Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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adelante con su vida, al menos con Emily.

      –¿Piensas pasar el resto de tu vida haciendo penitencia por no haber podido amar lo suficiente a Jenny? –le preguntó, con voz suave–. La quisiste todo lo que pudiste, Boone. Fuiste un muy buen marido.

      –Sabes que eso no es cierto –protestó él con incredulidad.

      –Sí, sí que lo es. No olvides que yo vi cómo erais como pareja. A Jenny no le faltaba de nada, tuvisteis juntos un hijo maravilloso. Ella estaba radiante de felicidad.

      Era obvio que no había logrado convencerle, porque él insistió:

      –Nunca fui suyo por completo.

      –Por supuesto que no –dijo ella con impaciencia–. A lo largo de la vida, podemos enamorarnos una vez si tenemos muchísima suerte. Casi todo el mundo ama dos veces, o incluso más. El corazón tiene una capacidad ilimitada para amar. Parte del mío siempre pertenecerá a mi difunto esposo, que en paz descanse, pero eso no significa que lo que siento por Jerry no sea profundo y sincero.

      –Y yo no espero que se olvide de Caleb –apostilló Jerry–, por supuesto que sigue llevándolo en su corazón.

      Cora Jane le miró con agradecimiento por el apoyo antes de volverse de nuevo hacia Boone.

      –No creo que Jenny pretendiera que fueras a olvidar por completo a Emily. Ella sabía mejor que nadie lo que había supuesto para ti perder a mi nieta. Esa muchacha te amaba, y por eso te entendía mejor de lo que tú mismo crees.

      –Sentí que estaba siéndole infiel durante todos los días que duró nuestro matrimonio, porque nunca pude desprenderme del todo del pasado. Quería ser un buen marido, el marido que ella se merecía, pero fracasé una y otra vez.

      –Eso no es verdad, estás dejándote llevar por un sentimiento de culpa que no tiene sentido. Tú no hiciste nada malo, no intentaste buscar a mi nieta; que yo sepa, nunca hablasteis por teléfono ni mantuvisteis contacto alguno. Siempre fuiste fiel a tu compromiso con Jenny.

      –Eso díselo a sus padres. Ellos sabían lo que pasaba, su madre me lo echó en cara tras su muerte. Me dijo que había arruinado la vida de su hija, que yo era el culpable de su muerte, que Jenny no tenía nada que la impulsara a vivir.

      Cora Jane se quedó atónita al oír eso.

      –No me puedo creer que Jodie Palmer se atreviera a decirte algo así, y justo cuando acababas de perder a tu esposa.

      –Me dijo eso y mucho más –afirmó él. Jodie había amenazado con arrebatarle la custodia de B.J.

      –Y tú la creíste, ¿verdad? Ya te habías condenado tú mismo, así que te creíste las acusaciones de una madre enfadada que estaba sufriendo por la pérdida de su hija.

      –¿Cómo no iba a creerla?, sabía que estaba diciendo la verdad. Por mucho que me esforzara por ser un buen marido, no estuve a la altura.

      Cora Jane no podía permitir que siguiera creyendo semejante barbaridad, tenía que encontrar las palabras adecuadas para hacerle entender que la amargura de Jodie no estaba basada en la realidad.

      –¿Llegó Jenny a insinuar siquiera alguna vez que la habías defraudado?

      –No, pero es que ella era así. Quería a todo el mundo. Pasaba por alto los defectos de los demás, en especial los míos.

      –Por el amor de Dios, ¿cómo es posible que seas tan duro contigo mismo? Jenny era inteligente, ¿verdad?

      –Por supuesto que sí.

      –¿Y te eligió a ti como marido?

      –¿Adónde quieres llegar?

      –Dudo mucho que una mujer inteligente eligiera a un hombre que no le pareciera digno de su amor. Y no creo que aguantara ni por un segundo ser el segundo plato de nadie, no si esa persona le echara en cara que no era más que eso, un segundo plato.

      –¡Claro que no se lo eché en cara! –exclamó él, indignado.

      Cora Jane sonrió.

      –No, claro que no, justo a eso me refiero. Cuando decidiste comprometerte con esa muchacha, pusiste todo tu empeño en ser un buen marido, y eso bastó para que Jenny tuviera una sonrisa radiante en el rostro y el corazón lleno de felicidad. Ella era feliz, Boone. Apostaría mi vida a que lo era. Y esa felicidad se debía a ti –le miró con severidad al añadir–: No quiero volver a oírte decir ni una palabra que indique lo contrario.

      La sonrisa de Boone tardó un largo momento en aflorar, pero, cuando lo hizo al fin, fue acompañada por un profundo suspiro.

      –¿Qué he hecho yo para merecerme tener de mi parte a alguien como tú?

      Ella se levantó y le puso las manos en las mejillas antes de contestar:

      –Entraste a formar parte de mi familia el día que entraste aquí por primera vez con Emily, y eso no va a cambiar por nada del mundo –le dio una ligera sacudida–. No soy ninguna inocentona, ya lo sabes. Se me da bien calar a la gente, me doy cuenta a la primera cuando tengo enfrente a un mentiroso, a un tramposo o a un patán, y tú no eres ninguna de esas cosas. Eres un hombre decente, fuerte y de buen corazón, Boone Dorsett; de no ser así, no te querría para mi nieta. ¿Está claro?

      La sonrisa de Boone se ensanchó.

      –Muy claro –le aseguró, antes de besarla en la mejilla–. Pero creo que será mejor que vaya a buscar a B.J. y me lo lleve ya a casa.

      –¿Tan pronto? –le preguntó ella con incredulidad–. ¿Qué pasa?, ¿lo que acabo de decirte no ha servido de nada?

      Él se echó a reír.

      –Ha servido de mucho, pero no voy a lanzarme de cabeza al vacío solo porque tú quieras que lo haga.

      –Vas a hacer que retire todo lo dicho –le advirtió ella.

      –Como quieras –le contestó él, sonriente, antes de guiñarle el ojo a Jerry–. Nos vemos pronto.

      –Puede que sí, puede que no –refunfuñó ella–. No me gusta que la gente no haga caso a mis consejos.

      –Pues tenlo en cuenta cuando Emily venga a comentarte los cambios que tiene en mente para este sitio, a ella tampoco le gusta que no le hagan caso. Las dos os parecéis mucho en eso –sin más, salió de la cocina.

      –¡Pero bueno! –murmuró ella, antes de volverse hacia Jerry–. Creía que por fin había progresado un poco con él.

      –Yo de ti me plantearía esperar a que la naturaleza siga su curso. Cuando esos dos están juntos saltan chispas, no van a poder resistirse mucho tiempo más a la atracción que hay entre ellos.

      –No me gusta dejar las cosas importantes en manos del azar.

      –Plantéatelo así: Lo estás dejando en manos de Dios; que yo sepa, a él se le da incluso mejor que a ti conseguir que las cosas salgan como debe ser.

      Era un argumento irrebatible, pero a Cora Jane seguía sin hacerle ninguna gracia la situación.

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