Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods страница 40

Автор:
Серия:
Издательство:
Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

Скачать книгу

le extrañó verla negar con la cabeza, porque ni él mismo se creía ese argumento.

      –Si yo pensara que es por eso, pondría las cosas en marcha y esperaría a que acabara la temporada alta antes de implementar los cambios, pero seguro que a mi abuela tampoco le parece bien esa idea.

      Boone no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa al verla tan exasperada; de hecho, entendía que quisiera modernizar el interior del Castle’s, porque él mismo había contratado a un diseñador de interiores para que creara un ambiente acogedor y elegante en sus restaurantes. No quería peces embalsamados y aparejos de pesca en las paredes, quería una imagen que encajara tanto en una ciudad como Charlotte como allí, en la costa.

      –A lo mejor deberías confiar más en su opinión. Da la impresión de que conoce los gustos de sus clientes, lleva muchos años en este negocio.

      –Yo solo digo que creo que el local gustaría más aún si metiéramos dentro algo de luz –masculló ella.

      –Y de ahí el tono azul cielo con adornos dorados como el sol que B.J. me ha comentado que querías.

      –¿Te ha comentado también cómo reaccionó mi abuela?

      Boone se esforzó por contener una sonrisa, y se limitó a contestar:

      –Sí.

      –Pues a lo mejor se cumple el deseo de esa testaruda, y lo hago por encima de su cadáver. Puede que un día de estos, suponiendo que ella no me haya llevado a la tumba antes a mí, venga cuando ella ya no esté y pinte el restaurante entero con colores estridentes… un rosa fuerte y un rojo chillón, por ejemplo. ¡Esa sí que es una combinación explosiva!

      Él tuvo que hacer un esfuerzo titánico por contener las ganas de echarse a reír.

      –Sí, no hay duda de que sería bastante llamativa. ¿Y qué harías después?, ¿te apetece llevar las riendas de un restaurante que te mantendría atada a este lugar?

      –Claro que no, mis hermanas y yo lo venderemos por un montón de dinero; de hecho, a lo mejor te lo vendemos a ti. Eso es lo que quieres, ¿verdad? Apuesto a que estás deseando echarle mano.

      La camaradería que se había creado entre ellos desapareció de golpe, Boone se quedó helado al oír aquello. Le parecía inconcebible que, aunque fuera por un segundo, ella pudiera pensar algo así.

      –Como sé que estás alterada, voy a dejar pasar esa ridiculez –la miró a los ojos al añadir–: Deberías conocerme lo bastante como para saber que no soy así, Em.

      Dio media vuelta y se marchó hecho una furia. De vez en cuando, sentía un chispazo de la vieja conexión que había habido entre los dos, esa mentalidad de «nosotros dos contra el mundo» que les había unido en la adolescencia, pero en ese momento se daba cuenta de que estaban más distanciados que nunca.

      Emily se sintió avergonzada, mezquina y despreciable mientras veía alejarse a Boone. Sabía que acababa de herirle con sus palabras. A lo mejor lo había hecho a propósito, pero, en cuanto su dardo envenenado había dado en la diana, se había arrepentido de haber abierto la boca. Él había ido tras ella, había escuchado sus quejas y había intentado consolarla, y ella le había pagado insinuando que ayudaba a su abuela porque quería quedarse con el Castle’s. A aquellas alturas, después de ver el vínculo que les unía, se había mostrado suspicaz e irracional.

      Había sido un exabrupto estúpido provocado por lo dolida y enfadada que estaba, y ella misma sabía que lo que había dicho no era cierto; aun así, no estaba bien que se le hubiera pasado siquiera por la cabeza… y mucho menos que lo hubiera dicho en voz alta. Boone no se lo merecía.

      Admitir el error ante sí misma era muy distinto a pedirle perdón a él, claro, pero tenía que hacerlo. Y cuanto antes, mejor.

      Después de suspirar con resignación, volvió a ponerse las zapatillas de deporte y cruzó la carretera dispuesta a entonar un mea culpa, pero llegó justo a tiempo de verle salir del aparcamiento en su coche. Él ni siquiera se molestó en mirarla, pero B.J. sonrió encantado al verla y la llamó mientras se despedía con la mano.

      Ella le devolvió el gesto de despedida, se quedó allí parada mientras veía cómo se alejaban, y al final entró alicaída en el restaurante por una puerta lateral que daba a la cocina.

      Cora Jane, que estaba atareada llenando platos de sopa de cangrejo, alzó la mirada y comentó:

      –Me vendría bien que me echaras una mano –lo dijo con toda naturalidad, como si poco antes no hubieran estado discutiendo–. Apenas damos abasto. Gabi y Samantha están intentando seguir el ritmo del resto del personal en el comedor, pero nos vendrían bien un par de manos más.

      Emily asintió antes de agarrar un delantal y una libreta para tomar nota. Aunque servir mesas era un recuerdo distante, había pasado muchos veranos allí y sabía cómo funcionaba todo; tal y como Boone había comentado, no era un trabajo que le gustara, pero se le daba bien porque era una persona a la que le gustaba hacer bien las cosas. Para hacer mal algo, no lo hacía.

      Se dio cuenta de repente de que quizás era esa la razón por la que había abandonado a Boone: porque había tenido miedo de ser incapaz de hacer las cosas bien a la hora de tener una relación real y duradera. Decidió dejar esa reflexión para más tarde, en ese momento había clientes esperando.

      Cuando pasó junto a su abuela camino del comedor, esta le dijo:

      –Cuando pase la hora punta y la cosa se tranquilice, tú y yo vamos a hablar.

      –¿De mis ideas? –le preguntó, esperanzada.

      –De Boone.

      Emily se detuvo en seco al oír aquello, y le dijo con firmeza:

      –Ese tema no está abierto a debate.

      –Ya veremos –insistió su abuela con testarudez, antes de pasar junto a ella con los platos de sopa.

      Emily fue tras ella al comedor y dio la conversación por terminada, ya que allí había demasiado ruido como para hablar. Se sintió aliviada, porque no le apetecía oír nada de lo que su abuela pudiera decir acerca de Boone; además, seguro que el sermón que le tenía preparado no era nada en comparación con la reprimenda que ella misma estaba dándose mentalmente.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим

Скачать книгу