Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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—Me alegro.
Mientras él la observaba, Kari se preguntó qué estaría pensando. ¿Le habría sorprendido lo que le había contado? Comparada con la mayoría de sus amigas, se había comportado casi como una monja, pero no iba a contarle eso a Gage. Sonaría como si quisiera poner excusas.
—Hablaste de encontrar un trabajo en Dallas —señaló él—. ¿Echarás de menos Nueva York?
—Algunas cosas. Pero estoy preparada para un cambio. Nací y crecí en Texas. Aquí están mis raíces.
—¿Qué planes tienes para la vieja casa?
Kari lo pensó un momento.
—Aún no lo he decidido. Oh —recordó—, revisé la casa e hice un inventario de todas las antigüedades.
Gage pareció interesado, pero no dijo nada.
Kari suspiró.
—Hay algunos muebles que quiero guardar para mí… la mayoría de ellos con valor sentimental. He preguntado a mis padres y ellos no quieren nada. Así que voy a vender el resto, menos lo que quieras quedarte tú.
—¿Qué quieres decir? —preguntó él con las cejas levantadas.
—No sabía si te interesaban las antigüedades. Si es así, me gustaría que fueras el primero en elegir algo entre las cosas de mi abuela.
—¿Por qué?
—Vamos, Gage, los dos sabemos lo mucho que la ayudaste. Siempre te ofreciste a ir a verla y a arreglar cualquier cosa que hiciera falta. Después de que yo me fuera, le hiciste compañía y la ayudaste, a pesar de que estabas muy enojado conmigo.
—No habría dejado que eso afectara mi relación con ella.
Kari se dio cuenta de que no había negado estar enojado con ella, lo que la hizo sentir incómoda. Era curioso cómo, después de tanto tiempo, la desaprobación de Gage aún la hacía sentir insegura.
—Es a lo que me refiero —continuó Kari—. Podías haber roto la relación con ella, pero no lo hiciste. Después de que ella muriera, contactabas con la agencia encargada de cuidar su propiedad cada vez que la casa tenía algún problema. Estoy en deuda contigo. Supuse que te sentirías muy ofendido si te ofreciera dinero, así que me pareció que regalarte muebles sería una buena solución.
Gage la observó. A pesar de que el sol se había puesto hacía horas, aún hacía mucho calor. Al sentir su mirada fija en ella, Kari sintió que su temperatura subía varios grados. A pesar del hecho de que llevaba sólo pantalones cortos y una blusa sin mangas, se sintió constreñida… y con demasiada ropa encima.
Kari no pudo evitar sonreír. Qué hombre. Si podía hacerla temblar sólo con mirarla, ¿qué pasaría si la besaba de nuevo?
Demasiado tarde, Kari se recordó que se había prometido no pensar en el beso de nuevo. Llevaba dos días enteros reviviéndolo en su mente. Casi había conseguido sacárselo de la cabeza…
—Bien —repuso él, despacio—. Consideraré la posibilidad de llevarme una de las antigüedades como pago. Si no lo has reservado para ti, me gustaría la mesita que hay en el comedor.
Kari tardó unos segundos en comprender lo que él decía. Había olvidado su conversación previa, perdida en sus ensoñaciones.
—No, no la he reservado. Considéralo tuya.
—Muchas gracias.
Gage sostuvo su mirada durante un par de latidos más y luego la desvió. Kari sintió como si hubiera sido liberada de un campo de fuerza. Si no hubiera estado sentada, se habría caído de espaldas.
Ella se esforzó en recuperar el hilo de la conversación. Ah, sí. Habían estado hablando sobre arreglar la casa.
—Voy a pintarla. Por dentro y por fuera. Haré lo de dentro yo misma y contrataré a alguien para lo de fuera.
—Buena idea. No me gustaría verte caer de una escalera.
—Ni a mí —dijo ella y extendió las piernas—. También hay un par de ventanas que necesitan ser sustituidas y la cocina entera hay que arreglarla. Yo misma lijaré y barnizaré los armarios. He pedido ya nuevos electrodomésticos y alfombras. Creo que eso será todo.
—Parece que vas a estar ocupada.
—Ése es el plan. Empezaré despacio con la pintura. Habitación por habitación. Necesitará un par de capas, hace años que no se pinta.
Gage miró el cielo estrellado y luego a ella.
—Tendré un par de días libres dentro de poco. Puedo echarte una mano para mover cosas pesadas y llegar a los sitios más altos.
Kari se estremeció un poco al pensar en esa «mano».
—Soy lo bastante alta, puedo llegar a los sitios altos sola. Pero no rechazaré la ayuda que me ofrezcas.
—Entonces, cuenta conmigo.
Kari se encontró mirándolo de cerca mientras hablaba, como si lo que él decía tuviera una importancia esencial y quisiera respirar cada palabra. Suspiró. Lo que estaba sintiendo era más serio de lo que había creído. Después de tanto tiempo, ¿cómo podía ser que estuviera loca por Gage? No era posible, después de que ambos habían hecho su camino en direcciones tan diferentes.
Gage se levantó de pronto.
—Se está haciendo tarde. Es hora de que me vaya.
Ella esperó, sin aliento, hasta que él se despidió con una inclinación de cabeza y se dirigió a su casa.
—Buenas noches, Gage —dijo ella, como si no estuviera pensando en saborear sus besos de nuevo.
Pero eso no iba a suceder, era obvio. Parecía ser que un único beso había sido bastante para él. También para ella había bastado. Más que suficiente. De hecho, estaba muy agradecida porque él no volviera a intentarlo. Ella tendría que decir que no y la situación sería embarazosa para ambos.
Kari odiaba que no la hubiera besado.
La tarde siguiente, aún seguía tratando de adivinar la razón. Por qué no la había besado y por qué la molestaba. ¿No la encontraba atractiva? ¿No le había gustado su beso anterior? Odiaba que el hecho de que no la besara la hubiera tenido despierta toda la noche, igual que antes le había sucedido con el hecho de que la hubiera besado.
Era cosa del pasado, se dijo y se detuvo frente a los cajones de la cómoda en el dormitorio de su abuela. Sin embargo, después de tanto tiempo, se sentía