El hombre que fue jueves. G. K. Chesterton
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Читать онлайн книгу El hombre que fue jueves - G. K. Chesterton страница 10
—Deténganse, insensatos —gritaba—. ¡Deténganse! Pero por sobre sus gritos y sobre aquella tempestad de alaridos, se dejó todavía oír Syme, con voz de trueno:
—Yo no iré al Consejo a refutar las calumnias de los que nos llaman asesinos: iré a merecer yo mismo esas calumnias (largos y prolongados aplausos). Al sacerdote que dice: “estos son los enemigos de la religión”, al juez que dice “he aquí los enemigos de la ley”, al obeso parlamentario que exclama: “ahí tienen a los enemigos del orden público y de la moral pública”, a todos esos yo les diré: “Son falsos reyes, pero son profetas verídicos. Porque heme aquí venido para destruirlos y para cumplir sus augurios”.
El inmenso clamor se fue lentamente apaciguando. Antes de que hubiera cesado del todo, Witherspoon se había puesto de pie, el pelo y la barba erizados, y había dicho:
—Propongo, como enmienda, que el camarada Syme sea designado para el puesto.
—¡Alto! ¡Deténganse, repito! —gritaba Gregory frenético—. ¡Todo es una...! La fría voz del presidente vino a cortar sus protestas:
—¿Hay quien secunde la enmienda propuesta?
Un sujeto alto, y flaco, de ojos melancólicos y barba a la americana, hizo ademán de levantarse entre los últimos bancos. Gregory, que había estado aullando hasta entonces, habló ahora con una voz más extraña que sus aullidos.
—¡Acabemos! —dijo, y su voz cayó como una piedra—. Este hombre no puede ser electo, porque es un...
—¿Sí? —dijo Syme imperturbable—. ¿Qué es? Gregory gesticuló sin articular palabra.
Un leve sonrojo sucedió a su lividez anterior.
—Porque es un hombre —dijo— que carece casi por completo de la experiencia necesaria.
Y se dejó caer en el banco.
Pero ya el hombre alto y flaco de la barba americana estaba de pie, diciendo con un monótono acento americano:
—Me adhiero a la candidatura del camarada Syme.
—Según la costumbre —dijo Mr. Buttons, el presidente, con mecánica rapidez— será presentada al sufragio la enmienda Syme. Ahora hay que saber si el camarada Syme...
Gregory estaba otra vez de pie, jadeante:
—¡Camaradas! —suplicó—. Yo no soy un loco...
—¡Oh! ¡Oh! —protestó Witherspoon.
—Yo no soy un loco —insistía Gregory con una sinceridad angustiosa que suspendió la asamblea por un instante—. Les voy a dar un consejo, y llámenme loco si quieren. No: tampoco es un consejo, porque no voy a darles ninguna razón para apoyarlo. Es una orden: si se empeñan, digan que es una locura, pero obedézcanla. “Pega, pero escucha”. Mátenme, pero obedézcanme. ¡No elijan a ese hombre!
La verdad, aun encadenada, es tan terrible, que por un instante pareció que la efímera victoria de Syme iba a doblarse como un junco bajo la tempestad. Pero quien hubiera visto los tranquilos ojos azules de Syme nada habría temido. Contentóse con decir:
—El camarada Gregory ordena... Esto bastó para romper el encantamiento. Al punto gritó un anarquista:
—¿Y quién es usted para mandar? Usted no es el Domingo. Y otro, con un vozarrón:
—Usted no es el Jueves.
—Camaradas —gritó Gregory con la voz del mártir que, en el éxtasis del dolor, acaba por sobreponerse al dolor—. Poco me importa que me detesten como un tirano o como un esclavo. Si no escuchan mis órdenes, reciban al menos mi humillación. Me arrodillo ante ustedes, me echo a sus pies, les imploro: no elijan a ese hombre.
—Camarada Gregory —observó el presidente—, realmente la actitud de usted no me parece muy digna.
Por primera vez desde el principio de la discusión, hubo un corto silencio. Gregory se volvió a sentar. No era un hombre, sino un pálido despojo humano.
El presidente soltó la frase ritual como un reloj de repetición:
—Se trata de saber si el camarada Syme debe ser electo para desempeñar el cargo de Jueves en el Consejo General.
Rumor semejante al del mar. Todas las manos se levantan formando un bosque de ramas. Tres minutos después, Mr. Gabriel Syme, del servicio de la Policía Secreta, era elegido para desempeñar el cargo de Jueves en el Consejo General del Anarquismo Europeo.
Toda la asamblea parecía estar pensando en la lancha que esperaba en el río, en el bastón de verduguillo y el revólver que estaban sobre la mesa. En cuanto la elección se dio por irrevocablemente concluida y Syme recibió sus credenciales, todos se pusieron de pie y se mezclaron en la estancia. Syme, sin saber cómo, se encontró de manos a boca con Gregory, que lo contemplaba con asombro y con odio. Ambos callaron. Al fin Gregory pudo articular:
—¡Es usted un demonio!
—Y usted —contestó el otro— es todo un caballero. —Usted —decía Gregory temblando—. Usted me ha metido en esto; usted fue el que...
—Sea usted razonable —dijo Syme—. Si a eso vamos, ¿quién me trajo a mí a este parlamento de demonios? Usted me hizo jurar, antes que yo a usted. Yo creo que los dos hemos hecho lo que creíamos que estaba bien. Pero diferimos de tal modo en nuestro concepto del bien, que entre nosotros no puede haber la menor concesión. Entre nosotros no puede haber más que el honor y la muerte.
Después se cubrió con la capa y se embolsó la botella.
—El bote espera —dijo Mr. Buttons interponiéndose—. Tenga usted la bondad de seguirme.
Con pasos de guarda nocturno de almacén, Mr. Buttons condujo a Syme por un pasadizo estrecho y blindado. El agonizante Gregory les seguía, pisándoles los talones.
Al cabo del pasadizo, Buttons abrió una puerta que dejó ver, bajo la luna, la plata y azul del río, como en un escenario de teatro. Muy cerca de la salida esperaba el bote de vapor, masa oscura y pequeña que parecía un dragoncito con un ojo rojo encendido.
Ya a punto de subir, Gabriel Syme se volvió al ensimismado Gregory.
—Ha cumplido usted su palabra —le dijo cortésmente, la cara escondida en la sombra—. Es usted un hombre de honor. Le quedo a usted muy agradecido. Y ha cumplido usted su palabra hasta en un sentido muy especial. Me prometió usted una cosa al principio de todo esto, que también me ha cumplido usted.
—¿Qué cosa? —preguntó Gregory, que tenía un caos en el alma—. ¿Qué cosa le prometí a usted?
—Una noche muy divertida —dijo Syme. Y subió en el bote, que al instante se puso a andar. Syme hizo un saludo militar con el bastón.
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