto al final del contrato. Este es el contrato matrimonial que tendrás que firmar –agarró otro informe que había en la mesita y se lo dio–. Léelo. Puedes buscar asesoría legal, descubrirás que te favorece si cumples los términos. Espero verlo firmado mañana.
–Sí o sí, ¿es eso? –dijo ella, sin mirarlo.
–En resumen, sí.
Sus ojos se clavaron en los de él con una mezcla de furia, frustración y vulnerabilidad. De inmediato, lo devastó el deseo de devorarla, de poseerla. De protegerla.
Su debilidad por ella parecía incurable.
Había tenido la esperanza de que, al verla, comprendería que lo que creía haber sentido por ella no era sino una fantasiosa exageración. Pero había descubierto que su efecto sobre él se había multiplicado. La excitación que había sentido al verla de nuevo estaba convirtiéndose en agonía.
Su único consuelo era que ella también lo deseaba. No cabía duda al respecto. Ni siquiera ella podría haber fingido la respuesta corporal que había alimentado sus fantasías durante años. Cada manifestación de su deseo, su aroma, su sabor a miel, el tacto sedoso de su humedad en los dedos y en su miembro, los espasmos de placer que lo habían atrapado y llevado a la explosión.
Se preguntó cómo sería poseerla de nuevo, uniendo el pasado a la madurez y los cambios en ambos. Rechazó la pregunta porque había tomado una decisión: volvería a poseerla. Lo mejor sería dejar claras sus intenciones.
Le agarró el brazo cuando ella se levantó y, al ver su mirada de indignación, se inclinó para susurrarle lo que pensaba al oído.
–Cuando te lleve a la cama esta vez, será mejor que nunca.
–Nunca accederé a eso –las pupilas se le habían dilatado y él captó el perfume de su excitación.
–Solo te estoy haciendo saber que te quiero en mi cama. Y vendrás. Porque me deseas.
Ella se sonrojó, clara prueba de que él no se equivocaba. Aun así, expresó su disconformidad.
–Tendrías que hacerte mirar esa cabeza, antes de que su peso te rompa el cuello.
Él la tiró del su brazo y la apretó contra su cuerpo. Gruñó de satisfacción y oyó que a ella se le escapaba un gemido de placer.
El aroma que lo había hechizado desde que entró en la habitación: un mezcla de femineidad, piel tostada por el sol y noches de placer, le anegó los pulmones. Necesitando más, hundió el rostro en su cuello, absorbiendo su perfume.
–No te quiero en mi cama. Te necesito en ella. Llevo seis años anhelando tu presencia allí.
Notó que ella se tensaba y le apartaba lo suficiente para mirarlo, confusa. La soltó para no alzarla en brazos y llevarla a la cama en ese mismo instante.
El rostro de ella era un lienzo de emociones turbulentas, tan intensas que se sintió mareado.
–Lo único real que compartimos fue la pasión. Fuiste la mejor que había tenido nunca. Solo acabé contigo porque…parecías esperar más de lo que ofrecía –dijo con tono desafiante–. Pero ahora conoces la oferta. Tienes la opción de ser o no ser mi amante, pero tendrás que ser mi princesa.
Ella miró el contrato que tenía en la mano, que detallaba con fría precisión los límites de su relación temporal y cómo acabaría. Después, lo miró con ojos de un azul apagado y distante.
–Solo por un año –dijo ella.
«O más. Todo el tiempo que queramos», estuvo a punto de decir él. Pero se contuvo.
Capítulo Tres
Glory hizo una mueca ante la estupefacción de su mejor amiga, Amelia. Ya se estaba arrepintiendo de haberle contado la historia, pero habría explotado si no se desahogaba con alguien.
–Solo por un año –apuntilló Glory.
–Intento imaginarte con el Príncipe Vastamente Devastador y no puedo.
–Gracias, Amie, es todo un detalle por tu parte –dijo Glory con clara ironía.
–¡No es que crea que no estés a su nivel! –exclamó Amie–. Cualquier hombre sería afortunado si te tuviera, pero hace un siglo que no miras a ninguno. Eres tan fría… –sonrió, contrita–. Sabes a qué me refiero. Irradias «no te acerques». Me resulta imposible imaginarte entregada a la pasión con un hombre. Pero empiezo pensar que buscas más que el resto de las mortales. O es alguien del calibre de Vincenzo, o nadie –sus ojos se ensombrecieron–. O tal vez el problema sea que es Vincenzo o ninguno ¿Fue él quien te llevó a rechazar a todos los demás?
Glory la miró. La brutal forma en que Vincenzo había puesto fin a la aventura, la había devastado emocional y psicológicamente. Había tardado un año en paliar su dolor. Después, había volcado su tiempo y energía en cambiar su vida.
Si el hombre al que consideraba su alma gemela podía destrozar su estabilidad emocional con unas palabras, no podía volver a fiarse de nada. Así que había decidido entregar su corazón y sus habilidades al mundo, con la esperanza de hacer más bien del que le habían hecho a ella.
Llevaba cinco años creando y racionalizando proyectos humanitarios por todo el mundo. Solo tenía posibilidad de mantener relaciones íntimas pasajeras, y eso no iba con ella.
Pero las preguntas de Amelia la inquietaron. Tal vez, una de las cosas que más la había atraído de ese estilo de vida era poder evitar la intimidad. Glory adoraba su trabajo, pero no le dejaba ni un momento libre. Estaba demasiado ocupada como para sentir que le faltaba algo y aceptar que era mujer de un solo hombre. O Vincenzo, o ninguno.
–¿Te rompió el corazón? –preguntó Amelia, interpretando correctamente su expresión.
–No, me lo machacó por completo.
–Ahora lo odio –Amelia frunció el ceño–. Lo he visto alguna vez en televisión y me pareció un tipo decente, para nada el típico playboy de la realeza, a pesar de su reputación. Pensé que ser científico lo había librado de ser un monstruo narcisista. Pero ahora veo que me equivoqué.
–Él no es…, no era así –lo defendió Glory. Movió la cabeza, confusa–. Es como si fuera tres personas distintas. El hombre del que me enamoré era como tú lo describes: honorable, sincero y centrado en la vida pública; enérgico y brillante en su vida profesional; sensible, compasivo y apasionado en la personal.