¡Corre! Historias vividas. Dean Karnazes

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу ¡Corre! Historias vividas - Dean Karnazes страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
¡Corre! Historias vividas - Dean  Karnazes

Скачать книгу

en una ciudad cercana a San Francisco, donde los dos vivíamos. Quería hacer algo memorable para celebrar la ocasión y pensé que aquélla sería la oportunidad perfecta para cobrarme aquella ficha que todavía podía jugar con Topher y llevármelo en aquel viaje. Le convencí de que la mejor forma de alabanza que podíamos dar a esa nueva unión era aventurarnos y llegar por nuestros propios medios. O con voluntad humana, si lo prefieres. Para mi sorpresa, lo persuadí con facilidad, sumándose a mi iniciativa sin necesidad de convencerlo. Claro está, no mencioné que la recepción se celebraba a ciento veinte kilómetros de allí.

      ¡Qué empiece el juego!

      Partí a la carrera para llegar a la recepción al mediodía del día siguiente. El plan era que Topher saliera más tarde en bici después de trabajar y me alcanzara por la noche. Sabía la ruta que iba a seguir y llevaba su bicicleta de montaña equipada especialmente con neumáticos lisos (básicamente son cubiertas de perfil más estrecho con una huella más lisa que en los neumáticos tradicionales de mountain bike), lo cual hace que el pedaleo por carretera sea más cómodo.

      Por desgracia, resultó que los neumáticos lisos se pinchan más fácilmente que las robustas ruedas de montaña.

      Topher ya había pinchado la rueda trasera y había usado una de las cámaras que llevaba de repuesto. Ahora, solo en algún punto del tramo más remoto de la carretera de nuestra ruta, pinchó de nuevo. Cuando paró a reparar el pinchazo, se quedó de piedra al descubrir que no había pinchado sólo una rueda, sino las dos a la vez.

      Siempre dueño de sí mismo, decidió llamar a su novia, Kim, para que pasara a buscarlo en coche. Sin embargo, el teléfono no tenía cobertura. Se había adentrado demasiado en el campo. (A mediados de los noventa, la cobertura era escasa, cuando no inexistente, en la mayor parte de la California rural.)

      Siendo un tipo joven y emprendedor, Topher se subió al pretil que bordeaba la carretera y sostuvo el móvil por encima de la cabeza mientras mantenía el equilibrio sobre el estrecho muro. Cuando miró hacia arriba vió una barra de cobertura al fondo de su brazo extendido.

      Lentamente, bajó el brazo para hacer la llamada. Pero justo cuando acercó el móvil a la oreja, la barra desapareció. Lo volvió a intentar, con más lentitud esta vez. Lo mismo. Lo intentó una vez más, esta vez de puntillas sobre el pretil, en un intento de aproximar la cabeza al punto de recepción. Para su inmensa alegría, la llamada se estableció. Oyó el ruido de la estática y chasquidos al otro lado. Levantó la mirada hacia el teléfono en un intento por mejorar la posición. Al hacerlo, perdió pie y cayó a plomo con un horrible sonido amortiguado, quedando a horcajadas sobre el pretil. El dolor fue tan horroroso que temió haberse quedado de modo permanente sin capacidad para engendrar hijos.

      Jadeando de dolor y tratando de recomponerse, decidió esperar la ayuda de algún conductor. Esto tenía sentido. Conseguir cobertura allí era imposible.

      Transcurrió una hora sin que pasase ningún coche. Un desastre.

      Topher estaba empezando a sentir frío, por no mencionar cierta inestabilidad mental. El instinto pudo más que lo demás. El instinto irracional y primitivo, ése que hace que la gente se meta en problemas. Con los dedos tan entumecidos que apenas podía cerrar los puños, escondió la bicicleta lo más apartada posible de la carretera y se metió a gatas en la espesura cercana, haciéndose un ovillo debajo de la cubierta natural de las ramas en busca de calor. Un minuto después, estaba dormido. Crecer en una comuna había condicionado a Topher para ser uno de los más rápidos en dormirse que jamás haya conocido. Cuando se presentaba la más mínima ocasión dentro del caos de su infancia, dormía. Topher es la única persona a la que he visto dormirse en mitad de una frase. Lo último en lo que pensó al adormilarse bajo aquel arbusto fue en Kimmy y en dónde estaría.

      Kim era el pegamento que mantenía unida la vida de Topher. Eficiente y resolutiva, no sólo tenía una tremenda capacidad de planificación, sino que siempre acudía al instante. Ése hubiera sido probablemente el caso aquella noche si no hubiera sido porque su vuelo de la Costa Este –programado en un principio para llegar al mediodía– sufrió un retraso y no llegó al aeropuerto de San Francisco hasta la tarde.

      Cuando llamó al móvil de Topher y la entrada pasó directamente al buzón de voz, tuvo la premonición de que algo no iba bien. Topher solía seguir las instrucciones, y el tercer punto de la lista que le había redactado y dejado en la mesa de la cocina antes de irse decía:

      3) CARGAR EL MÓVIL

      Por eso tenía bastante fe en que no se hubiera quedado sin batería. ¿Qué podía ser? Entonces recordó la ruta que estaba haciendo. Sabía que viajaría campo adentro y que allí la cobertura de los móviles era limitada. En realidad estaba segura de que ése era el caso y que tenía problemas.

      Una hora después, Kim se adentraba en coche en la región, muy preocupada. Lo que más le preocupaba era que en el móvil de Toph saliera directamente el buzón de voz. Ya tenía que haber pasado por esa sección del recorrido y haber llegado a alguna población donde hubiera mejor cobertura. ¿Habría perdido el móvil?

      Acababa de pasar esa idea por su mente cuando durante un instante fugaz vio el reflejo de algo brillante contra los faros en un lado de la carretera. Llámalo intuición descubridora o sexto sentido. Yo sólo me referiré a ello como «la magia de Kimmy». Milagrosamente, había avistado la bicicleta de Topher sobre un montículo junto a la cuneta. Paró el coche, cogió un frontal y comenzó a buscar frenéticamente. Primero localizó los pies sobresaliendo de un arbusto. No pudo refrenar una risita, sabedora de inmediato de que estaba bien y durmiendo.

      Se inclinó y comenzó a pellizcarle los pies con intermitencia, del modo en que un coyote daría los primeros mordiscos preparatorios antes de comenzar a devorar una presa.

      Aterrorizado, Topher se despertó de un salto. Dio un grito y se encontró atrapado en la telaraña de ramas del arbusto. Totalmente inconsciente de dónde estaba, comenzó a chillar y golpear las ramas de forma incontrolada.

      Kimmy se quedó observándole divertida. Por fin, cuando se hubo calmado y recuperado la compostura, ella dijo:

      –¿En qué te has metido esta vez, Gaylord? –Kimmy, qué contento estoy de verte –borbotó–. Bueno… más bien qué contento estoy de oír tu voz. ¿Cómo salgo de aquí?

      –No estoy segura, Toph. Parece que ese arbusto y tú tenéis una relación muy íntima.

      Tan metódica y práctica como era, Kimmy nunca dejaba de buscar el lado cómico de las cosas. Sus impactantes ojos de color añil y su sonrisa resplandeciente revelaban una naturaleza traviesa. Kimmy tenía la extraordinaria habilidad de pasar sin preámbulos y en un abrir y cerrar de ojos de ser una negociadora implacable a una bromista. Lo hacía con tal elegancia y naturalidad que con frecuencia dejaba totalmente confundidos a los del otro lado de la mesa de negociaciones.

      –No es momento de jugar –ladró Topher–. Ahora deslízate bajo el arbusto y vivamos un pequeño romance de cuneta.

      –Creo que la planta y tú ya lo estáis haciendo muy bien –replicó–. Además, ¿dónde está Karno? (Muchos de mis amigos han dado en llamarme Karno, una deformación de mi apellido.)

      –¡Anda la osa… Karno! –Topher se frotó la frente–. Tenemos que encontrarlo.

      –¿Dónde lo dejaste? –preguntó Kimmy.

      –Se me pincharon las ruedas antes de que llegara a su altura. Está por ahí solo.

      –Fue buena idea llevarme

Скачать книгу