Cambio de vida. Sharon Kendrick

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Cambio de vida - Sharon Kendrick Bianca

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para notar que las manos de él estaban tan temblorosas como las de un colegial. Todd la deseaba tanto que apenas podía pensar con claridad y no podía recordar sentirse tan caliente en mucho, mucho tiempo…

      ¿Habrían añadido combustible al deseo sus palabras amargas?, se preguntó él. ¿Era eso lo que pasaba después de diez años de matrimonio, que uno necesitaba palabras ásperas para excitarse tanto como para perder la claridad de pensamiento?

      –¡Oh, Todd! –gimió Anna con todos los poros de su cuerpo en fuego mientras deslizaba los dedos sinuosos por su torso–. ¡Por favor!

      Pero las viejas costumbres desaparecen con dificultad y Todd sacudió la cabeza aunque le costó hasta el último ápice de control que poseía.

      Habían pasado la mayor parte de sus diez años juntos con niñas alrededor y nunca habían hecho el amor con audiencia, ni siquiera cuando las trillizas eran bebés. Ninguno de los dos había creído que fuera correcto abandonarse al deseo sexual con infantes en la misma habitación. Como Todd había repetido muchas veces, los niños no motivaban precisamente para hacer el amor. Mientras que Anna se había preguntado siempre si no sería porque los niños solían ser la consecuencia de hacerlo.

      Como los suyos…

      –Aquí no –masculló él con el corazón desbocado al intentar resistirse a la atracción de los profundos ojos azules–. ¿Y si las niñas volvieran temprano?

      –Entonces…

      –Sss –la acalló él mientras se levantaba y se agachaba para levantarla a ella en brazos del sofá.

      Sin ningún esfuerzo la llevó hasta la habitación medio resentido de que el fiero deseo que había despertado en él había tirado por tierra su discusión.

      Pero la razón quedó momentáneamente oscurecida por el deseo y Todd decidió continuar la discusión con su mujer cuando lo hubiera satisfecho.

      Mientras que Anna, que estaba casi febril ante la perspectiva de hacer el amor con su marido en mitad de la tarde, se aferró a él con fuerza cuando la tendió en la cama y empezó a despojarla de las mallas pensando que el asunto de moverse estaba ahora cerrado…

      Capítulo 2

      BAJO la suave luz del sol del atardecer, el pulso de Anna empezó a regularizarse y sonrió para sí misma mientras deslizaba un dedo por la cadera sudorosa de Todd.

      –Hum –murmuró él en respuesta atrapándole la mano para guiarla a una parte de su anatomía mucho más íntima.

      Anna contuvo el aliento al sentir a su marido endurecerse bajo sus dedos.

      –¡Todd! –jadeó dejando la mano donde estaba para empezar a moverla despacio.

      –¡Anna! –se burló él con un gemido de placer para incorporarse sobre el codo y bajar la vista hacia su cara sonrojada y el sedoso pelo rubio derramado sobre la almohada.

      Todd alcanzó un mechón de oro y lo retorció entre los dedos con expresión distraída sabiendo que si ella continuaba haciendo lo que estaba haciendo…

      Apretando los dientes con esfuerzo, Todd le apartó la mano.

      –¡Oh! –protestó ella.

      –¡Ahora no, cariño! –dijo con brusquedad aunque su cuerpo estaba gritando porque siguiera con la magia de aquellas caricias suaves como plumas–. ¿Cuánto nos queda para que no nos molesten?

      Anna echó un vistazo al reloj de la mesilla.

      –Un poco más de media hora –bostezó–. Ha sido muy rápido, ¿verdad?

      –Hum… –él sonrió al recordarlo–. Pero lo has disfrutado a pesar de eso, ¿o no?

      Anna se sonrojó, una costumbre que nunca perdía para vergüenza suya e inmenso placer de su marido.

      –Ya sabes que sí –respondió en voz baja.

      Pero sus pensamientos eran un mar de confusión. Había sido maravilloso, sí, pero había sido hacer el amor a diferente escala de la que ella estaba acostumbrada. Había sido frenético incluso antes de que llegaran a la habitación y Todd empezara a quitarle la ropa casi fuera de control, en oposición a su acostumbrada finura juguetona.

      Anna se incorporó en la cama revuelta y la cascada dorada le cubrió los senos desnudos.

      –Será mejor que me levante.

      Él le posó una mano en el brazo.

      –No, todavía no.

      Ella se volvió hacia él con una sonrisa de delicia mezclada con exasperación.

      –Pero cariño, acabas de decir que no teníamos tiempo…

      El sacudió la cabeza.

      –No para hacer el amor de nuevo, Anna –dijo con seriedad–. No me refería a eso. Quiero hablar.

      –¿Hablar? –el ácido sabor del miedo le produjo un nudo en la garganta y para distraerse de la expresión decidida de los ojos de su marido, saltó de la cama y empezó a buscar las zapatillas–. ¿Hablar de qué, Todd?

      –De lo que estábamos hablando antes de que empezaras a exhibir ese lascivo cuerpo ante mí. De trasladarnos –dijo mientras observaba cómo ella se ponía las bragas azules por los pálidos muslos y se preguntaba por qué nunca se ponía la extravagante lencería que él le había regalado cada vez que había ido de viaje.

      –¡Pero yo creía que ya habíamos dicho todo lo que teníamos que decir al respecto! –objetó ella mientras se abrochaba el sujetador.

      Todd sacudió la cabeza.

      –¡Oh, no, cariño! –respondió con énfasis–. Creo que tú has dicho todo lo que tienes que decir, que no querías moverte.

      –¡Ah! –le tembló la boca al oír que Todd pasaba por encima de sus objeciones–. O sea, que mi opinión no cuenta para nada, ¿verdad?

      –Todd suspiró.

      –¡Por supuesto que sí! De hecho, si no hubiera sido porque era tan patente que querías quedarte aquí, ya hubiera sacado el tema hace años.

      –¡Y yo hubiera puesto las mismas objeciones que ahora!

      Intentando otra vía, Todd se pasó las manos por detrás de la cabeza y esbozó una lenta sonrisa.

      –¿Y qué haces exactamente en la ciudad que no puedas hacer en el campo?

      Anna le miró especulativa. Ya estaba intentado la lógica de nuevo. Se preguntó si se daría cuenta de lo paternalista que sonaba.

      –Ir al teatro –dijo al instante–. Y a conciertos. Además hay galerías y parques… ah, y tiendas especializadas.

      –¿Y si viviéramos cerca de otra ciudad? ¿Qué te parecería? Así podrías hacer todas esas cosas.

      –¿Pero

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