Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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Gage movió sus manos desde las caderas de ella hacia los lados, luego por la espalda, subiendo hasta que tomó su cabeza. Metió los dedos entre el cabello corto de ella y muy bajito susurró su nombre.
Kari siguió abrazándose a él porque la alternativa era caerse de espaldas allí mismo en el porche. Cuando Gage se separó de su boca y empezó a darle pequeños besos por la mandíbula, ella pensó que no le importaba caerse, siempre y cuando él la recogiera. Y, cuando él chupó el lóbulo de su oreja, se dijo que tener sexo con Gage Reynolds sería la mejor bienvenida.
Por suerte, la elección no era suya. Justo cuando ella empezó a pensar que llevaban demasiadas capas de ropa, Gage se apartó. Tenía los ojos brillantes, los labios húmedos por los besos. A Kari le gustó observar que jadeaba a toda velocidad y que había partes de él que no estaban tan… ocultas como habían estado hacía unos momentos.
Se miraron el uno al otro. Kari no supo qué decir. El descubrir que Gage besaba mejor de lo que ella recordaba significaba una de estas tres cosas: le fallaba la memoria, él había estado practicando en su ausencia o la química entre ellos era más poderosa entonces que hacía ocho años. No estaba segura de cuál opción prefería.
Gage no dijo nada tampoco. En lugar de eso, se acercó, le dio un último beso y bajó las escaleras del porche, alejándose en la noche.
Kari se quedó mirándolo. Se sintió inquieta, con deseos de seguirlo y… y…
Kari tomó aliento antes de darse la vuelta y, muy despacio, entrar en casa. Era obvio que su vuelta a Possum Landing iba a ser mucho más complicada de lo que había previsto.
Capítulo 3
GAGE caminó hacia las oficinas de la Gaceta de Possum Landing a la mañana siguiente. En circunstancias normales, hubiera retrasado aquella reunión todo lo posible pero, desde la noche anterior, no había sido capaz de concentrarse en su trabajo así que pensó que eran mejor emplear su tiempo en algo útil en vez de quedarse mirando por la ventana, recordando.
Siempre había sabido que Kari regresaría algún día a Possum Landing. Lo había sentido en sus huesos. De vez en cuando, se había preguntado cómo reaccionaría a ello, asumiendo que sólo estaría un poco interesado en lo que ella había cambiado y en sus planes para el futuro. No había contado con que aún hubiera química entre ellos. No estaba seguro de si aquello lo convertía en un tonto o en un optimista.
Había química de sobra. Así como muchos viejos sentimientos que no había querido reconocer. Estar cerca de Kari le hacía recordar lo mucho que la había deseado… y no sólo para irse a la cama. En un tiempo, había querido pasar el resto de su vida con ella, tener hijos y crear una vida de la que los dos pudieran sentirse orgullosos. En lugar de eso, ella se había marchado y él había encontrado consuelo en su vida actual. Aunque algunas partes de sí mismo le confirmaban que seguía muy interesado en la mujer en que se había convertido, el resto le recordaba que no podía permitírselo.
Kari era una mujer muy bella. Desear tener sexo con ella era normal. Esperar algo más lo llevaría a sufrir. Ya había pasado por eso una vez y sabía que no le gustaban las consecuencias.
Así que, durante el tiempo que Kari se quedara en Possum Landing, se limitaría a ser un buen vecino y a disfrutar de su compañía. Si aquello llevaba a tener algo bajo las sábanas, por él estaba bien. Llevaba meses sin sentirse interesado por el sexo opuesto. En lugar de eso, se había visto poseído por una extraña sensación de búsqueda, deseando algo difícil de definir. En el peor de los casos, Kari podría ser un agradable entretenimiento.
Gage entró en la oficina del periódico y saludó a la recepcionista.
—Ya conozco el camino —dijo él, caminando hacia el pasillo—. Te agradecería mucho si le puedes decir a Daisy que he venido.
La mujer descolgó el teléfono para llamar a la periodista. Gage se quitó el sombrero de vaquero y lo sacudió contra su muslo.
No tenía muchas ganas de estar allí, pero la experiencia le había demostrado que era más seguro dejarse ver para que lo entrevistaran que dejar que Daisy lo buscara. De esa forma, él tenía la sartén por el mango y podía irse cuando necesitara escapar. Había pensando que, si se apoyaba de cierta forma en la silla, podía presionar el botón de su busca y hacerlo sonar. Así podría fingir que lo necesitaban y que tenía que irse para atender una urgencia. También había planeado mostrarse muy contrariado por tener que irse de forma imprevista. También estaba seguro de poder eludir las no tan sutiles indirectas de Daisy para que salieran juntos.
Daisy era una mujer bonita. Pequeña, pelirroja, con ojos verdes y una boca que prometía el paraíso a un hombre. Habían estado juntos en la misma clase del instituto, pero nunca habían salido. Divorciada hacía poco, Daisy parecía tener muchas ganas de rehacer su vida con Gage. Él agradecía el cumplido y no podía comprender su propia falta de interés. Porque no estaba nada interesado. Aún tenía que pensar en una forma fácil de rechazar su invitación y, mientras tanto, lo mejor que podía hacer era eludir en lo posible cualquier contacto personal con ella.
Gage caminó pasando junto a la media docena de escritorios de la sala principal del periódico. Daisy estaba al final, junto a la ventana. Levantó la vista y sonrió cuando lo vio acercarse. Su largo cabello rojizo estaba recogido en un moño que dejaba caer un montón de rizos de forma sensual. Su blusa dejaba claro que estaba bien dotada por la naturaleza y no le hacía falta ningún relleno. Su sonrisa, más que dar la bienvenida, era una oferta abierta…
Gage sonrió a su vez, observándola. A lo largo de los años, se había dado cuenta de que la respuesta de su cuerpo era una buena señal de lo que una mujer le interesaba o no. Con Daisy no había ni un ápice de revuelo en sus hormonas. No importaba lo mucho que ella deseara lo contrario, no tenían ningún futuro juntos.
—Gage —murmuró ella—. Tienes buen aspecto esta mañana. Te sienta bien ser un héroe.
—Daisy —dijo él con una sonrisa—. Si vas a poner en tu artículo que soy un héroe, no pienso cooperar. Estaba haciendo mi trabajo, nada más.
—Valiente y modesto —comentó ella y suspiró—. Dos de mis cualidades favoritas en un hombre. Tengo que hacer una llamada. Espérame en la sala de reuniones, enseguida voy.
—Claro que sí.
Gage respondió con naturalidad, aunque lo último que quería era quedarse a solas con Daisy en la habitación del fondo, sin ventanas y sólo una puerta. El día anterior, la visión de cuatro hombres armados no le había provocado más reacciones que un incremento de la velocidad cardiaca. Pero el pensamiento de quedarse atrapado con Daisy en un sitio pequeño le revolvía las entrañas.
A pesar de ello, no había forma de escapar a lo inevitable. Y siempre le quedaba el truco de apretar el botón de su busca de forma disimulada.
Caminó por el pasillo hasta la sala de reuniones y entró. Pero, en lugar de encontrarla vacía, vio que había alguien más esperando. Una mujer alta y esbelta con cabello corto rubio y los ojos azules más hermosos a aquel lado del Mississippi.
—Buenos días, Kari —saludó él.
Ella levantó