La literatura como oficio. Colombia 1930-1946. Felipe Van der Huck

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tan ligado al prestigio político –y este a la posición ocupada en la burocracia o en la prensa partidista– que el “polo simbólico dominante” de los escritores no fue el del “arte por el arte”, si es que algo así existió, sino el del intelectual público o intelectual-dirigente, como en adelante se nombrará a esa categoría de escritores cuya existencia estuvo determinada por su doble condición de hombres de letras y funcionarios.11

      Contenido

      En el capítulo 1 aclaro las perspectivas teóricas y metodológicas seguidas en este trabajo. Más que un inventario de autores y teorías del presente y del pasado, hago una presentación selectiva que discute y justifica el porqué, según mi objeto de estudio y los problemas abordados, se ha optado por un enfoque y no por otro.

      En el capítulo 2 realizo un balance crítico de los estudios previos que se han ocupado de temas y problemas similares a los de la presente investigación. Este balance se centra en estudios que tratan sobre la sociedad colombiana de la primera mitad del siglo XX.

      En el capítulo 3, “La República de las Letras en cifras”, hago una aproximación cuantitativa a la población literaria en Colombia en las décadas de 1930 y 1940. A partir de información biográfica proveniente de distintas fuentes, este capítulo describe algunas características (edad, filiación política, ocupación, etc.) de un grupo de 150 escritores.

      En el capítulo 4, “Los escritores se quejan”, estudio la situación social de los escritores durante la República Liberal. Por “situación social” se entenderán las condiciones en que los escritores debieron ejercer su oficio –público lector, estímulos para la creación, negocio editorial–, así como su relación con la burocracia y el periodismo.

      En el capítulo 5, “Edición y consagración: el caso de José Antonio Osorio Lizarazo”, he incluido un estudio de caso que revela algunas de las condiciones de la publicación literaria en los años 30 y 40; este capítulo permite contrastar y comprender mejor las quejas de los escritores expresadas en el capítulo anterior.

      En el capítulo 6, “Cómo abrirse paso en la República de las Letras”, describo cómo los vínculos políticos formales e informales podían ayudar a los escritores a promover sus carreras literarias. A falta de empresarios editoriales, públicos amplios y circuitos especializados de intercambio literario, fueron los intelectuales públicos más exitosos quienes ejercieron las principales funciones de promoción: contactos, publicación, empleo, recomendaciones.

      En el capítulo 7, “El escritor representado”, estudio las representaciones del escritor en la prensa colombiana, teniendo en cuenta lo que Dubois (2014, p. 91) llama “la imagen producida (…) de [su] posición, incluyendo los elementos míticos contenidos en esta imagen”. Este capítulo indaga sobre la representación de un oficio, el de escritor, que se debatía entre la “exaltación de su papel en la sociedad y la comprobación del estado real de su actividad (en lo que esta [tenía] de improductiva y de marginal)” (Dubois, 2014, p. 88).

      La presente investigación espera contribuir al conocimiento del oficio de escritor en Colombia durante la primera mitad del siglo XX, sin perder de vista sus características y condiciones específicas.

       Sobre el método y las fuentes 12

      La elaboración de este trabajo se basó en la revisión de distintos documentos. En el capítulo 3, la información proviene sobre todo de diccionarios biográficos y fuentes electrónicas. El capítulo IV fue elaborado a partir de una amplia revisión de revistas culturales de los años 30 y 40; sin embargo, por razones que se expondrán más adelante, se destaca solo una de ellas. El capítulo V se ha elaborado a partir de la revisión de un fondo documental, el Fondo José Antonio Osorio Lizarazo (en adelante: FJAOL), depositado en la Biblioteca Nacional de Colombia. El capítulo VI se basa en la revisión de la extensa correspondencia de otro fondo documental, el Fondo Germán y Gabriela Arciniegas (en adelante: FGGA), depositado también en la Biblioteca Nacional. El capítulo 7 acude de nuevo a la prensa literaria, en especial a un semanario de la época, Sábado, y a las revistas Pan y Revista de las Indias.13 Todos estos documentos, y algunos más del Archivo Eduardo Santos (en adelante: AES), fueron consultados en la Biblioteca Nacional de Colombia (en adelante: BN), en la Biblioteca Luis Ángel Arango (en adelante: BLAA) y en el Archivo General de la Nación (en adelante: AGN).

      Respecto al método empleado en este estudio, he tratado, en primer lugar, de interrogar los documentos a partir de mis preguntas de investigación. Esto significa no hacer un “uso literal” de ellos, es decir, un uso que confiaría en su capacidad de revelar de manera clara, directa y espontánea la realidad (Silva, 2007). Con tal propósito, he empleado algunos procedimientos: comparar las fuentes y corroborar sus datos, tener en cuenta las condiciones generales y particulares de su elaboración, prestar atención al lenguaje utilizado: contenido, géneros, forma, intenciones, códigos.14 En todo ello hay, desde luego, un trabajo de interpretación. Al respecto, solo puedo decir que he intentado controlarlo, para lo cual he querido hacer un uso prudente de la teoría y de la información disponible, evaluando constantemente el alcance de mis hipótesis.15

      En segundo lugar, he partido del supuesto según el cual ningún documento es una vía de acceso directo a la realidad, pero puede informar acerca de ella. Por lo tanto, en los documentos consultados no he ido solo a la caza de discursos, sobre todo si estos se entienden como formas de comunicación separadas de cualquier “base social específica” (Giddens y Sutton, 2015, p. 19). Por el contrario, los discursos pueden concebirse como formas “de hablar y pensar sobre un tema que está[n] unida[s] por presupuestos comunes, y que sirve[n] para dar forma al modo en que las personas comprenden y actúan respecto a ese tema” (Giddens y Sutton, 2015, p. 17). Una de las teorías más influyentes sobre el discurso es la de Foucault (1992; 2009), que lo consideraba como un marco estructurante de la vida social por medio del cual se ejercía el poder.16 Sin embargo, entre esta última noción de discurso, muy útil para estudiar los mecanismos sutiles y cotidianos de control social, y la de representación (Chartier, 2002a), más centrada en las formas de clasificación y recomposición de las diferencias sociales, he optado por la segunda, porque considero que se aviene mejor a los objetivos de mi estudio.

      Según Chartier (2005a), dos ideas esenciales del linguistic turn17 fueron: 1) “que el lenguaje es un sistema de signos cuyas relaciones producen por ellas mismas significaciones múltiples e inestables, fuera de toda intención o de todo control subjetivos”, y 2) “que la ‘realidad’ no es una referencia objetiva, exterior al discurso, sino que siempre está construida en y por el lenguaje”. “Esta perspectiva –continúa el autor– considera que los intereses sociales nunca son una realidad preexistente, sino siempre el resultado de una construcción simbólica y lingüística; también considera que toda práctica, cualquiera que sea, está situada en el orden del discurso” (pp. 32-33).

      Y enseguida agrega:

      En contra de estos postulados, es necesario recordar que, si bien las prácticas antiguas no son, frecuentemente, accesibles más que a través de los textos que intentan representarlas u organizarlas, prescribirlas o proscribirlas, ello no implica

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