El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov . Galina Ershova

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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov  - Galina Ershova Akadémica

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Zhivago era una obra literaria bastante mediocre. Por otra parte, contaba con orgullo que estaba familiarizado con el texto original de «Murka» –una canción callejera de inicios del siglo xx. Era su propio estilo knorosoviano de posicionarse. Desde el principio nos había unido el amor a El buen soldado Schweik, de Jaroslav Hasek; Knórosov citaba este libro a menudo. Siempre volvía a leer y citar Nuestro hombre en La Habana. De por sí Graham Greene era uno de sus autores favoritos –él lo destacaba y apreciaba por una cierta absurdidad doméstica de las tramas y su peculiar humor paradójico. Por algo Yuri Valentínovich también decía, refiriéndose a los dramas de su propia vida: «El sentido de humor es lo que siempre me ha salvado».

      Atravesó muchos mares agitados

      El abad Fra-Jiménez, obstinadamente y sin tener miedo:

      Recorrió muchos países para sembrar granos de la fe

      En zonas silvestres de corazones de pobres bárbaros.

      Entonces, para ganar victorias espirituales,

      Él al Océano Pacífico fue llevado por la ola

      A las Islas lejanas. Sus pies tocaron

      El arrecife de coral donde vivían los caníbales.

      Allí lo recibieron tiernamente:

      En aquel momento los bárbaros estaban saciados...

      Y, al sentarse debajo del cactus, el misionero venerable

      De inmediato comenzó la lucha contra el mal y la ignorancia.

      En particular, se rebeló contra el canibalismo.

      Pero los bárbaros le contestaron a coro:

      «¡Oiga! Estamos obligados a comer a la gente:

      ¡No hay otro remedio para no morir de hambre!

      De vez en cuando puede haber aves en los bosques

      O muchos peces que nos dan las aguas marinas,

      Pero, después, llega tal periodo del año

      ¡¡¡Cuando sólo queda aullar como un lobo!!!

      En aquel entonces con toda la tribu nos sentamos en las piraguas

      Y corremos a la guerra por las olas rabiosas

      A ajenos poblados donde a los valientes

      ¡Ya les han preparado los alimentos los dioses preocupados!

      Al derrotar a los enemigos debajo del refugio de la oscuridad nocturna,

      Llevamos a sus esposas a la casa, pero no a todas:

      Dejamos a la tribu las esposas jóvenes y alegres,

      A las ancianas las llevamos para comerlas...».

      Pero Jiménez interrumpió: «¡Asqueroso! ¡Fi! ¡Qué feo!

      ¡Podría evadir todos estos horrores!

      ¡¿Amigos, no será mejor comer los pájaros y los pescados?!

      ¡Les enseñaré a preparar hábilmente para la reserva!

      «¡Oh sí!», exclamaron los bárbaros entusiasmados.

      Jiménez pensó: «¡Oh, Dios, qué rápido

      En sus almas crecieron los granos de amor y fe,

      En su ceguera penetró un rayo sagrado del amanecer!...»

      Estuvo mucho tiempo, para el espíritu y para el cuerpo,

      Logró enseñar muchas cosas útiles.

      Y, al bendecir a todos, se fue a continuar

      Su asunto sagrado entre otras tribus.

      Los meses y los años pasaron volando;

      Volvió a llegar el abad ante los caníbales, que ya veían luz.

      Todos se han alegrado: «¡Padre nuestro! ¡Para siempre se han

      Terminado las dolorosas desgracias!

      ¡Bienvenido! ¡Con la ciencia mágica por un siglo

      Salvaste de la hambruna a tus hijos!

      ¡Porque ahora siempre tenemos de reserva

      Unas ancianas saladas!...»

      Todos los colegas de Knórosov tenían copias de este texto escrito en máquina de escribir. La misma trama de la poesía estaba construida absolutamente de acuerdo con espíritu de Yuri Valentínovich, correspondía a su sentido del humor y mostraba cuánto no aguantaba la hipocresía –en cualquier forma o manifestación era capaz de sacarle de sus casillas. Me acuerdo de que en uno de los congresos yo propuse mi ponencia relacionada precisamente con aquellos Cantares de Dtzitbalché, traducidos otrora en un mes. En la ponencia, en particular, se trataban los sacrificios humanos. Esta era mi primera ponencia en un evento académico importante, por lo cual yo estaba muy nerviosa. Cuando llegó la hora de hacer preguntas, se levantó un tal Vladimir Kuzmischev, con pinta de un gran ideólogo, y comenzó a declarar que «nosotros, como personas soviéticas, indudablemente criticamos los sacrificios». Yo estaba parada escuchándolo, mientras daba vueltas en mi mente una frase que pronunciaba un niño en la película soviética de Georgiy Daneliya: «Tío Pedro, ¿eres un imbécil?». Me contuve, sin embargo, no se me ocurría qué se debía contestar en tales casos. Y ahí fue cuando salió Knórosov enfurecido y partió en pedazos toda esta demagogia hipócrita sin sentir mucha pena en emplear algunas expresiones, pero de una forma bastante académica. Era una brillante lección para toda mi vida: aguantar cualquier golpe incluso en las situaciones más absurdas y siempre, sin limitarse, dar un comentario exhaustivo.

      Knórosov a veces me expresaba su «envidia»: «Usted es una persona feliz; todavía no ha leído tantos libros...». También era parte de su estilo. Además, siempre me recomendaba algo que fuera necesario para leer, me prestaba o incluso regalaba uno u otro libro. Al parecer durante toda su vida le gustaron mucho las novelas policiacas –desde las más clásicas, como las de Arthur Conan Doyle y Agatha Christie, las cuales se sabía de memoria, hasta las nuevas «fabricadas en cadena», que aparecieron en la década de 1990.

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