Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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—Que pareces estar en tu propia casa.
—Pasé aquí mucho tiempo —le recordó él—. Aún después de que tú te fueras, tu abuela y yo seguimos siendo amigos.
Kari no quería pensar en eso… en las confidencias que ambos podían haber compartido.
—Has cambiado —comentó Gage, tras observarla unos segundos.
—Ha pasado mucho tiempo —replicó ella, sin saber si el comentario de Gage había sido positivo o negativo.
—No pensé que volverías.
Era la tercera vez en menos de tres horas que alguien le decía que había vuelto.
—No he vuelto —le corrigió ella—. Al menos, no de forma permanente.
Gage no pareció sorprendido ni tomó en cuenta su tono defensivo.
—¿Entonces por qué has venido? Hace siete años que murió tu abuela.
—Quiero arreglar la casa para poder venderla. Sólo pasaré aquí el verano.
Gage asintió y no dijo nada. Kari tuvo la molesta sensación de estar siendo juzgada y acusada. Lo que no era justo. Gage no era el tipo de persona que juzgaba a las personas sin motivo. Ella se revolvió en su asiento, sintiéndose agitada.
En lugar de hablar de sus problemas personales, que era mejor no destapar en público, Kari cambió de tema:
—No puedo creer que hubiera un atraco aquí en Possum Landing. Será la comidilla de todo el pueblo durante semanas.
—Probablemente. Pero no fue ninguna sorpresa.
—No puedo creerte. No es posible que las cosas hayan cambiado tanto.
—Seguimos siendo un pequeño punto junto a la carretera. Con los problemas típicos de un pueblo pequeño, pero nada parecido al crimen de la ciudad. Estos tipos estaban recorriendo el estado, robando en los pueblos pequeños. Yo les he estado siguiendo la pista y me imaginé que antes o después llegarían aquí. Hace cuatro días nos avisaron los federales. Querían tenderles una trampa. A mí me pareció bien. Se lo contamos a todos en el banco, señalamos un cajón lleno de dinero y esperamos que llegaran.
Kari no pudo creerlo.
—Tanta emoción aquí. Y yo he estado en medio.
—Como viste, las cosas se complicaron un poco. No sé si es que los ladrones se precipitaron o qué pero, en esta ocasión, decidieron entrar cuando aún había clientes dentro. Las otras veces habían esperado a que las puertas estuvieran cerradas al público antes de entrar.
—¿Así que no esperabas tener que lidiar con esa situación?
—Nadie lo esperaba. Los federales querían esperarlos fuera. Pero alguien tenía que hacer algo dentro.
—¿Entonces tú entraste sólo para distraerlos?
—Me pareció lo más fácil. Además, quería estar allí para asegurarme de que nadie perdía los nervios y no había heridos. Al menos, nadie de los del pueblo. Los criminales me dan igual.
Claro. Según Gage, ellos se lo habían buscado. Para empezar, no era responsabilidad de él que hubieran ido a Possum Landing a atracar un banco.
—Yo estoy de acuerdo con el oficial de los federales —afirmó ella—. No sé si eres un valiente o un loco.
Gage sonrió:
—Podrías encontrar argumentos para apoyar ambos puntos de vista. Sabías que no estaba enojado contigo. Estaba sólo intentando distraer al tipo.
Kari tembló al recordar la pistola en su cara.
—Tardé unos minutos en entender lo que estabas haciendo.
Sin embargo, Kari se preguntó cuánto de lo que él había dicho en el banco era cierto. ¿De veras pensaba Gage que ella era quien se había escapado?
¿Era lo que ella pensaba también?
En un tiempo, habría contestado que sí. Antes de salir del pueblo, Gage había sido todo su mundo. Se habría lanzado bajo las ruedas de un tren sólo si él se lo hubiera pedido. Lo había amado con toda la devoción de que era capaz una adolescente. Ése había sido el problema. Lo había amado demasiado. Cuando había imaginado que había problemas, no había sabido cómo enfrentarse a ellos. Así que había huido. Cuando él no la había seguido, había confirmado su mayor temor… que no la había amado en absoluto.
Pasaron toda la cena hablando de amigos comunes. Gage le puso al día sobre varias bodas, divorcios y nacimientos.
—No puedo creer que Rally tenga gemelos —comentó Kari, mientras se trasladaban al porche.
—Dos niñas. Le dije a Bob que se iba a enterar de lo que es bueno cuando llegaran a la adolescencia.
—Por suerte, aún les queda mucho.
Kari dejó su copa de vino sobre la mesa y se recostó en el balancín para mirar al cielo. Ya había oscurecido, pero aún hacía mucho calor y humedad. Sintió cómo se le pegaba el vestido a la piel. Estaba un poco mareada. Sin duda, era por la combinación del miedo que había experimentado aquella mañana y del vino de la cena. No solía tomar más que medio vaso de vino en ocasiones especiales, pero aquella noche, Gage y ella casi habían terminado la botella.
Gage estiró sus largas piernas. No parecía haberle afectado el vino. Era mucho más corpulento que ella, sin mencionar que no había tenido que pasar los últimos años tratando de mantener una dieta demasiado estricta.
—Háblame de tu vida en Nueva York.
—No hay mucho que contar —admitió ella, dudando si sentirse preocupada o agradecida porque al fin le hubiera hecho una pregunta un poco personal—. Cuando llegué, averigüé que las chicas de pueblos pequeños a las que habían dicho que eran lo suficientemente guapas como para ser modelos abarrotaban todas las agencias del lugar. La competitividad era muy fuerte y las posibilidades de lograr el triunfo eran muy pocas.
—A ti te fue bien.
Kari lo miró, preguntándose si Gage lo estaba suponiendo o si de veras lo sabía.
—Tras el primer año, conseguí trabajo. Gané lo suficiente como para mantenerme y pagarme la universidad. El mes pasado conseguí mi título de maestra, que era lo que de verdad quería.
—Pero estás demasiado delgada como para ser maestra —comentó él.
Kari rió:
—Lo sé. Demasiados años de dieta. Me enorgullece poder contarte que he aumentado de talla. Pretendo engordar un poco más y seguir comiendo chocolate de vez en cuando.
Gage la miró de arriba abajo. Ella esperó escuchar algún comentario sobre su cuerpo, pero no fue así.
—¿Y qué tipo de maestra eres?
—De