Entrenamiento físico-deportivo y alimentación. M. Delgado Fernández
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El proceso fisiológico que permite la regulación de la ingesta de alimentos y, por lo tanto, permite el adecuado aporte energético, es sumamente complejo y está condicionado por una gran variedad de factores. En el hipotálamo se encuentran centros nerviosos diferenciados que influyen en el control de la ingesta de alimentos. Por una parte, el centro del hambre lleva a la persona a comer; por otra parte, el centro de la saciedad, origina la inhibición del deseo de comer. Estos centros presentan procesos de retroinformación que regulan la ingesta de alimentos. Así, se da una regulación a corto plazo o alimenticia, altamente influenciada por rutinas alimentarias (p. ej. horario de comida), distensión del tubo digestivo e información que llega a receptores cefálicos. También existe una regulación a largo plazo o nutritiva, que mantiene constante una serie de reservas energéticas y niveles bioquímicos de substratos metabólicos y hormonales. En esta segunda regulación influyen, por ejemplo, los niveles de glucemia, la concentración de aminoácidos en hígado y la denominada regulación lipostática, como atestigua la tendencia que muestra el organismo a mantener unos niveles específicos y más bien constantes de contenido adiposo en el cuerpo. Gran parte de toda esta información se procesa en centros nerviosos subcorticales.
Una vez analizado de forma genérica cómo debe realizarse el aporte energético para que se pueda compensar el gasto metabólico, es preciso considerar las posibilidades que tiene el organismo de almacenar energía. Este factor es altamente importante, tanto para el rendimiento físico (por ejemplo, en cuanto a reservas de glucógeno), como para trastornos de la salud (por ejemplo, en el caso de la obesidad).
3. RESERVA ENERGÉTICA
El componente nutricional que más eficientemente se almacena como reserva energética son las grasas, principalmente en forma de triglicéridos. Los carbohidratos y las proteínas excedentes también dan lugar a triglicéridos, lo cual contribuye a aumentar estas reservas energéticas. En su conjunto, este almacén energético supone un 10-20%, o más, del peso corporal total. Este porcentaje se modifica de manera significativa en situaciones de delgadez y obesidad.
Los triglicéridos se encuentran principalmente en las células grasas o adipocitos, los cuales pueden aumentar de tamaño (hipertrofia) y/o número (hyperplasia) determinando obesidad. La disminución de la ingesta y el aumento de la actividad física es la manera más fisiológica de hacer disminuir tales reservas y con ello perder peso. El ayuno y la actividad física determinan que, al tener que recurrir a esas reservas energéticas, se metabolicen los triglicéridos almacenados en el tejido adiposo.
El otro tipo de reserva energética del organismo es el glucógeno, pero no sobrepasa en conjunto los 350-400 g (75-100 g en el hígado y 300-325 g en el músculo), por lo que pueden ser consumidos casi en su totalidad durante un esfuerzo físico algo prolongado en el tiempo, tal y como ocurre cuando se realiza ejercicio físico intenso. Su relativo agotamiento origina la aparición de fatiga muscular y el cese de la actividad física.
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