Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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—Eso espero. La gente hablaría si supieran que alguien tan importante como tú en Possum Landing compra esas revistas —señaló Kari y dejó de reír—: Supongo que te cansaste antes de encontrarme.
—No. Te dije que había visto ese anuncio de cosmética para el pelo.
Y la había visto en más sitios. Había necesitado casi cinco años para dejar de pensar en ella.
—Fue mi primer gran trabajo.
—Me gustó el anuncio de lencería —comentó él—. Te quedaba bien el conjunto negro, pero me gustaba más el azul.
A Kari se le cayó la brocha de la mano. Miró a Gage, sonrojada.
—¿Lo viste?
—Sí.
Kari se aclaró la garganta y recogió la brocha.
—Sí, bueno, no sé cómo las modelos de lencería pueden soportarlo. Lo pasé mal llevando tan poca ropa, con todo el mundo mirándome. Además, estaba muerta de hambre, llevaba tres días sin comer para no estar hinchada. Comenzaba a estar un poco mareada por eso y temí poner una cara rara que no le gustara al cliente —aseguró y tembló un poco—. Nunca quise ver esas fotos cuando se publicaron. Eran parte de mi porfolio, pero las evitaba.
—Estabas muy guapa —afirmó él—. No sabía lo que guardabas bajo toda la ropa que solías llevar.
—Las partes del cuerpo normales.
—Ya, pero son los detalles lo que importa, querida.
Kari se rió.
Trabajaron en silencio durante unos minutos. A Gage no le importaba que no hablaran. Necesitaba acostumbrarse a estar cerca de Kari. En un momento de su vida, lo había significado todo, luego se había ido y él había tenido que imaginar la vida sin ella. El tenerla de vuelta lo hacía sentir confuso. Su cuerpo tenía muy claro lo que deseaba de ella, pero el resto de él no estaba tan seguro.
Pero no importaba, se dijo. Al fin y al cabo, Kari estaría allí poco tiempo. Lo que sólo significaba que si hacía el amor con ella volvería a enamorarse como un tonto. Y no iba a dejar que eso sucediera de ninguna manera.
—Siempre quise darte las gracias —dijo Kari.
Gage se fijó en que ella estaba teniendo cuidado en no mirarlo.
—Por lo que hiciste… o no hiciste, cuando salíamos —terminó ella.
Gage no tenía ni idea de qué hablaba:
—¿Qué hice?
—Ya sabes —contestó ella, encogiéndose de hombros.
—Lo cierto es que no.
—Nunca me presionaste. Ahora la diferencia de edad entre nosotros es insignificante, pero entonces lo era todo. Habías estado en el ejército y habías viajado por el mundo. Habías visto y hecho cosas y nunca … —explicó ella hasta que su voz languideció.
—¿Hablas de sexo?
Por segunda vez en una hora, Kari se sonrojó.
—Sí. Nunca me presionaste. Entonces no le di importancia, pero ahora sé que la tiene. Querías conseguir cosas de mí, pero nunca me diste la sensación de que estaba obligada a hacerlo para conservarte.
—No era así, Kari. Quería casarme contigo. No iba a dejarte tirada porque fueras joven e inocente.
—Lo sé. Sólo quería darte las gracias.
Gage se preguntó qué tipo de hombres había conocido ella para pensar que su comportamiento había sido algo fuera de lo normal.
—La primera noche que te vi, pensé que eras mi caballero andante —confesó ella.
—Estaba haciendo mi trabajo nada más, y tú fuiste muy afortunada de que pasara por allí.
—Lo sé —admitió Kari y sonrió con tristeza—. Estaba tan emocionada por haber sido invitada a esa fiesta con chicos universitarios… nunca antes había ido a una. Había estado en la fiesta de los diecisiete años de Sally, pero allí había habido sólo chicas y nada de alcohol.
—A menos de que hayas cambiado mucho, no te gusta beber —señaló él.
Kari rió.
—Oh, no quería beber, sólo quería estar allí con aquellos chicos tan mayores y populares. Yo nunca fui tan popular.
Aquello sorprendió a Gage. Recordaba que Kari había tenido muchos amigos en el instituto. Pero sabía que nunca había pertenecido a ninguna pandilla. En parte porque no había encajado bajo ninguna etiqueta y en parte porque había sido demasiado guapa. Solía intimidar a los chicos y alienar a las chicas.
—Tenían tanto miedo —continuó ella con un suspiro—. Andando sola por esa callejuela…
—Es natural que tuvieras miedo.
Gage recordó su primer encuentro. Él se había mudado a Possum Landing después de salir del ejército y había aceptado el puesto de ayudante del sheriff. Un año después, se había comprado una casa justo al lado de la de la abuela de Kari. Durante la mudanza, se había fijado en la hermosa joven vecina. No había pensado nada más sobre ella. No hasta que lo habían llamado para ir a ver una fiesta con la música demasiado alta, al otro lado del pueblo.
Gage había ido a dar un aviso, sabiendo que los vecinos iban a llamarlo de nuevo dentro de media hora. La segunda vez que tuviera que ir, iba a ponerse más duro, pero siempre había pensado que todo el mundo merecía una segunda oportunidad. De camino a la comisaría, se había encontrado con un viejo Cadillac conducido a muy poca velocidad por cuatro universitarios muy borrachos. Gage había encendido las luces largas de su coche. Algo se había movido en un lado de la calle, llamando su atención. Entonces, había caído en la cuenta de que allí había una joven con aspecto asustado y de estar fuera de lugar.
Había imaginado la situación en menos de un minuto. La joven habría ido a la fiesta salvaje, habría querido escapar y, al no tener quién la llevara a casa, había tenido que ir andando. Los jóvenes borrachos la habían seguido, buscando problemas. Él había dicho a la chica que entrara en el coche patrulla antes de advertir a los chicos que volvieran a la fiesta, si no querían ser arrestados por conducir borrachos. Ellos habían protestado pero al final se habían mostrado de acuerdo. Se había llevado las llaves de su coche y les había dicho que se las devolvería al día siguiente en comisaría, si iban a acompañados de uno de sus padres. Entonces, había vuelto a su coche para encontrarse con una adolescente luchando por no llorar.
Gage había rezado porque ella no se viniera abajo antes de llegar a su casa. Ella le había dado su dirección y, sólo entonces, se había dado cuenta de que era su vecina.
Recordó lo preocupado que se había sentido. Kari era sólo una niña. Pero había estado bebiendo.
—Casi vomitas en mi coche —se quejó Gage, dando voz a sus pensamientos.
—No