Sobrevivir a la autocracia. Masha Gessen
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Sobrevivir a la autocracia - Masha Gessen страница 12
La teoría de la conspiración no carecía de bases. Había pruebas de un esfuerzo ruso encubierto para influir en las elecciones, pero la existencia real de una conspiración apenas tiene el poder de hacer menos dañina la conspiranoia. La conspiranoia concentra la atención en lo oculto, lo implícito y lo imaginario, y lo aparta de la realidad que se ofrece a la vista de todos.
A la vista de todos, Trump estaba despreciando, ignorando y destruyendo todas las instituciones de rendición de cuentas. A la vista de todos estaba degradando el discurso político. A la vista de todos estaba usando su cargo para enriquecerse. A la vista de todos cortejaba a un dictador tras otro. A la vista de todos estaba promoviendo teorías xenófobas de la conspiración, afirmando ahora que perdió el voto popular por los millones de inmigrantes que habían votado ilegalmente,112 insistiendo, repetidas veces, en que Obama le había puesto escuchas.113 Todo esto, aunque patente, era inconcebible, como la propia victoria de Trump. Cuanto más se dedicaba Trump a atacar la noción de lo posible y lo aceptable, más se hablaba de una Rusia siniestra, todopoderosa, omnisciente, que tenía el mundo en el bolsillo. Finalmente, al buscar una solución mágica que nos librase de tener un teórico de la conspiración xenófobo en la Casa Blanca, llegábamos a una teoría de la conspiración xenófoba: el presidente era una marioneta de los rusos.
Entretanto, Trump se jactaba de haber revocado más leyes en su primer año que ningún otro presidente en todo su mandato; en una ocasión, “dieciséis años de un plumazo”, según sus propias palabras.114 Todo en este alarde era mentira. Lo que sí era cierto es que la suya es la primera Administración que gira en torno a la destrucción.
Los pupilos de Trump empezaron la desregulación revocando o suspendiendo las normas de la era Obama, desde la protección de los derechos de los estudiantes transgénero hasta los parámetros de rendición de cuentas de la enseñanza pública, pasando por la protección de los cauces fluviales frente a las actividades de minería y la restricción de la venta de armas de fuego a personas con discapacidad intelectual. Atacaban a las propias instituciones del Gobierno. Durante el invierno de 2017, por ejemplo, la mayor parte del personal veterano del Departamento de Estado dimitió115 o fue despedido.116 El edificio del Departamento de Estado en Washington se convirtió en una ciudad fantasma. Allí donde una vez podían verse largas colas para pasar los controles de seguridad a la entrada, ahora los guardias estaban ociosos, haciendo tiempo entre visitante y visitante. En el interior, el personal restante trataba de entender lo que sucedía: los programas en los que trabajaban seguían recibiendo financiación –muchos de ellos, suponían, tan solo hasta que entrase en vigor un nuevo presupuesto–, pero ya no tenían una línea de comunicación con el alto mando del organismo ni con los especialistas de los países. Las reuniones informativas diarias del Departamento de Estado se suspendieron (reinstituyéndose de forma puntual cuando Mike Pompeo reemplazó a Tillerson como secretario de Estado),117 igual que las del Pentágono;118 con el tiempo, también la Casa Blanca acabó suspendiéndolas.119
Trump emitió una orden ejecutiva que requería que, por cada norma introducida, dos normas existentes debían desaparecer. La EPA consiguió incluso superar este objetivo.120 A finales de 2017, la EPA había revocado dieciséis normas e introducido una; en 2018 eliminó diez y creó tres.
Los grupos asesores dimitieron o fueron desmantelados, empezando por el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca.121 El conocimiento científico o bien se dejaba al margen, o bien se borraba literalmente, como en el caso de la información sobre el cambio climático, que primero desapareció de la web de la Casa Blanca y después también de las webs de la EPA.122 La mayoría de las carencias de la Administración, incluyendo la de capacidad, casi siempre resultaban invisibles para la mayoría, aunque de vez en cuando salía a la luz un ejemplo desconcertante. Durante una audiencia en mayo de 2019, cuando la miembro de la Cámara de Representantes Katie Porter, profesora de Derecho y antigua funcionaria de supervisión bancaria en California, le preguntó a Ben Carson por los REO –una abreviatura común para “real estate owned”, propiedades en ejecución–, Carson pensó que Porter le hablaba de las galletas Oreo.123 En aquel momento, llevaba más de dos años como secretario del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano.
Carson se encontraba en el Congreso ese día para defender una propuesta que recortaba el presupuesto de su organismo más del 16%. Todos los proyectos de presupuesto de la Administración Trump consistían en recortes al presupuesto de cualquier organismo que no fuera Defensa, Seguridad Nacional y Asuntos de los Veteranos (en 2018, la NASA, Energía, Comercio y Salud y Servicios Humanos fueron añadidos a la columna de “aumentos”,124 pero en 2019 solo quedaba Comercio,125 con un aumento del 7%). Se pretendía reducir la financiación del Departamento de Estado entre el 24 y el 33%, la de la EPA entre el 25 y el 31% y la del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano entre el 13 y el 19%.126 Los directores de los organismos no presentaron objeciones, dejando en manos del Congreso la continuidad de la financiación de una Administración que había decidido dejar de invertir en sí misma.
Entre toda esta destrucción hay un área que permanece aparte: los tribunales federales. La descripción de Magyar de la mecánica de los intentos autocráticos en los países poscomunistas resulta útil a la hora de analizar lo que está sucediendo en EEUU. Magyar habla de conquistar las instituciones del Estado, aniquilando cualquier distinción entre ramas del Gobierno, y hacerse con los tribunales. En el caso de Trump, la conquista de las instituciones estatales ha tenido dos vertientes: su uso para el beneficio personal y su incapacitación para servir al público. La aniquilación de cualquier división entre las ramas del Gobierno ha pasado por subyugar al Partido Republicano. Y hacerse con los tribunales es eso, hacerse con los tribunales.127 En noviembre de 2019, Trump había batido un récord de jueces nombrados. Sus protegidos constituían una cuarta parte de todos los jueces en tribunales de apelación. Había dado la vuelta a los tribunales que podían tomar decisiones clave en relación con su proceso de destitución. Y había nombrado a dos jueces del Tribunal Supremo.
Estos jueces no solo son de extrema derecha desde el punto de vista ideológico: antiabortistas, desdeñosos de la protección de los derechos civiles, contrarios a los derechos LGTB y favorables a la desregulación. Algunos de ellos también brillan por su falta de experiencia. Trump decidió también saltarse el proceso de evaluación del Colegio de Abogados de Estados Unidos, algo que solo George W. Bush había hecho antes de él.128
A medida que pasa el tiempo, sus elegidos son más extremos desde el punto de vista ideológico y están menos cualificados desde el punto de vista profesional –un reflejo cada vez más fiel de la propia Administración–. Algunas de las audiencias de confirmación supusieron un ataque a la política bastante similar al de un mitin o conferencia de prensa de Trump: se siente vergüenza al verlos y escucharlos.
viii
la muerte de la dignidad
El trumpismo ha atacado diariamente la cultura política estadounidense, pero hay una serie de acontecimientos que parecen destinados a permanecer en la memoria colectiva, no tanto por su impacto desproporcionado, sino quizá porque mostraron con claridad lo que ya se había perdido. Uno de estos acontecimientos fue la confirmación de la nominación de Brett Kavanaugh al Tribunal Supremo. El segundo nominado por Trump al Supremo, Kavanaugh, era aún peor que el primero, Neil Gorsuch. La nominación y la audiencia de confirmación de Gorsuch se hicieron después de que el Senado, dominado por los republicanos, se hubiese negado durante