Cambio de vida. Sharon Kendrick
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Todd no respondió, sólo permaneció allí sentado con estudiada expresión de paciencia.
–¿Y bien? –insistió Anna con sarcasmo ante la irritante expresión razonable de su cara. ¿Cómo se atrevía a ser tan razonable?–. ¿Es eso lo que pasó?
–¿Me vas a dar la oportunidad de contártelo? –preguntó él con frialdad–. ¿O vas a seguir actuando de forma melodramática?
–Creo que necesito una copa –dijo de repente Anna notando la cara de sorpresa de Todd.
Ella normalmente sólo tomaba alcohol en ocasiones especiales y un vaso de vino le podía durar toda una velada.
–Yo las serviré –dijo Todd al instante para escaparse a la cocina donde se ocupó en abrir una botella de vino y sacar los vasos del armario mientras decidía la mejor forma de continuar aquella discusión que no estaba saliendo como él había imaginado.
Anna se fijó en que había elegido una botella muy cara y frunció el ceño al ver la bandeja.
–Deben ser muy malas noticias –bromeó sombría cuando le pasó el vaso de vino.
Todd la ignoró hasta que se sentó a su lado, posó el vaso en la mesa y se dio la vuelta hacia ella.
–Es sólo que no paso tanto tiempo con las niñas como me gustaría, así que el día de tu cumpleaños les dije que podían hacer todo lo que quisieran, dentro de unos límites, claro está, como ocasión especial.
–Eso fue muy tierno por tu parte.
–Fue entonces cuando Tally me dijo con la voz más sombría imaginable, que le sería imposible hacer lo que realmente quería porque no se lo permitían.
–Eso tendrá algo que ver con los caballos, supongo –dijo Anna despacio al pensar en Natalia, la mayor de las trillizas, a la que le volvían loca los ponies.
Se gastaba todos sus ahorros en revistas de caballos y cada libro que leía era de algún tema ecuestre.
–Sí, eso era –aseguró Todd bastante sombrío–. Me preguntó sin rodeos por qué no le dejábamos tener un caballo propio.
–Porque sabe tan bien como yo que montar a caballo es muy peligroso –suspiró Anna–. Las tres son conscientes de que no pueden tomar parte en ningún deporte peligroso porque está firmado en su contrato. El director de casting les dijo que si se rompían un brazo o una pierna sería un desastre para su campaña.
–Lo que sería el fin del mundo, ¿verdad? –preguntó Todd despacio–. ¿Un desastre para la campaña?
El tono de burla de su voz hizo que Anna alzara la cabeza al instante y algo indefinible que leyó en sus ojos le hizo posar el vaso casi sin tocar en la mesa.
–¿Y qué se supone que quiere decir eso?
Todd la miró fijamente.
–Quiere decir todo, Anna –respondió él con suavidad–. Sólo me estaba preguntando si sería tan terrible que las niñas dejaran de trabajar para Premium Stores…
–¡Por supuesto que lo sería! ¡Sabes la suerte que tienen por tener ese contrato! Otras niñas, mucho más experimentadas que las nuestras, hubieran saltado de alegría ante esa oportunidad.
–Hablas como la típica madre de un niño artista –la reprendió él.
Anna se quedó helada de indignación y miedo porque Todd nunca había usado aquel tono tan desaprobador y horrible con ella.
–¡Eso no es justo y lo sabes! Yo nunca he buscado la fama para las niñas. ¡La fama las buscó a ellas! Lo hablamos con cuidado con ellas antes de dar el paso y tú lo sabes. Y los dos acordamos que siempre que no interfiriera con sus estudios podían seguir haciéndolo. Y no interfiere con el colegio, ¿verdad?
–Hasta ahora no –respondió Todd con cautela–. Pero…
–Y ellas ganan un montón de dinero por lo que hacen –insistió Anna con rapidez.
–Pero nosotros no estamos al límite de la pobreza, ¿verdad, cariño? –comentó con sequedad deslizando la mirada por la elegante habitación para fijarla en los altos techos y la cara lámpara de araña que brillaba como un millón de arco iris.
–De acuerdo –concedió ella encogiéndose de hombros–. ¡No lo están haciendo por dinero! ¡Lo hacen porque les encanta!
Todd frunció el ceño.
–Les encantaba. Creo que ya les gusta menos que cuando empezaron.
–¿De verdad? Eso debe ser algo más que te han contado a ti solo, ¿verdad?
Anna sabía que había hablado con malicia y celos, pero no pudo hacer nada para evitarlo.
Se sentía dolida, terriblemente dolida.
Ella había tenido a las trillizas cuando tenía todavía diecisiete años, casi una niña ella misma y había creído que su relación era muy íntima con ellas. Así que era algo así como un trauma descubrir que habían estado quejándose a su padre y la habían excluido por completo.
Todd observó la cara pálida y enfadada de su mujer y se preguntó por qué la discusión iba tan terriblemente mal. Lo último que deseaba era una pelea con Anna. Pensó en cómo las discusiones discurrían con suavidad en el trabajo y en casa parecían empañarse siempre de emoción y de falta de lógica.
Decidió intentarlo de nuevo.
–El día que estuviste fuera, las niñas y yo nos sentamos y tuvimos una larga conversación.
–Eso parece –fue su dura respuesta–. ¿Y de qué hablasteis exactamente?
Todd dio otro sorbo de vino mientras pensaba en como expresar mejor las quejas de su hijas acerca del estilo de vida que la mayoría de sus compañeros envidiaban.
–Les encantaba trabajar para Premium Stores –le dijo a Anna con una sonrisa que la dejó helada–. Como ellas mismas me dijeron, ¿cuántos niños podían quejarse de salir de la oscuridad a ser las estrellas de una campaña que encaja tan bien con su vida?
–¡Exacto! –respondió Anna triunfal–. Aparte de que han conocido a todo tipo de celebridades, han hecho el tipo de cosas que la mayoría de los niños sólo sueñan…
Se paró al recordar la memorable ocasión en que Tally, Tasha y Tina habían atacado a una estrella mundial del rock con un refresco gaseoso en el escenario para anunciar una nueva línea de refrescos. ¡La excitación en la escuela había tardado semanas en remitir!
–Nadie niega que ese trabajo les ha dado oportunidades que no hubieran tenido normalmente –la aplacó Todd–. Pero ya llevan dos años trabajando.
–Y Premium quiere que sigan trabajando indefinidamente con ellos –dijo Anna con obstinación.
Todd