Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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ocupado.

      –¿Lo dices en serio?, ¿y Wade le sigue la corriente? –le preguntó él, sorprendido.

      –Sí, parece ser que está encantado. Se ve que no le quita los ojos de encima a Gabi desde aquel primer día; al menos, eso es lo que dice mi abuela. Él no tiene prisa por marcharse, y ella hace todo lo posible por retenerle en el restaurante.

      –¿Y qué opina Gabi de todo eso?

      La sonrisa de Emily se ensanchó aún más al admitir:

      –Ella no se entera de nada, y eso está sacando de quicio a mi abuela; en cuanto a Samantha, la situación le parece de lo más entretenida –le miró de soslayo al añadir–: Tengo una idea infalible para que mi abuela le dé el visto bueno a los cambios que quiero hacer en el restaurante.

      –¿Ah, sí?

      –Tú podrías acceder a supervisarlo todo, y habría que pedirle a Wade que se encargara del trabajo de carpintería. Dos pájaros de un tiro, sería como un sueño hecho realidad para la casamentera de mi abuela –la triquiñuela le parecía maravillosamente intrigante.

      –Ya, pero ¿en qué situación nos dejaría eso a nosotros?

      –En una muy problemática, supongo, pero yo creo que podría valer la pena.

      –¿Por qué?, ¿porque te saldrías con la tuya?

      –Solo digo que lo consideraría como un favor de tu parte.

      –Lo siento, cielo, pero ni hablar. Ni aunque sea por una causa tan noble. Vas a tener que apañártelas sola, a menos que aceptes la ayuda de B.J.

      –Vale, tráelo –le dijo, cuando se detuvieron detrás de su coche de alquiler–. Siempre va bien tener un aliado, aunque sea uno en miniatura.

      Boone se echó a reír.

      –De acuerdo, nos vemos en una hora.

      Mientras le veía marcharse, Emily no pudo evitar preguntarse cuándo había dejado de preocuparle que ella pasara el tiempo con su hijo. Le habría gustado saber si Boone había empezado a confiar en ella a pesar de todo, o si había acabado por resignarse al hecho de que B.J. no iba a dejar que intentara mantenerles separados.

      Tal y como Boone había predicho, el último cliente estaba marchándose justo cuando Emily llegó al Castle’s. El comedor estaba cerrado, y Wade ya había llegado para trabajar en los aparadores que Cora Jane había decidido poner detrás del mueble donde iba la caja registradora.

      –Hola, Wade. ¿Qué tal va todo?, ¿cuántas veces ha cambiado de opinión mi abuela hoy?

      Él se echó a reír antes de contestar:

      –De momento seguimos con lo que se dijo ayer. Tres aparadores para almacenaje, pero ahora ha decidido que también quiere algunos estantes.

      –¿Para qué?

      –Para vender recuerdos, creo. Fue una sugerencia de Gabi, lleva varios días mirando catálogos; según ella, sería una buena campaña publicitaria que la gente fuera por la calle con camisetas y gorras del Castle’s, y bebiendo en vasos de plástico con el logotipo del restaurante. Yo le recomendé que mirara si también se pueden hacer palas de plástico de esas que se usan para hacer castillos de arena en la playa. Me pareció una buena idea.

      –A mí también, ¿qué te dijo Gabi?

      –Lo que cabía esperar, que me centrara en la carpintería –le indicó que se acercara antes de admitir, sonriente–: Pero hoy he echado un vistazo sin que se dé cuenta a los catálogos que está mirando… y son de palas de plástico.

      –¡Punto para ti! –le dijo ella, con una carcajada, antes de acercarse a la mesa donde estaba su hermana; después de sentarse frente a ella, le preguntó–: ¿Qué haces mirando catálogos?, ¿quieres comprar algo?

      Gabi alzó la mirada, y su sonrisa se desvaneció al verla.

      –Vaya, ¿has decidido ser valiente y volver a la escena del crimen?

      –¿Qué crimen?

      –El de dejar plantado a un niñito que contaba contigo.

      –Ya he hecho las paces con B.J., y también con Boone… bueno, más o menos. ¿No te ha dicho la abuela que esta mañana he ido a ver el partido de fútbol de B.J.? Por cierto, ¿dónde estabas cuando llegué anoche?

      –Me quedé aquí hasta tarde, alguien tiene que vigilar a Wade.

      Emily contuvo una sonrisa al oír aquello, y comentó con fingida inocencia:

      –A mí me parece que sabe lo que hace, ¿de verdad crees que hay que supervisarle?

      –No me fío de él, no deja de añadir cambios. Yo creo que está intentando engordar la factura de la abuela.

      –Y yo que es la abuela la que está añadiendo esos cambios para tenerle aquí todo el tiempo posible.

      –¿Por qué? –le preguntó su hermana, desconcertada.

      –Porque quiere que te fijes en él.

      –¡No digas tonterías!

      –No son tonterías. La maquinaria casamentera de la abuela está a pleno rendimiento… Boone y yo, Wade y tú. Estoy deseando saber lo que le tiene preparado a Samantha; mejor dicho, quién le tiene preparado.

      –Tengo novio.

      –Sí, nos lo has dicho un montón de veces, pero ¿por qué no ha venido? ¿Por qué no te llama cada diez minutos para decirte que te echa de menos?

      –Nuestra relación no es así. Los dos somos personas ocupadas que entienden de obligaciones.

      –Madre mía, qué romántico. No me extraña que la abuela se haya propuesto buscarte un reemplazo adecuado.

      –Wade no es el hombre adecuado para mí –protestó Gabi.

      –Es guapísimo, amable y divertido, y da la impresión de que está deseando caer rendido a tus pies. Yo diría que eso le pone bastante por encima de… oye, ¿cómo se llama tu novio? ¿Por qué no nos hablas más a menudo de él, si es tan perfecto para ti?

      –Se llama Paul, y no os hablo más de él porque no quiero aguantar vuestros comentarios. La abuela tiene a Jerry, pero no veo que ni Samantha ni tú estéis viviendo ninguna gran historia de amor, así que vuestras opiniones no me sirven –la miró con expresión interrogante–. A menos que haya algo entre Boone y tú, y no me haya enterado. Has comentado que habéis hecho las paces, ¿significa eso que has aceptado tu destino y te has acostado con él?

      A Emily le habría encantado poder decirle que sí, aunque solo fuera para borrar aquella sonrisita burlona de su cara… Bueno, la verdad era que se le ocurrían más razones para desear que las cosas se hubieran puesto al rojo vivo entre Boone y ella. A pesar de todo lo que se habían dicho el uno al otro, por mucho que afirmaran que debían mantener las distancias, a pesar de los días que había pasado lejos de allí para volver a ver las cosas en perspectiva, anhelaba

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