Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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para desprenderse de la culpabilidad que le envolvía como un manto desde la muerte de Jenny; así las cosas, decidió ir al Castle’s lo menos posible, al menos hasta que Emily se marchara de forma definitiva. Logró mantenerse alejado de allí tanto el domingo como el lunes, pero, para cuando llegó el martes, B.J. se hartó y le dio la lata hasta que se salió con la suya; aun así, se limitó a llevarlo por la mañana y a ir a buscarlo por la tarde, pero sin poner un pie en el restaurante.

      El miércoles, intentó convencer de nuevo a B.J. de que pasara el día con él, pero, por desgracia, el niño cada vez estaba más apegado a Emily. Aunque no le parecía que esa relación fuera beneficiosa para su hijo, entendía el porqué de ese apego: echaba de menos a su madre, y necesitaba la calidez de una influencia femenina.

      –¿Por qué no pasas el día en mi restaurante? –le propuso, mientras salían de casa.

      –No, allí me aburro mucho. Todo el mundo está muy ocupado, nadie me hace caso. Tommy no deja que ayude en nada, dice que podría hacerme daño.

      Boone no podía ponerle pegas a la actitud precavida de Tommy, pero en ese momento no era algo que jugara en su favor.

      –Te buscaré alguna tarea para que te entretengas, a lo mejor puedes echarle una mano a Pete.

      El niño no parecía demasiado convencido.

      –¿Haciendo qué?

      –No sé, se lo preguntaremos cuando lleguemos.

      –¡Ni hablar! Cuando estemos allí no querrás marcharte aunque yo esté súper aburrido.

      –Pero tienes el videojuego ese que, según tú, era el mejor del mundo. Te lo compré para que tuvieras algo con lo que entretenerte.

      –No es tan divertido como el trabajo de verdad que hago en el Castle’s. Y Emily necesita mi ayuda, tú mismo lo dijiste.

      Boone se dio por vencido, así que pasó de largo al llegar a su restaurante y puso rumbo al Castle’s.

      –¿Qué tarea te dio Emily ayer? –le preguntó. Sentía curiosidad por saber qué tenía tan fascinado a su hijo.

      –Me enseñó un programa de ordenador súper chulo, lo usa para elegir colores de pintura y cosas así. Ella dice que el Castle’s quedaría mejor en un tono azul cielo con adornos dorados como el sol, en vez de ser tan oscuro y sombrío como ahora.

      Boone contuvo una sonrisa, y comentó:

      –Supongo que lo de «oscuro y sombrío» lo dijo tal cual, ¿verdad?

      –Sí, también dijo que es muy rus… no me acuerdo de la palabra.

      –¿Rústico?

      –Eso. Yo no entendí lo que quería decir, y entonces me dijo que era oscuro y sombrío como una cueva.

      A Boone no le costó imaginar cómo reaccionaría Cora Jane si oyera esa comparación.

      –¿Oíste lo que dijo la señora Cora Jane cuando Emily le propuso esa idea?

      A pesar de que él mismo había intentado convencer a Cora Jane de que al menos escuchara las sugerencias de Emily, era poco probable que estuviera dispuesta a aceptar un cambio tan drástico, ya que ella pensaba que el sencillo tono beige de las paredes y la madera oscura del mobiliario le conferían al restaurante un marcado carácter marinero.

      –Sí. Que no iba a dejar que embe… embelleciera el restaurante, que por encima de su cadáver. ¿Qué significa embellecer?

      –Poner cosas que a una chica le parecen bonitas. ¿Cómo se lo tomó Emily?

      –La llamó mula testaruda. La señora Cora Jane se echó a reír y dijo que Emily era igualita a ella en eso.

      Boone sonrió, ya que aquella afirmación era totalmente cierta.

      Justo entonces llegaron al aparcamiento del Castle’s, que había vuelto a abrir su comedor y estaba abarrotado. A la gente no parecía importarle que, escasos días atrás, el local estuviera dañado por el agua y que el suelo hubiera estado cubierto por una capa de arena, ni que aún quedara un ligero olor a humedad en el ambiente. El aire acondicionado volvía a funcionar, el restaurante iba secándose poco a poco, las hamburguesas estaban tan buenas como siempre, y la cerveza se servía bien fría.

      Estaba a punto de abrir la puerta cuando Emily estuvo a punto de golpearle con ella al salir como una exhalación.

      –¡Habla tú con mi abuela, a ver si puedes hacerla entrar en razón! ¡Yo me rindo! –exclamó, furibunda, mientras se alejaba hacia las dunas de la playa.

      Boone la siguió a toda prisa después de ordenarle a B.J. que entrara en el restaurante. Ella cruzó sin miramientos la carretera y dos coches tuvieron que frenar de golpe para evitar atropellarla, pero, como no era un suicida, él optó por dejar pasar el tráfico antes de cruzar a su vez. Para cuando la alcanzó, ella ya había llegado a la orilla, y le extrañó que no se metiera en el agua vestida y todo; en su opinión, le habría ido bien para calmarse.

      –¿Quieres hablar del tema?

      Mantuvo las manos en los bolsillos para contener las ganas de abrazarla, porque daba la impresión de que el más mínimo gesto de consuelo bastaría para que se derrumbara del todo.

      –¿De qué serviría? Le he enseñado una docena de propuestas para modernizar el restaurante, para darle algo de estilo, y ella las ha rechazado todas. Ni siquiera parece darse cuenta de que sé lo que hago, la gente me paga mucha pasta por mis ideas.

      –A lo mejor piensa que esas ideas son adecuadas para un restaurante sofisticado de Beverly Hills, pero que no encajan en un local informal que está en una playa de Carolina del Norte. Al Castle’s no le falta clientela, en este momento está abarrotado con gente que tiene que comer de pie.

      Ella le asestó una mirada asesina que debió de dañar un par de órganos vitales como mínimo.

      –¿Por qué crees que tengo tanto éxito en mi profesión? Pues porque sé analizar las necesidades de cada cliente, y crear el ambiente perfecto para cada lugar –le espetó ella con irritación–. Conozco este restaurante y a sus clientes mejor que nadie, empecé a servir mesas aquí en cuanto pude sostener una bandeja.

      –Sí, y creo recordar que detestabas ese trabajo –comentó él, sonriente.

      –Eso es irrelevante. Por el amor de Dios, no estoy proponiéndole que traiga asientos de cuero, ni que instale iluminación ambiental. Tan solo intento darle un poco de encanto marino al local, ahora es deprimente.

      –Y rústico, ¿no? –al ver que volvía a fulminarlo con la mirada, se encogió de hombros y admitió–: Me lo ha comentado B.J.

      –Vale, sí, me parece rústico. ¿Puedes decirme por qué no ha querido dejar cerrado el comedor un par de días más, hasta que se ventile del todo? Seguro que para no perder clientes.

      –A lo mejor es porque sabe que la gente de la zona cuenta con ella –sugirió él con tacto–. Emily, sabes tan bien como yo que es un lugar con muchos clientes habituales. Los turistas nos mantienen a todos a flote, pero la prioridad para tu abuela son las personas de por aquí que se reúnen en su restaurante para ver a sus convecinos,

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