El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova

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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov  - Galina Ershova Akadémica

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de ninguna manera se había sorprendido de que ya me fuera. Regresé a Moscú atormentándome en el camino con reflexiones sobre lo que tenía que hacer ahora con todo eso...

      Traducir los textos me tomó un mes entero. Trabajé de día y de noche. Desde luego, tenía miedo de llamar a Knórosov y salir con mis cuentos de que no me daba tiempo de terminar la traducción en una semana. Me presenté en Leningrado solamente cuando todo estaba listo. Llamé –estaba claro que Knórosov se había alegrado (¡incluso recordaba mi nombre!)– y su voz era completamente distinta de la vez pasada. Me citó en la Kunstkámera.

      Aquél era para los investigadores el día «presencial» en el Instituto, y por lo tanto en los despachos, corredores y lugares para fumar había mucha gente. Me moría de ganas por enseñarle a Knórosov las traducciones. Finalmente, Yuri Valentínovich las hojeó de una forma bastante rápida e inesperadamente anunció: «Pues ¿qué le puedo decir? ¡Magnífico, colega! Vamos a enviarlo a la editorial». Y añadió: «Todo irá bajo su nombre». Literalmente me había quedado con la boca abierta por la sorpresa. No me había pasado por la cabeza la pretensión de tener la autoría oficial, pues consideraba mi trabajo como una diminuta aportación a la posible colaboración.

      Desde este momento gané en mi vida a un Maestro, y así es como comenzó nuestro trabajo conjunto, que duró muchos años. No importa que en aquel entonces la editorial Judozhestvennaya Literatura arrogantemente rechazara publicar a una desconocida Ershova «de la calle» (en aquel entonces así es como llamaban a las personas que venían sin recomendaciones). Como resultado, Knórosov rompió relaciones para siempre con esta editorial. Además, le prohibió publicar cualquier texto bajo su nombre, expresó todo lo que pensaba de dicha casa editora y sus autores, chapuceros que escribían sus banales versos o hacían traducciones del español al ruso y las hacían pasar por poesía maya. Para mí esta historia se ha vuelto una increíble lección –¡Vaya forma de defender tanto a una «colega» que conocía poco, que en sí no era siquiera una aspirante! Anteriormente nadie nunca me había defendido tanto.

      Me asombraba que él estratégicamente resolviera los problemas que surgían y no dejara pasar ni un mínimo detalle –cartas de recomendación, oponentes, lista de literatura e incluso el lugar de la defensa, que él había cambiado de Moscú a Leningrado literalmente un día antes de la predefensa. Él creía que el ambiente en Moscú en aquel entonces era bastante «asqueroso» para mí. Desde el inicio, Knórosov siempre me explicaba qué «animal» en el ajeno ambiente académico me era amistoso y cuál de los «animales» era indudablemente el enemigo. Por supuesto, yo me di el lujo de contarle cómo me había tratado Grigulevich en el primer encuentro, cuando me había corrido. Desde entonces Knórosov no lo llamó de otra forma que no fuera «ese canalla». Por otra parte, posteriormente me enteré de que Knórosov tenía sus propios, muy frescos conflictos con «el viejo Romualdych», que no tenían nada que ver conmigo. También me presentó a un amigo confiable: el arqueólogo Valery Ivánovich Gulyaev, que me había dado empleo en el Instituto de Arqueología después de mi defensa de la tesis. Además, me contactó con una encantadora persona, Sergo Anastasovich Mikoyán, el editor en jefe de la revista América Latina, quien me dio la oportunidad de publicar mis artículos científicos e incluso ganar dinero en tiempos difíciles.

      Otro detalle más. Sólo con el paso de tiempo entendí que Yuri Valentínovich entablaba relaciones particularmente estables y amigables con aquellas mujeres-colegas que se llamaban «Galina». Su estudiante favorita de doctorado –aspirantura– era Galina Avakyants, de origen armenio. Sólo después del fallecimiento de mi maestro me di cuenta de que eso no era una casualidad: durante toda su vida, Knórosov trató de una forma tierna a su hermana Galina, que lo cuidaba desde la infancia y se parecía tanto a su abuela armenia, que era actriz. Así que no cabe duda de que tuve mucha suerte con mi nombre.

      ¿Qué es mi nombre para ti?

      Va a morir como un ruido triste

      De una ola que murió en la lejana costa,

      Como un sonido en un bosque nocturno.

      En una hoja del recuerdo

      Dejará su huella muerta,

      Semejante a un texto sepulcral

      Escrito en una desconocida lengua.

      ¿Qué es mi nombre para ti?

      Lo olvidado desde hace mucho

      Entre nuevas y rebeldes emociones,

      No deja recuerdos tiernos a tu alma.

      Pero en un día de tristeza silenciosa

      Pronúncialo añorando:

      Existe alguien que me recuerda

      Existe en el Universo un corazón

      Donde todavía vivo.

      Por lo visto Knórosov, como un profundo conocedor de la literatura, la poesía, y amante de la iconografía, seguía las reflexiones del gran poeta ruso Alexandr Pushkin. Estaba claro que para él la literatura era una cierta forma de adquisición del colectivo de personas afines. Si sus amigos del periodo estudiantil se acuerdan de sus aficiones literarias románticas al estilo de Dafnis y Cloe, después, a una edad más madura, él siempre ofrecía a sus colegas una vieja edición de antes de la Revolución, ya gastada, del Conde Drácula, ya que en los tiempos soviéticos este libro no se publicaba en el país.

      Sin embargo, Knórosov no aceptaba a los autores solo porque éstos

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