Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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Edie frunció el ceño:
—¿Y luego qué? ¿Va a volver a Nueva York? Es una chica encantadora, pero ¿no es un poco mayor para ser modelo?
—Va a ser maestra. Tiene su título y está buscando trabajo en la zona de Texas.
—¿No en Possum Landing?
—No que yo sepa.
—¿Y no te importa?
—Claro que no.
—Si me mientes, tendré que recurrir al viejo método de las cosquillas.
—Tendrás que agarrarme primero. Aún corro muy rápido, mamá.
—Ten cuidado, Gage —aconsejó su madre, con el gesto suavizado—. Hubo un tiempo en que te rompió el corazón. No me gustaría que eso sucediera de nuevo.
—No sucederá —repuso él con confianza. Un hombre podía comportarse como un bobo con la misma mujer una vez en la vida, pero no más—. Siempre seremos amigos. Tenemos demasiados recuerdos. Somos vecinos así que seguiré viéndola, pero no nos llevará a algo más significativo.
Era sólo una mentira piadosa, se dijo Gage. Porque tenía claro su objetivo de llevar a Kari a la cama. Y, si las cosas entre ellos eran tan apasionadas como esperaba, el evento se definiría sin duda como «significativo». Sin embargo, no quiso compartir aquel pensamiento con su madre.
—¿Has sabido algo de Quinn? —preguntó él.
—No desde la última carta, hace un mes —respondió Edie y suspiró—. Estoy preocupada por ese chico.
Gage pensó que no era necesario recordarle a su madre que Quinn tenía ya treinta años y que era un militar con mucha experiencia. No era precisamente lo que se considera un «chico».
—Espero que tenga tiempo para venir a la boda, aunque no estoy segura de que vaya a hacerlo.
Gage tampoco estaba seguro. Hacía tiempo, Quinn y él habían estado muy unidos, pero las circunstancias habían cambiado las cosas. Los dos hicieron la carrera militar después del instituto pero, a diferencia de él, Quinn había continuado allí. Había entrado a formar parte de las Fuerzas Especiales, con un grupo de acción secreto que intervenía en conflictos en todo el mundo.
A pesar de pertenecer a la misma familia que Gage, Quinn nunca había encajado. Sobre todo, porque su padre le había hecho la vida imposible.
Como siempre, aquel pensamiento hizo que Gage se sintiera incómodo. Nunca había entendido por qué él había sido considerado el chico de oro de la familia y Quinn la oveja negra. Tampoco sabía por qué le daba tanto por pensar en el pasado en los últimos días.
Quizá era por el regreso de Kari, que lo había removido todo. Quizá era buen momento para hacer una pregunta que debió haber puesto sobre la mesa hacía mucho tiempo.
—¿Por qué a papá no le gustaba Quinn?
—¿Qué dices, Gage? —repuso su madre, poniéndose un poco tensa—. Tu padre os quería a los dos por igual. Fue un buen padre.
Gage la miró, preguntándose por qué mentía. ¿Por qué negar lo que era obvio?
—El mercado de granjeros se abrió la semana pasada. Voy a ir hasta allí esta semana para comprar fresas. Quizá prepare una tarta para la semana que viene.
Su cambio de tema fue un poco extraño. Gage dudó un momento antes de rendirse y decirle que siempre le habían gustado sus tartas.
Sin embargo, mientras siguieron hablando sobre lo caluroso que era el verano y sobre quién iba de vacaciones y adónde, no pudo desprenderse del sentimiento de que había secretos familiares que no conocía. ¿Siempre habían estado allí y él no se había percatado?
Veinte minutos después, dio un abrazo a su madre para despedirse, tomó la bolsa de basura de la cocina y se la llevó como hacía siempre. La dejó en el contenedor junto al garaje y se despidió con la mano antes de subirse a su furgoneta.
Su madre se despidió también y entró en la casa.
Gage se quedó mirando la puerta cerrada durante un rato antes de poner el motor en marcha y dirigirse a su casa. ¿Qué había pasado aquella noche? ¿Había algo diferente o es que estaba haciendo una montaña de un grano de arena?
Condujo despacio por las calles de Possum Landing. Se sintió molesto y tuvo deseos de dar media vuelta y obligar a su madre a responder a sus preguntas. El problema era que no estaba seguro de cuáles debían ser las preguntas.
Quizá, en lugar de respuestas, lo que necesitaba era una mujer. Hacía mucho tiempo desde que había estado con una. Había varias mujeres a las que podía llamar, se dijo. Lo invitarían sin duda a cenar… y a desayunar. Se detuvo ante una señal de Stop. No había duda de que Daisy estaría encantada si él le prestara un poco de atención. Por supuesto, ella querría mucho más que desayunar juntos. Daisy era una mujer en busca de un final feliz. Lo que era muy posible de conseguir, pero no con él.
Tamborileó los dedos en el volante, maldijo y se dirigió a su casa. Ninguna de aquellas camas le apetecía demasiado esa noche. Hacía tiempo que era así. Había llegado a ese momento de su vida en que pensar en muchas mujeres sólo lo hacía sentir cansado. Quería sentar la cabeza, casarse y tener una docena de hijos. ¿Por qué no ir por ello? ¿Por qué no se había enamorado aún y no había pedido la mano de nadie? ¿Por qué no…?
Llegó a su casa y los faros de su coche alumbraron la casa de al lado. Había alguien sentado en las escaleras, tapándose los ojos para protegerse de la luz. Alguien familiar que hacía que algo se despertara dentro de él.
«Ya no soy un niño», se dijo, mientras apagaba el motor y salía. Pero aquel pensamiento no lo detuvo cuando comenzó a acercarse a ella, cruzando su jardín.
La excitación se apoderó de él y se preguntó qué le gustaría a ella para desayunar.
Capítulo 4
KARI observó a Gage acercarse. Se movía con la gracia de un hombre que está cómodo en su piel. Era lo que la gente llamaba «todo un hombre», lo que hacía que su parte más femenina se estremeciera. Qué irónico. Había pasado casi ocho años rodeada por los modelos masculinos más guapos y atractivos de Nueva York, de los que un buen porcentaje no eran homosexuales, y nunca había sentido que se derretía sólo por verlos caminar. ¿Qué tenía Gage que le provocaba esas sensaciones? ¿Era que ella perdía los papeles ante un hombre con uniforme o era algo más?
—¿Qué tal fue tu cita? —preguntó Kari para distraerse del calor que sentía en el vientre—. Has vuelto pronto, así que imagino que la deliciosa Daisy está resultando un poco difícil.
Pensó en mencionar que la sorprendía que Daisy lo hubiera dejado escapar sin mostrarle sus atributos, pero le pareció que el comentario podía parecer grosero.
Gage se sentó a su lado en el escalón y apoyó los codos en sus rodillas.
—Siempre