Educar para ser. Francisco Riquelme Mellado

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Educar para ser - Francisco Riquelme Mellado Biblioteca Innovación Educativa

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una mirada limpia y nueva sobre la tendencia automática de la memoria y sus hábitos, que crean preconceptos y filtros (generalizaciones, distorsiones, omisiones). Por eso esta mirada es impersonal y atemporal. Y con ella podemos reconocer “lo que es". La mirada apreciativa es un mirar que enviste de valor a lo que mira y le permite ser desde lo esencial.

      • Escuchar

      Esta observación no es solo una mirada respetuosa, también, y, sobre todo, es escucha. Lo más importante en la escucha es el otro, el alumno. Cuando escucho, le estoy diciendo: “Tú eres lo más importante en este momento. Estoy disponible para ti”. Cuando la escucha es así se considera que es activa, pues esa escucha tiene un sentido. Hay que crear un espacio en clase para la mirada y la escucha, dar espacio al ser del otro, que se sienta tenido en cuenta y se construya desde nuestra mirada.

      • Aceptar

      Aceptar la realidad implica estar con lo que es y se da sin pretender cambiarlo, en ese espacio que no juzga, sino que quiere conocer. Hay que sostener creativamente la aceptación sobre la tensión que ejercen en nosotros las creencias de lo que debe ser. Aceptar es la base del respeto al otro tal cual es, sin querer cambiarlo (el cambio o el crecimiento no puede venir “impuesto”, sino que procede de la germinación interior). Aceptar es también respetar las necesidades en los diversos niveles (físicas, emocionales, mentales y trascendentes) y darles espacio en el aula.

      • La curiosidad

      Deja de juzgar y sé curioso. Observa tus autodiálogos y pasa del “esto debería ser...” al “¿cómo es que...?”. Sé curioso como un niño que explora el mundo por primera vez y al que todo le maravilla. Cuando acepto al alumno, le digo: “Te respeto tal cual eres y, a partir de ahí, acepto tus problemas y necesidades. Veamos qué podemos hacer juntos”.

      El juzgar se convierte así en curiosidad y en querer conocer, saber y comprender. Los alumnos disruptivos usan maneras molestas de llamar nuestra atención y demandan así fuertes necesidades insatisfechas, sobre todo de cariño y reconocimiento, algo que posiblemente les falte en su familia. “Entre el dolor y la nada prefiero el dolor”, decía William Faulkner. Si respondemos desde lo que debe ser, si lo hacemos desde nuestra propia neurosis, no podemos atender esas necesidades, que van más allá de lo académico, pero que, siendo profundamente humanas, afectan mucho al aprendizaje de los alumnos. La excelencia no es tanto hija de la exigencia como fruto del amor.

      • El reconocimiento

      Implica reconocer la singularidad del ser en el otro, su belleza intrínseca, la especificidad en cada persona. Es decir, dar valor a cada persona por lo que es en sí misma. Hay que sostener esa mirada admirativa frente a las acostumbradas etiquetas de la memoria y los juicios mentales o las interpretaciones. El reconocimiento se manifiesta con los tres aspectos de la presencia (corporalidad, emocionalidad y lenguaje). Reconocer el intrínseco valor de cada alumno tiene efectos impresionantes para alcanzar la excelencia educativa, sobre todo, porque le devolvemos un alto autoconcepto y un refuerzo de la propia autoestima. Lo llevamos a reconocerse como ser valioso y a querer actuar en consecuencia; manifestando gozosamente en su vida sus talentos y capacidades (“Querer hacer lo que se sabe hacer es ser”, Jacques Delors, 1994)5.

      Chris Ulmer es un conocido educador estadounidense que trabaja con personas con diversidad funcional. Durante unos minutos, suele hablar a sus alumnos ensalzando sus cualidades, destacando sus progresos. Sus resultados son espectaculares: los estudiantes empiezan a alabarse entre sí y van disminuyendo la competitividad y los agravios, se ayudan y cooperan más entre ellos.

      Stephen Covey habla en su libro El líder interior del colegio A. B. Combs, en Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, y del método de su directora, Muriel Summers: “Todos los días les decimos que los queremos. Todos los niños son importantes: ‘Eres una persona importante, tienes muchos dones y mucha capacidad’”.

      Hay que tener presente lo importante que es reconocer y admirar a los hijos en las familias, a los alumnos en el colegio y a los empleados en las empresas. Cultivémoslo en nuestras relaciones cada día y apreciémoslo como otro factor de transformación sencillo y efectivo.

      • El cuidado

      Cuidar es dar importancia, es una consecuencia de reconocer; y es velar por que las condiciones del aprendizaje y el desarrollo del ser sean óptimas. Cuidar es velar por su germinación. Cuidar es respetar los tiempos de cada uno y esperar pacientemente los avances y resultados sin apresurarse, sin forzar el proceso. El aprendizaje (y no hablemos de la maduración personal) siempre “se cuece a fuego lento”.

      • La confianza

      Confiar en la potencialidad del ser implica confiar en los alumnos, en que habrá situaciones o momentos en los que la persona sienta que está sin posibilidades, y aun así puede encontrar por sí misma sus propios recursos internamente, actuando desde la propia potencialidad de su ser. Solo descubriendo primero esa propia potencialidad en mí y confiando en mí mismo puedo confiar en la capacidad de los demás.

      No se trata de ser autosuficientes y aislados. No, todos necesitamos referentes y ser acompañados en el descubrimiento de las propias capacidades; pero sin generar dependencia.

      Como docentes, hemos de desprendernos de esos modelos interiorizados de ser autoridades del saber y señalar los caminos para que los alumnos tengan acceso a sus propios recursos. Mejor que dar peces a otro es descubrirle que puede pescar, con los medios que tenga a mano y considere oportunos; lo que necesite en las condiciones que se presenten.

      Confiar en que la semilla germinará y crecerá en tiempo y forma, sin forzar, respetar los ritmos de aprendizaje y los propios procesos de toma de conciencia es señal de confiar en la inteligencia del otro, en su valía y en la del propio proceso.

      Cuando los alumnos reciben nuestra confianza, haciendo una llamada a lo mejor que tienen, ellos se expresan desde su mejor versión. Con frecuencia uno llega a confiar en los alumnos más de lo que ellos confían en sí mismos.

      • Creer en la realización del ser

      Implica creer realmente en que cada persona es capaz de realizarse y manifestar en su vida las potencialidades de su ser, a través de actos y proyectos creativos concretos, expresando sus inteligencias y talentos. Nuestras creencias pueden ser potenciadoras o limitantes.

      Solo desde el creer en el que soy capaz de realizarme puedo creer en la capacidad de realización del otro.

      El proceso de realización y materialización comienza por un imaginar. Luego, lo imaginado se carga emocionalmente para creer en su posibilidad. Y solo a partir de ese creer se puede dar el proceso de crear y construir la propia vida.

      Las expectativas que tengo en mi grupo de alumnos tienen una relación directa con los resultados que estos obtienen. Es algo que se sigue constatando desde las conocidas investigaciones de Rosenthal y Jacobson en 1968.

      Como docente, yo creo las expectativas que mis alumnos tienen sobre ellos mismos y sobre el proceso de aprendizaje. Cuando creo altas expectativas, estas se producen. Creer es crear. Y se conoce como “efecto Pigmalión”. Si soy capaz de mirar, considerar y tratar a un alumno (o a una persona), no como es, sino como puede llegar a ser, estaré posibilitando que se convierta en aquello que puede ser.

      Tenemos una responsabilidad ineludible en cómo hablamos, en cómo tratamos a los demás. Porque nuestras palabras tienen un poder más grande de lo que nunca habíamos imaginado. Cada día tienes la opción de cortar las alas de los demás hablando del miedo y de la incertidumbre. O puedes dejar que tus

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