Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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aun así, creo que podrás abrir antes de Navidades.

      –¿Me lo puedes asegurar al cien por cien?

      –En cuanto le des el visto bueno a lo que te he enseñado, lo pondré todo en marcha. En una semana podré darte una fecha concreta.

      –Es una petición razonable, Derek –comentó su esposa.

      Emily la miró con gratitud. Tricia tenía unas expectativas más razonables que su marido y, de no ser por ella, seguro que él ya la habría despedido; de hecho, lo más probable era que ni siquiera hubiera llegado a contratarla.

      –Tenéis mi promesa de que este proyecto va a ser una prioridad para mí –les aseguró.

      –¿Puedes encargarte de todo desde Carolina del Norte? –le preguntó Derek con escepticismo.

      Fue Tricia la que contestó:

      –Claro que puede, mira todo lo que ha conseguido ya desde allí. Va a quedar precioso, es tal y como nos lo imaginábamos –miró sonriente a Emily al añadir–: Dile a ese muchachito que está ayudándote que me encanta esa tapicería roja que eligió.

      Ella se echó a reír.

      –Solo tiene ocho años, seguro que le da la lata a su padre para que le traiga a ver si de verdad seguiste su consejo.

      –Les daremos la mejor habitación, tráelos cuando quieras –le contestó Tricia.

      Emily se dio cuenta de que el ofrecimiento era sincero, pero sabía que era muy improbable que Boone aceptara, sobre todo si existía la más mínima posibilidad de cruzarse con ella.

      –Se lo diré –se limitó a decir, antes de recoger sus papeles y cerrar el portátil–. Bueno, ¿quedamos así? ¿Os gustaría ver algún cambio? Si no es así, haré que el contratista venga mañana a primera hora, y empezaré con las llamadas para encargar el mobiliario y los accesorios.

      Tricia se acercó más a su marido y le tomó del brazo; a pesar de lo huraño que era con Emily, saltaba a la vista que adoraba a su mujer.

      –Todo es perfecto. ¿Verdad que sí, Derek?

      Él la miró con una sonrisa indulgente.

      –Lo que tú digas, está claro que tienes mucho mejor gusto que yo en estas cosas.

      Tricia se echó a reír, y le dijo a Emily:

      –Si lo dejáramos en sus manos, todo sería marrón para que no se notaran demasiado las manchas. Puedes empezar ya, Emily. Tienes nuestro visto bueno.

      –Fantástico. Os informaré a diario de cómo va todo, y volveré tan pronto como pueda.

      En cuanto salió de la reunión, fue directa al aeropuerto para tomar el avión que iba a llevarla a Denver; una vez allí, tendría que tomar otro con destino a Atlanta, y después otro más con destino a Raleigh. Esperaba tener el tiempo suficiente para idear algún argumento convincente con el que convencer a Boone de que la dejara ver a B.J., pero, por desgracia, tenía la impresión de que no iba a ser capaz de imaginarse ninguna situación en la que él pudiera perdonarla por haberle hecho daño a su hijo.

      Desde que Tommy y su cuadrilla habían empezado a trabajar en su restaurante, Boone había conseguido mantenerse alejado del Castle’s durante dos días seguidos. Su hijo no estaba nada contento con aquella situación, y ninguna de las actividades que le había preparado había salido demasiado bien; al parecer, se había portado fatal durante el día que había pasado con Alex, había sido grosero cuando había asistido a un partido de la liga menor de béisbol con otra familia, y se había quedado sentado delante de la tele sin decir ni una palabra en todo el día cuando le había dejado en casa con una canguro.

      –¿Tengo que castigarte para que se te meta en la cabeza que no está bien ser grosero cuando alguien te invita a ir a algún sitio? –le preguntó con frustración–. Lo haré si no me queda más remedio. Pasarás lo que queda de verano en casa con una canguro, sin juegos ni tele.

      –Me da igual –le contestó el niño con cabezonería.

      –Esa actitud no te beneficia en nada.

      –¡Me da igual! –insistió el pequeño, antes de ir a su habitación hecho un basilisco.

      Boone se quedó allí plantado, luchando con la frustración que sentía. Emily tenía la culpa de lo que estaba pasando, eso estaba claro como el agua. No habían vuelto a saber nada de ella después de aquella primera llamada, y, aunque no se había comprometido a estar en contacto con B.J., era obvio que el niño la echaba de menos y tenía la esperanza de que ella le volviera a llamar.

      El partido de fútbol era al día siguiente, y él no sabía si dejarle ir o castigarle con quedarse en casa por cómo se había comportado durante los últimos días. Al final se decidió por la primera opción. El pobre ya estaba lo bastante triste como para hacer que se perdiera un partido que estaba esperando con tanta ilusión. A lo mejor se animaba al jugar.

      El partido empezaba temprano, así que, cuando llegó el sábado, Boone despertó al niño a las siete de la mañana.

      –No voy a ir, papá.

      –Llevas toda la semana hablando de este partido, es el primero que jugáis después del huracán.

      –Yo quería que Emily me viera jugar.

      –Ni siquiera está en el pueblo –dijo, rezando para que fuera cierto.

      –¿Cómo lo sabes?, ¿te lo ha dicho la señora Cora Jane?

      –No, pero Emily te advirtió que seguramente no volvería a tiempo.

      –¡Pero puede que sí! Podríamos llamar para asegurarnos, tú tienes su número de teléfono.

      Boone flaqueó un poco al verle tan esperanzado, pero no cejó en su intento de hacerle cambiar de opinión.

      –Si hubiera vuelto, seguro que la señora Cora Jane nos lo habría dicho.

      –No, a lo mejor cree que estás enfadado con Emily; además, apuesto a que no vendrá a ver el partido si tú no le das permiso.

      Estaba claro que su hijo era demasiado listo y se enteraba de todo, así que no tuvo más remedio que claudicar.

      –Vale, voy a llamarla, pero no te sorprendas cuando resulte que aún está en California, o Colorado, o donde sea que haya ido.

      Buscó el número en el directorio del teléfono, la llamó, y ella contestó casi de inmediato. El sonido de su voz despertó en su interior sentimientos que, después de aquella última decepción, él esperaba que estuvieran muertos y enterrados.

      –Hola, soy Boone –la saludó con rigidez.

      –Sí, ya lo sé.

      –A B.J. le gustaría saber cuándo vas a volver –quiso dejar muy claro que a él le daba igual si volvía o no.

      –Llegué anoche. La abuela me ha dicho que no te ha visto en los últimos días, ¿es que no quieres que B.J. se relacione con nadie de mi familia?

      –No

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