Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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—¿Kari?
La voz femenina le resultó familiar. Kari se giró y vio a Edie Reynolds saliendo de la habitación trasera. La madre de Gage era una mujer alta de pelo oscuro, aún atractiva y llena de energía. Sonrió y se acercó a ella para abrazarla.
—Oí que habías vuelto al pueblo —comentó Edie tras soltarla—. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto.
—Tú también —consiguió decir Kari, tan sorprendida por aquel recibimiento tan amistoso que fue incapaz de remarcar que no había vuelto de forma definitiva. Sabía que la madre de Gage había conocido los planes que su hijo había tenido de proponerle matrimonio y ella había roto la relación de una manera nada honorable. Parecía ser que Edie había decidido olvidar y perdonar.
Edie sacó una de las banquetas delante del mostrador y se sentó, invitando a Kari a imitarla.
—Cuéntame. ¿Te estás quedando en casa de tu abuela, verdad? Lo cierto es que es tu casa ahora.
—Yo aún la considero suya —admitió Kari—. Quiero arreglarla y venderla. Por eso he venido. Necesito comprar algunas cosas.
—Tenemos de todo —repuso Edie y rió—. Así que has estado en Nueva York. ¿Te gustó? Gage me mostró algunas de tus fotos. Saliste en revistas bastante importantes.
—Conseguí ganarme la vida. Pero no era la profesión de mi vida. Fui a la universidad y me saqué el título de maestra.
—Me alegro por ti —afirmó Edie y miró a su alrededor—. Como puedes ver, nada ha cambiado.
Kari no sabía si estaba o no de acuerdo. Algunas cosas parecían diferentes, mientras que otras, como su reacción ante Gage, parecían no haber evolucionado en absoluto.
—Es diferente que trabajes aquí, por ejemplo —comentó Kari—. Antes solamente estaba aquí el viejo Ed.
—Empecé a trabajar a media jornada un año después de que Ralph muriera. No necesitaba el dinero, pero necesitaba con desesperación salir. Se me estaba cayendo la casa encima.
—Siento lo de Ralph.
Edie suspiró.
—Era un buen hombre. Uno de los mejores. Aún lo echo de menos, claro. Siempre lo echaré de menos —aseguró Edie con una sonrisa—. Lo que puede parecer contradictorio con la noticia de mi boda.
—En absoluto. Creo que es maravilloso que encontraras a alguien.
—Nos conocimos aquí mismo —explicó Edie, con los ojos brillantes—. Está jubilado ahora, pero entonces seguía trabajando. Se quedó sin clavos y se pasó por aquí para comprar. Fue una de esas cosas… especiales. Con John, todo parecía bien. De alguna manera, supe que era el indicado.
Kari envidió la certeza de la otra mujer. Ella había salido con varios hombres y ninguno de había parecido adecuado. Bueno, menos Gage, pero eso había sido hacía años.
—¿Cuándo será la boda?
—Este otoño. Aún estamos planeando la luna de miel. No puedo esperar.
—Suena maravilloso.
—Eso espero. Pero ya está bien de hablar de mí, cuéntame sobre ti. Apuesto lo que sea a que no esperabas encontrarte con un atraco a un banco para darte la bienvenida.
—Conseguí evitar la delincuencia en todo el tiempo que estuve en Nueva York y, menos de veinte horas después de llegar a Possum Landing, tenía a un hombre apuntándome a la cabeza con una pistola. Gage fue muy valiente.
—Lo sé. No me gusta que se pusiera en peligro pero, como él mismo me dijo, es su trabajo. Al menos, la buena noticia es que no tiene que ponerse a prueba muy a menudo. Possum Landing no tiene apenas delincuencia.
Charlaron unos minutos más y Edie ayudó a Kari a elegir la pintura, brochas, cubos y todo el equipo necesario para su proyecto de pintar la casa.
Kari salió de la ferretería con el coche lleno y el ánimo alto. Era muy agradable estar en un lugar donde todo el mundo conocía su nombre.
—Espero que estés despejada ya —advirtió Gage, entrando por la puerta de atrás sin llamar.
Kari no se molestó en mirarlo. En lugar de eso, llenó otra taza de café.
—Buenos días a ti también —saludó ella, girándose para mirarlo y tenderle la taza de café.
Entonces, se quedó sin palabras, al posar la mirada en los vaqueros gastados y la camiseta vieja que llevaba. Estaba tan sexy…
Después de desayunar, se prepararon para pintar, moviendo todos los muebles de la habitación hacia el centro.
—Tu abuela me contó que hiciste algunos trabajos extra antes de conseguir ganarte la vida como modelo. ¿Hiciste de pintora de casas? —preguntó Gage.
—No. Para eso, hay que pertenecer al gremio. Hice otras cosas, como pasear perros, llevar paquetes…
—¿Trabajaste de camarera?
—No. Estaba a dieta y ver comida cerca era una tortura. Lo que más me gustaba era cuidar casas. Vi sitios preciosos, con vistas maravillosas y sin cucarachas.
—¿Tuviste miedo alguna vez?
—A veces. Nunca había estado sola. Fue una prueba de fuego.
Gage disfrutó conociendo los detalles de su vida en Nueva York, pero no hizo la pregunta que realmente quería. ¿Lo había echado de menos?
—Las cosas estuvieron tranquilas cuando te fuiste —dijo él.
—Lo siento si… —comenzó a decir ella—. Siento si te resultó difícil cuando me fui. Nunca me atreví a preguntártelo.
Gage recordó aquellos días. Las cosas se saben rápido en un pueblo pequeño y todo el mundo sabía que había llevado el anillo de compromiso a la fiesta de fin de curso para dárselo a Kari. Después, estuvieron mucho tiempo preguntándole si de veras estaba bien.
—No fue tan malo —afirmó él.
Y era cierto. El golpe que había recibido en su orgullo no había sido nada comparado con cómo se le había roto el corazón. Nunca había estado enamorado antes. Que Kari se fuera tan fácilmente le había enseñado una difícil lección: amar a alguien no garantiza ser amado.
Hasta que Kari lo dejó, había dado por sentado que iban a pasar el resto de su vida juntos. Había planeado un futuro con una sola mujer. Al descubrir que ella no compartía su sueño… o no quería casarse con él… le había destrozado sus esperanzas y le había roto el corazón.
—Solía