Sobrevivir a la autocracia. Masha Gessen

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Sobrevivir a la autocracia - Masha Gessen

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conocido como “la madre de todas las bombas” y después se jactó de haber dado al Ejército “autorización plena” –¿para qué complicar las cosas poniéndoles limitaciones a los generales?–. Al mes siguiente, Trump anunció que EEUU se retiraría del complejo y extensísimo Acuerdo de París para el clima, que tanto había costado negociar y que aparentemente él no había hecho ningún esfuerzo por entender: la complejidad del acuerdo resultaba ya en sí misma ofensiva, y la solución pasaba por la simplicidad de retirarse de él.

      En abril de 2017 Trump admitía que ser presidente estaba resultando más difícil de lo que esperaba.53 No pareció que el descubrimiento le insuflase humildad alguna. En línea con su manera de entender la política, reprochaba a sus oponentes –su predecesor, las élites, el establishment– que hubiesen complicado tanto las cosas. De no haberlo hecho, las cosas serían como tenían que ser: un hombre daría órdenes y se ejecutarían. No sería necesario tratar con legisladores recalcitrantes o, peor aún, con investigadores entrometidos. Un país, en posesión de las bombas más grandes del mundo, dominaría a todos los demás y no tendría que preocuparse por las intrincadas relaciones entre todos esos otros países. EEUU funcionaría como una empresa, una anticuada compañía vertical de esas que se gestionan mediante el puro y simple ejercicio del poder.

      La incompetencia de Trump es militante. No es un factor que pudiera mitigar el peligro: es el peligro mismo. La mecánica de la pugna entre la incompetencia militante y el conocimiento se pudo ver a lo largo de las audiencias de su proceso de destitución en 2019 y, de nuevo unos meses después, durante la pandemia del COVID-19. En este último caso, los propios expertos en salud pública del Gobierno trabajaban para contener la pandemia y sensibilizar a los ciudadanos mientras el presidente desacreditaba estos esfuerzos y minimizaba los riesgos con la petulancia de un hombre orgulloso de su ignorancia. En el otro, Trump, su abogado personal Rudy Giuliani y una pequeña troupe de diletantes y estafadores se dedicaban a lo que ellos llamaban objetivos de política exterior (que la testigo Fiona Hill describió con mayor precisión como “recados políticos”) en las relaciones con Ucrania, acordes con la cosmovisión conspiranoica y vengativa de Trump, mientras un grupo de funcionarios del servicio de exteriores trataba de resistir y mantener políticas congruentes con las normas, las leyes, la lógica y el interés nacional.

      En parte podía llegar incluso a resultar cómico. “Había funcionarios europeos de todo tipo […] que aparecían literalmente en la puerta de la Casa Blanca, nos llamaban a nuestros números personales, que en realidad hay que dejar en unas taquillas, así que era difícil comunicarse con ellos –testificó Hill, una de las más experimentadas expertas en Rusia, que estuvo en el Consejo de Seguridad Nacional desde abril de 2017 hasta julio de 2019–. Me encontraba con infinitos mensajes de funcionarios iracundos a los que el embajador Sondland les había dicho que se reunirían conmigo”.54 Hotelero sin ningún tipo de experiencia política o de Gobierno, Gordon Sondland había patrocinado generosamente la campaña de Trump, y este le había nombrado embajador ante la Unión Europea, añadiendo después Ucrania (que no es miembro de esta, por si hace falta decirlo) a su cartera. Sondland había pasado varios meses tratando de conseguir un acuerdo para que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski declarase públicamente que estaba investigando a Hunter Biden, hijo del antiguo vicepresidente y contrincante demócrata de Trump Joe Biden, por un presunto caso de corrupción. A cambio, se le concedería una reunión con Trump en la Casa Blanca y aproximadamente cuatrocientos millones de dólares en ayuda militar. Hill testificó que había tratado de que alguien le explicase a Sondland que las cosas no se hacían así; que, entre otras cosas, la política exterior no podía manejarse a través de llamadas a teléfonos móviles personales poco seguros con personas de las que Sondland no sabía nada, en torno a temas de los que no tenía conocimiento alguno: “Básicamente sería como conducir un coche sin guardarraíles ni GPS en un lugar desconocido”. El embajador en funciones ante Ucrania, William B. Taylor júnior, un diplomático de carrera, amenazó con dimitir. Sondland insistió: ahora las cosas se hacían así. Su equipo de incompetentes era más fuerte que los institucionalistas, que o bien se plegaron, o bien perdieron sus trabajos. El consejero de Seguridad Nacional John Bolton dimitió o lo despidieron;55 Hill dimitió; la embajadora ante Ucrania, Marie Yovanovitch, fue llamada a consultas, no sin antes ver su reputación malograda a golpe de rumores y tuits trumpianos.56 Mientras tanto, el diplomático de carrera Kurt Volker, enviado especial a Ucrania, se vio arrastrado al juego de chanchullos diplomáticos,57 y John Eisenberg, abogado principal del Consejo de Seguridad Nacional, ayudó a echar tierra sobre el asunto subiendo la grabación de una llamada incriminatoria entre Trump y Zelenski a un servidor seguro.58 Al parecer, ambos hombres trataban de mitigar los daños que Trump estaba infligiendo al Gobierno, y en vez de eso propiciaron ese mismo daño.

      Cuando llegó la pandemia, el vacío que Trump había creado intencionadamente en lo más alto del Gobierno federal se tradujo en una inacción letal. En tres años, el Gobierno se había visto en parte desmantelado y en parte corrompido. Solo a las áreas que a Trump le habían pasado desapercibidas se les había permitido seguir su curso. Pero en medio de una crisis un Gobierno no puede funcionar sin un líder, o al menos ese funcionamiento tenderá a sufrir retrasos graves. Durante varias semanas cruciales el trabajo en los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, los laboratorios del Estado y otros organismos de salud pública se asemejaba a los procesos contradictorios y confusos descritos por los diplomáticos en las audiencias de destitución. Una prueba de diagnóstico que resultaba crucial para luchar contra la epidemia sufrió retrasos por un error humano, pero más allá de eso, fue retrasada por normas que tenían consecuencias no deseadas, por una reticencia a tomar decisiones y, sobre todo, por la incapacidad esencialmente trumpiana del sistema de reconocer sus propios fallos.59 Pese a toda su retórica antiburocrática, Trump había conseguido engendrar una cadena colosal de fallos burocráticos. Hannah Arendt llamaba a la burocracia “el Gobierno de nadie”. Ahora este nadie es Trump: ni siquiera sabía lo que no estaba haciendo.

      v

      podríamos llamarlo corrupción

      Dos semanas después de ganar las elecciones, Trump concedió una entrevista de cuarenta y cinco minutos a editores, reporteros y columnistas de The New York Times.60 Todavía visiblemente conmocionados, los periodistas parecían tener dificultades a la hora de equilibrar la expresión de respeto por el cargo de presidente –y por el hombre que lo ostentaría a partir de ahora– con el contenido de las preguntas que tenían que plantearle. Varios de ellos lo pasaron especialmente mal intentando ir al grano en sus preguntas, como avergonzados de tener que formularlas.

      El corresponsal de la Casa Blanca Michael D. Shear finalmente consiguió preguntar por “cómo mezcla usted sus intereses empresariales en el mundo y la presidencia. En varias ocasiones, en los diez días… dos semanas que lleva como presidente electo, se ha reunido con sus socios indios…”.

      “Sí”, respondió Trump.

      Shear continuó: “Ha hablado acerca del efecto de los parques eólicos en su campo de golf [durante una reunión con el político británico Nigel Farage]. Hay personas, expertas en derecho y en ética, que afirman que todo eso es completamente inapropiado…”. ¿Qué hará el nuevo presidente para separar su presidencia de su actividad empresarial?, venía a ser la pregunta.

      “La ley está completamente de mi lado –le respondió Trump–. El presidente no puede tener un conflicto de intereses”.

      Trump afirmó que “en teoría puedo ser presidente y seguir dirigiendo mis negocios al 100%, firmar cheques para mi empresa…, puedo llevar perfectamente mis negocios y también llevar perfectamente el país”. Divagó. Insinuó que, si tenía que establecer un límite firme entre la presidencia y sus negocios, tendría que dejar de ver a sus hijos mayores, todos ellos involucrados en el imperio empresarial Trump. “Nunca vería

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