Amor perdido - La pasión del jeque. Susan Mallery
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—Oh, abuela, te echo de menos —murmuró—. Sé que hace mucho que te fuiste, pero aún pienso en ti todos los días. Y te quiero.
Kari hizo una pausa y sonrió mientras imaginaba que su abuela le respondía que también la quería. Más que nunca. En los buenos y los malos tiempos, su abuela había sido una constante en su vida.
Despacio, Kari guardó el jersey. Pensó que iba a necesitar unas cajas para ordenar las cosas que se iba a llevar con ella y separarlas de las que no. Tocó el jersey antes de cerrar el cajón. Ése se lo quedaría. Sería como un talismán, su forma de conectar con sus recuerdos más felices.
En el cajón de en medio había pañuelos para el cuello y guantes, mientras que en el de arriba estaban guardadas las joyas de uso diario de su madre. Había muchas piezas preciosas, recordó Kari mientras tocaba la libélula de un broche. También había un joyero con un collar de perlas y pendientes a juego y varias cadenas de oro. Quizá su abuela las había llevado también, aunque ella no lo recordaba.
Entre la bisutería del cajón, encontró el collar de perlas falsas con el que Kari solía disfrazarse de pequeña, unos brazaletes que sonaban al chocar entre sí en la muñeca, unos pendientes de mariposas y un pequeño broche con una rosa que su abuela le había prestado para que lo llevara el día de su primera cita con Gage.
Kari se acercó a la vieja cama para recostarse en ella, sentada en el suelo. Tocó el viejo broche y acarició sus pétalos, recordando cómo su abuela se lo había puesto cinco minutos antes de que Gage fuera a buscarla.
—Te dará buena suerte —había dicho su abuela con una sonrisa.
Kari sonrió, al mismo tiempo que luchaba para contener las lágrimas. Por aquel entonces, había deseado tener toda la buena suerte posible. No había podido creer que alguien tan apuesto como Gage Reynolds le hubiera pedido salir. Cuando él lo había hecho, ella había tenido que contenerse para no preguntarle por qué.
Pero no lo había hecho. Y, cuando se había puesto nerviosa estando con él, había tocado el broche de la suerte. Lo había hecho tantas veces que Gage al fin comentó algo sobre aquel broche.
Habían estado dando una vuelta, recordó Kari mientras sus labios temblaban ligeramente, intentando no dejar salir las lágrimas. Tras una cena en la que ella apenas había conseguido probar bocado, él la había llevado a dar un paseo por el parque de los castaños.
Aún podía oler el aroma de la tierra y oír los crujidos de las castañas bajo sus pies. Entonces, Kari había pensado que iba a besarla, pero no lo había hecho. En vez de eso, le había tomado la mano. Ella había creído que iba a caerse de espaldas ante su contacto.
No era la primera vez que alguien le daba la mano. Otros chicos lo habían hecho. Pero ésa era la diferencia… eran chicos. Gage era un hombre. Aun así, a pesar de la diferencia de edad y de la torpeza de ella, él había querido entrelazar sus manos mientras caminaban. Ella había pasado días reviviendo el momento.
Habían salido cinco veces antes de que la besara. Kari tocó el broche y sonrió al recordar que aquella tarde de octubre también lo había llevado. Una vez más, Gage le había invitado a cenar y ella sólo había conseguido comer la tercera parte del primer plato. No era que estuviera a dieta, nunca lo había estado hasta que llegó a Nueva York. Era que había estado demasiado nerviosa como para comer. Demasiado preocupada por tropezarse o hacer algo que la hiciera parecer inmadura. Después de salir cinco veces con él, ya se había enamorado de Gage. Su destino había sido sellado aquella noche, cuando se había apoyado en un castaño, con el corazón latiendo tan rápido como si fuera a salir volando.
Kari cerró los ojos, aún capaz de sentir la presión del árbol sobre su espalda. Había estado asustada y esperanzada y aprensiva y excitada, todo al mismo tiempo. Gage había estado hablando y hablando y ella había estado deseando que la besara. ¿Pero y si el no quería besarla?, se había preguntado entonces.
Sin embargo, sí lo había hecho. Gage le había tocado el broche y había comentado que era muy bonito. Pero no tan bonito como ella. Entonces, mientras ella sonreía por el cumplido, inclinó la cabeza y posó sus labios en los de ella.
Kari suspiró. Se dijo que de todos los primeros besos que había experimentado, ése había sido uno de los mejores. Antes de eso, había salido con algunos chicos y los había besado, pero nunca a ninguno como él. De hecho, no podía recordar ninguno de los primeros besos con otros chicos. Sólo recordaba el de Gage. Todo, desde la forma en que él puso las manos en sus hombros hasta cómo le había acariciado las mejillas con sus cálidos dedos.
Sintió un escalofrío en la espalda. Entonces, regresó la sensación de intranquilidad y volvió a preguntarse por qué él no se había molestado en besarla de nuevo la noche anterior.
De forma impulsiva, se prendió el broche en la camiseta. Quizá aún no había encontrado su media naranja, pero al menos tenía unos recuerdos maravillosos. Sin importar la manera en que había terminado, Gage la había tratado como a una reina mientras habían estado juntos. No había muchos hombres como él.
De pronto, Kari pensó que sería un sueño conocerlo en ese momento por primera vez. Tenía la sensación de que, sin el peso del pasado sobre ellos, los dos podrían construir algo hermoso juntos.
Se quedó un par de segundos soñando despierta, hasta que se recordó que no importaba lo que pasara si Gage y ella no se hubieran conocido antes. Possum Landing era el mundo de él y ella no había vuelto para quedarse.
Capítulo 5
TRAS subir las escaleras y decidir los colores que iba a utilizar para pintar, Kari hizo una lista de cosas para comprar en la ferretería. Habían abierto una tienda nueva en la autopista, unos grandes almacenes de ferretería a unos quince kilómetros. Era grande y pensó que tendrían mayor oferta y precios más bajos, además era menos probable que allí se encontrara con nadie conocido. Pero si llegaran a enterarse en el pueblo de que iba a empezar un proyecto de reforma sin pasarse primero por la ferretería de Greene, lo más seguro era que alguien pusiera una queja por escrito en el ayuntamiento. Su abuela siempre le había enseñado la importancia de apoyar a la comunidad. Y el viejo Ed Greene había tenido la tienda local desde antes de que Kari naciera.
Nueva York era una ciudad grande formada por barrios pequeños. Con el tiempo, Kari había llegado a entablar cierta amistad con los chinos que trabajaban en el sitio de comida rápida donde comía una vez a la semana, así como con la mujer que llevaba la tintorería. Pero aquellas relaciones no tenían a sus espaldas la misma historia que las que se mantenían en Possum Landing.
Así que se dirigió a la tienda de Greene y aparcó en el aparcamiento, que no había sido pavimentado desde los años ochenta. Aún estaba allí el cartel de metal con el nombre de la tienda y un viejo anuncio de pintura para exteriores. Varios anuncios pasados de moda cubrían las ventanas de la entrada.
Kari sonrió, sabiendo que habría mucha mercancía esperándola dentro. Si no tenía cuidado, saldría con mucho más de lo que había ido a buscar. Recordó el día que su abuela había vuelto a casa con una vieja veleta en forma de gallo. Nunca había conseguido comprender cómo el viejo Ed había conseguido vendérsela a su abuela.
Kari