Sobrevivir a la autocracia. Masha Gessen

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Sobrevivir a la autocracia - Masha Gessen

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por ayudas del Gobierno o están sujetas a límites de gasto muy estrictos, en EEUU las campañas existen gracias a las contribuciones del sector privado. La maquinaria de los partidos nacionales y estatales refuerza este sistema al determinar el acceso a los debates públicos en función de la cantidad recaudada por el candidato. El acceso a los medios de comunicación, es decir, el acceso a los votantes, también cuesta dinero; mientras que en muchas democracias los medios están obligados a dar tiempo de antena a los candidatos, en EEUU el medio principal para dirigirse a los votantes es la publicidad de pago. Nadie en la política tradicional parecía pensar que fuese negativo ese matrimonio entre dinero y política. Los antiguos cargos electos trabajaban después como lobistas. Resultaba normal crear (o eliminar) leyes mediante contribuciones a la campaña y lobbies. El poder engendraba más dinero y el dinero engendraba más poder. Podríamos llamar oligarquía al sistema que precedió y permitió el ascenso de Trump, y no nos equivocaríamos.

      Cuando Trump afirmó que el presidente no podía tener un conflicto de intereses, por una vez no estaba mintiendo. El tema no había sido estudiado en casi cuarenta años, desde que el Departamento de Justicia y el Congreso codificaran la percepción de que los poderes de la presidencia eran tan extensos que resultaba imposible idear un conjunto de reglas que evitasen todo conflicto de intereses: el presidente simplemente tenía que actuar de buena fe. Lyndon Johnson, Jimmy Carter, Ronald Reagan, los dos George Bush y Bill Clinton, todos ellos habían confiado sus activos a fideicomisos “ciegos” de manera voluntaria. Obama no lo hizo porque no tenía inversiones empresariales directas. Trump no lo hizo porque no pensaba que debiera hacerlo. Se podría decir que Trump había entendido la esencia del sistema, la transformación de dinero en poder y de poder en dinero, pero que hasta su llegada funcionaba de manera cortés, con buen gusto y por acuerdo de grupo. O se podría decir que Trump es al mismo tiempo el emperador desnudo y el niño que dice que el emperador está desnudo, arrancando la capa ilusoria de decoro que cubría el sistema, obligando a todo el mundo a contemplar su naturaleza obscena. A diferencia del emperador del cuento, no obstante, Trump no siente ninguna vergüenza, y por lo tanto no cambia al verse expuesto. Más bien fue el sistema el que cambió cuando a la política se le arrebató la aspiración moral.

      La lección de los Estados poscomunistas puede ayudarnos a reflexionar acerca de la dificultad de describir la corrupción –o como quiera llamarse– de la Administración de Trump. Los países del bloque soviético, con sus sistemas monopartidistas y economías planificadas, favorecieron una relación simbiótica entre el poder y la riqueza (aunque esta no se midiese en dinero). De hecho, la única forma de acumular riqueza era formar parte de la jerarquía del partido –solo en lo más alto de la pirámide de este era posible alcanzar una riqueza fabulosa–. Estos sistemas sirvieron de cimientos para los Estados mafiosos de Hungría y Rusia, donde el partido se vio sustituido por un clan político centrado en un protector que distribuye el dinero y la riqueza. Los analistas occidentales usan la palabra corrupción para describir estos sistemas, pero resulta engañosa: aquí corrupción no describe a burócratas que piden sobornos por pequeñas tareas en la administración pública (aunque esto también sucede); más bien describe cómo los que están en el poder usan los instrumentos de gobierno para amasar riqueza, y también emplean su riqueza para perpetuarse en el poder. Esta corrupción es intrínseca al sistema, que no puede existir sin corrupción porque la corrupción es su combustible, su pegamento social y su herramienta de control. Cualquiera que entre en él se vuelve cómplice de la corrupción, lo cual implica que todos están de una manera u otra fuera de la ley, y por lo tanto en situación punible. Las autocracias adoran desprestigiar a sus oponentes acusándolos de corrupción, meterlos en la cárcel e incluso ejecutarlos como sucede en China.

      Trump heredó un sistema y una cultura políticos muy diferentes. En EEUU acercarse al poder político definitivamente no es la única manera de hacerse rico. Pero el poder político sí se traduce en riqueza y viceversa, y este es el rasgo del sistema más relevante para Trump y el trumpismo. El desdén de Trump por las expectativas de dignidad, sumado a su negación de las evidentes ventajas personales que obtenía, asemejan notablemente el Gobierno estadounidense a los Estados mafiosos. Al igual que esas autocracias, el trumpismo desprestigia a todo el mundo: a sus afines porque se vuelven cómplices de la corrupción, y a sus enemigos porque los acusa de ser corruptos.

      Lo cierto es que lo que llevó a la investigación de destitución fue el intento de Trump de desprestigiar, mediante una acusación de corrupción, al antiguo vicepresidente Joe Biden, a quien temía como potencial oponente demócrata en las elecciones de 2020. De hecho, fue el matrimonio estadounidense entre dinero y poder político lo que permitió este movimiento cuando Hunter, hijo de Biden, fue contratado como consultor extremadamente bien pagado en una compañía energética ucraniana. Quizá fue Trump quien intuyó el potencial de la corrupción usada como arma, o tal vez fuera una idea de los socios soviéticos emigrados de su abogado Rudy Giuliani. Fuera como fuese, Trump hacía uso pleno de la espada de la corrupción: usaba el poder de su cargo para sus propios fines políticos, mientras lanzaba acusaciones de corrupción de la forma en que lo hace un autócrata. Cuando los republicanos defendieron sus acciones, afirmando que le preocupaba la corrupción en Ucrania, se volvieron cómplices de su tentativa autocrática y el Gobierno estadounidense se corrompió, en la acepción de la palabra que denota una transformación que impide cualquier reconocimiento.

      vi

      podríamos llamarlo autocracia con ambiciones

      La mejor descripción de la relación de Trump con la autocracia se la debemos al historiador Timothy Snyder, que en abril de 2016 observó que “no es difícil entender por qué Trump podría elegir a Putin como amigo imaginario. Putin es la versión real de la persona que Trump finge ser por televisión”.91 Trump admiraba el control de Putin sobre el poder,92 su tasa de popularidad del 82%, y le alababa por ser “mucho más líder que nuestro presidente [Obama]”.93 El amor de Trump por Putin ha recibido mucha atención, pero lo cierto es que tanto el Trump candidato como el Trump presidente han distribuido de manera bastante equitativa su amor entre diferentes autócratas del mundo.

      Trump ensalzó la maestría con la que Kim Jong-un había consolidado el poder en Corea del Norte: “Llega, se hace con todo y es el jefe”.94 Más tarde, preparando una reunión en persona con Kim, Trump afirmó: “Nos enamoramos”.95

      Trump invitó al dictador filipino Rodrigo Duterte a la Casa Blanca96 y le elogió por su guerra contra la droga,97 una campaña de ejecuciones extrajudiciales que se había cobrado miles de vidas.

      Para su primer viaje al extranjero, Trump escogió Arabia Saudí, donde el rey le obsequió con un collar de oro honorífico.98 Un año y medio después, el periodista disidente saudí Jamal Jashogyi, que trabajaba y vivía en el exilio, fue asesinado en la embajada saudí en Estambul, por orden y en conocimiento del príncipe saudí Mohammed bin Salmán.99 La declaración de Trump en respuesta al asesinato se tituló “¡Estados Unidos primero!” y reafirmaba su amistad con el miembro de la familia real de Arabia Saudí.100

      El segundo viaje al extranjero de Trump le llevó a Israel, donde fue recibido por Benjamín Netanyahu a su llegada al aeropuerto de Tel Aviv. Entre ellos se llamaban Donald y Bibi.101 Antes de que acabase el año, Trump hizo una proclamación en la que reconocía Jerusalén como capital de Israel y ordenaba que se trasladara la embajada allí, en contra de la legislación internacional y del consenso político existente.102 En 2019, EEUU dio un paso más en este sentido, declarando que la legislación internacional no era de aplicación en la Cisjordania ocupada por Israel.103

      En los primeros tiempos de su presidencia, Trump invitó al dictador chino Xi Jinping a Mar-a-Lago. Durante el postre –“el pastel de chocolate más bonito que se haya visto nunca”, según Trump– le dijo a Xi que EEUU acababa de bombardear Siria.104 En Fox News retransmitieron a Trump contando su conversación a la izquierda

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